En los años 90 las noches en Euskadi se vestían de licras, fluorescentes y pelos ceniceros. Era el ‘boom’ de la música electrónica y los templos del ‘bumping’, esa música electrónica “super bailable” y que tantos adeptos generó, tenían nombres propios: Txitxarro, Itzela, Joung Play o Jazzberri. Lugares capaces de aunar desenfreno, diversión, a Extremo Duro, Green Day y hasta una bomba de ETA.
Todas aquellas discotecas son hoy historia. ¡Ay, si las paredes hablaran…! Bueno, las que quedan en pie, porque muchas acabaron derruidas. Fueron sucumbiendo al cambio de gustos musicales y, por qué no decirlo, a la “llegada del palito”, la prueba de detección de drogas en los controles de carretera. Y, claro el coche era imprescindible para llegar a ellas.
Por ejemplo, la Txitxarro ubicada en el Alto de Itziar (Gipuzkoa) “estaba rodeada solo por ovejas que pastaban allí”, explica Iñigo Berasategi de BeAr Architecs. Este estudio bilbaíno puso sus ojos en estos edificios atraídos por “la arquitectura del ocio”. “Ninguno de estos espacios es una joya arquitectónica, pero fueron ideados para ser espacios de baile y albergar a muchas personas”. Al contrario de lo que ocurre hoy que las discotecas se abren en polígonos industriales o bajos.
Eso sí, hay tres a las que algunos afortunados han podido volver a entrar gracias al proyecto 'Disco-TEKAK templos del 'bumping' en la costa guipuzcoana', presentado por la firma bilbaína BeAr Architects y seleccionado por la bienal Mugak de arquitectura que lo subvencionó con 38.450 euros.
140 personas, en dos viajes organizados, han recorrido tres de ellas, aunque el proyecto analiza hasta nueve discotecas. La primera parada fue en la Venecia de Saturraran, la única que a día de hoy sigue en activo, aunque destinada solo a fiestas privadas.
Tras ella, los nostálgicos, pero, sobre todo, los amantes de la electrónica o de la música, en general, que se enrolaron en este viaje al pasado, se apearon en Zestoa. Aquí en 1993, la mítica Jazzberri introdujo el ‘bumping’ en tierras vascas. “La pista era increíble, tenía un balcón en el que destacaban los tonos azules y amarillos”, cuenta Berasategi. Esta sala estaba pensada para que “los dj’s del momento fueron los arquitectos que con sus luces y su música rediseñaban el espacio cada noche”.
De nuevo en marcha, el autobús pone rumbo a un paraje en el que, hoy en día y a plena luz, nadie creería que cada noche 6.000 personas podrían darse cita. En el alto de Itziar, en un precioso y verde paraje rodeado de caseríos y rebaños de ovejas se levantaba la Txitxarro. La puso en marcha Narciso Korta en 1973 y “fue muy puntera”.
Aquí las anécdotas se cuentan por decenas. En la Txitxarro por ejemplo el ciclista Miguel Indurain conoció a la que después sería su mujer, y como él, muchos de los baserritarras de los caseríos del Valle de Deba y del Urola se emparejaron a ritmo del techno de los 90.
Famosas eran sus fiestas temáticas como la que hicieron para que la gente acudiera a esquiar a los terrenos de la discoteca. “Al padre del actual dueño, que tenía muchos amigos en Getaria, se le ocurrió que las conserveras tenían mucho hielo que no usaban y decidió transportarlo hasta la Txitxarro y echarlo en una campa”. En otra ocasión, instalaron una tirolina gigante desde la azotea hasta la carretera.
La Txitxarro vivió momentos muy buenos y otros no tanto. En el año 2000, recién estrenada la nueva década, ETA colocó una bomba “en el pilar central y logró tirar la estructura del edificio”. Tuvo que ser demolido entero y reabrió tres años más tarde para estar en funcionamiento hasta 2015.
En la hermana gemela de la Txitxarro, en la discoteca Itzela llegó a tocar la mismísima banda de punk rock Bad Religion. Los estadounidenses se marcharon de Oiartzun (Gipuzkoa) tras vivir un episodio que difícilmente habrán olvidado y es que “el escenario se hundió durante la actuación”.
Hace mucho que los equipos de música ya no reproducen sonido alguno en ninguno de estos templos de la electrónica noventera, sus instalaciones en algunos casos han sido saqueadas y destrozadas y donde hace años la gente bailaba hasta la extenuación, hoy solo queda polvo. Pero, aún es relativamente fácil ver en algún sitio la pegatina de la legendaria mano del logo de Jazzberri que, “por cierto, era el logo de la portada de un grupo belga, que la discoteca usó para un cartel una noche y se lo quedaron ilegalmente”, revela Berasategi. Pocos son los vascos de alrededor de 50 que no sabrían identificar la espiral de Txitarro o los paréntesis de Venecia. Sin duda, estos lugares dejaron huella, aunque el paso del tiempo a algunos no los haya tratado demasiado bien.
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