La temperatura a primera hora de la mañana en las inmediaciones del monte Gorbea es fría y la niebla augura que, en solo unas horas, el cielo estará despejado y los rayos del sol comenzarán a filtrarse entre los árboles.
En nuestro corto paseo matutino resulta imposible no fijarse en la cantidad de bolsones blancos que proliferan por aquí y por allá, por encima de nuestras cabezas. En esos amasijos blancos, en lo alto de las copas de los pinos, se apiñan durante el invierno las larvas de la oruga procesionaria.
Una plaga que desde hace unos años se adelanta como consecuencia de las temperaturas cada vez más cálidas durante el invierno. En muchos lugares, la temida oruga procesionaria del pino, oficialmente 'Thaumetopoea pityocampa', ha adelantado de abril o mayo a principios de este mes de febrero su bajada de las copas de los pinos a suelo firme.
Las orugas procesionarias son insectos lepidópteros que suelen encontrarse en bosques de pinos de Europa, norte de África y Asia. Cada año descienden de sus nidos en las copas de los árboles y en meticulosas hileras, una detrás de otra, como en las procesiones de las que reciben el nombre, se desplazan en busca de un lugar en el que crisalidar y convertirse en mariposas que emergerán del suelo al atardecer en los meses de julio y agosto.
Su impacto en los bosques es alto, ya que desde su nacimiento comienzan a alimentarse de los pinos, provocando la caída masiva de las acículas. Están consideradas como el mayor insecto defoliador de los pinares, es decir, provocan la caída de las hojas de los árboles.
Pero además, son un problema de salud pública, ya que estas orugas se caracterizan por estar cubiertas de unos pelos altamente urticantes y que puede provocar irritación en oídos, nariz y garganta. Para ello se recomienda evitar el contacto con las orugas porque un mínimo contacto con ellas hace que el pelo flote en el aire, se disperse y pueda rozarnos. La plaga es especialmente peligrosa para los perros que, atraídos por ellas, se acercan a olisquearlas e incluso lamerlas, exponiéndose a sufrir heridas e incluso la muerte.
Muchos municipios tratan de combatir esta plaga retirando los bolsones donde se apiñan las larvas, con trampas de feromonas para capturar a los machos y que así no se reproduzcan o con inyecciones en el tronco de los pinos de los que se alimentan las orugas. Otros sistemas son los insecticidas o la instalación de barreras físicas en el tronco para evitar que desciendan al suelo.
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