Estibaliz Urresola, la directora de ‘20.000 especies de abejas’ acudió junto a la actriz Ane Gabarain, que interpreta el papel de Lourdes, la tía-abuela de la protagonista, apicultora y defensora de las medicinas alternativas, al local que Angelo Jiménez tiene en Donostia para que les asesorara sobre la manera de coger las abejas, entre otras cuestiones. Sí, porque este vasco convive a diario con ellas.
Él es un apasionado de las abejas y un gran conocedor de los beneficios que para el ser humano tienen muchos de los productos de la colmena. “Tuvimos tres o cuatro encuentros y también acudimos al rodaje para supervisar qué todo se desarrollaba sin problemas en las escenas con las abejas”, cuenta.
Desde hace 10 años el universo de Angelo gira en torno a las abejas. Desde el polen, la miel, la cera o el propóleo hasta la apitoxina, el veneno de estos insectos son los elementos con los que a diario trabaja y elabora sus terapias. “La gente tiene miedo a las abejas, pero no son agresivas, solo pican si se sienten amenazadas”, explica.
En la apiterapia, se emplea el veneno secretado por las abejas, a través de acupuntura o del propio aguijón del insecto, ya que “la apitoxina tiene más de 50 componentes y está probado que al menos ocho de ellos son muy beneficiosos para el cuerpo humano”, apunta Angelo que asegura que esta terapia ayuda a aliviar algunas patologías inflamatorias “todas las acabadas en itis, tendinitis, bursitis…”. También migrañas o cefaleas y “en pacientes con artrosis se obtienen muy buenos resultados”.
En cualquier caso, “nosotros no somos médicos”, aclara Angelo por eso el diagnóstico siempre debe venir dado por un profesional médico, “la apiterapia es un complemento para tratar aquello que te ha diagnosticado un doctor y jamás recomendamos que se deje de tomar la medicación prescrita”, aclara.
La seguridad es la máxima de este apiterapeuta que, aunque esgrime que el 2% de la población mundial es alérgica a las abejas frente al 7-8% que lo es a la penicilina, admite ser “meticuloso y precavido”. No en vano, en 2018 una mujer falleció en España al someterse a apicultura con abejas. "Hay quien trabaja sin saber si el paciente sufre algún tipo de alergia, nosotros creemos que es un riesgo que se puede evitar por los 20 euros que cuesta un análisis de sangre". Por eso, antes de aplicar el tratamiento con abejas, "siempre solicitamos un análisis, que no hacemos nosotros, que descarte una posible alergia”. En los diez años que Angelo lleva dedicándose a esto ha tratado a unos 2.000 pacientes.
¿Hace daño? Es la pregunta que más inquieta a quien acude a Angelo para tratar alguna dolencia. “No es para tanto”, les responde y es que “no es lo mismo que te pique una abeja en el campo cuando te introduce el 100% del veneno, que aquí que usamos microdosis y el picotazo no dura más de dos o tres segundos”.
La jornada laboral de Angelo es algo atípica. Cada vez que lo necesita se acerca a alguno de los colmenares que tiene en Gipuzkoa y Álava, las dos provincias en las que trata a sus pacientes con apiterapia, y coge unas cien abejas, las introduce en unas cajitas con miel y una esponja humedecida en agua, donde pueden permanecer durante una semana. “Desafortunadamente, las abejas cuando clavan el aguijón mueren, aunque la mayoría no de forma inmediata”, lamenta. La apiterapia es, en palabras de este profesional, un complemento de la medicina tradicional, "ambas han demostrado que pueden ir perfectamente de la mano", concluye.
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