Hace año y medio en una zona boscosa y de pendiente prolongada de Artxanda, conocida popularmente como ‘Potongo’ y habitualmente utilizada por los amantes del descenso en bicicleta de montaña, alguien convirtió las ramas y los troncos de algunos árboles caídos en esculturas. Del misterioso artista nada se sabía.
Poco después se desveló que el autor de estas tallas era un jubilado septuagenario del barrio de Deusto. Bajo su cincel, lo que parecía naturaleza muerta se transformaba, como por arte de magia, en un cocodrilo, un mochuelo, dos cabezas de búfalo y un dragón. Un año más tarde, a esta colección se sumarían un ser barbudo, cabezas de herbívoros, serpientes y hasta un búho.
Pues de todo esto, ya no queda nada. Alguien ha destrozado el ‘bosque mágico' de Artxanda y ha roto las esculturas, ha realizado pintadas y hasta ha usado la madera para hacer una barricada. Adiós a este pintoresco espacio que nació sin pretensiones, pero que cada día atraía a más visitantes que, a pie o en bici, se acercaban hasta aquí para descubrir qué nuevas criaturas habían ido sumándose a las ya talladas.
El ser barbudo que observaba de reojo desde un tocón, el búfalo que descansaba muy cerca del primero o el cocodrilo que enseñaba sus fauces a unos metros han quedado reducidos a astillas o pintarrajeados sin compasión.
En la soledad del bosque este artista que nunca ha querido salir del anonimato disfrutaba de la escultura y la naturaleza. Con sus herramientas este jubilado bilbaíno ha pasado horas convirtiendo las oquedades naturales de la madera en hocicos, fauces y plumas de sus particulares esculturas.
El misterioso tallador ha entendido el ataque como un mensaje y, desde su entorno aseguran a Deia que no tiene intención de restaurar su particular galería de tallas de madera al aire libre. Se va, triste, de esta zona escarpada próxima a los túneles de Artxanda, en el paso gratuito de Ugasko que conecta con La Salve. Aquí, muy cerca de la ciudad, pero en plena naturaleza, en un lugar al que solo se puede acceder en bicicleta o a pie, ha pasado muchas horas durante los últimos dos años insuflando una nueva vida a los troncos y las ramas caídas.
Las esculturas de este ‘bosque mágico’ no nacieron para ser efímeras, pero finalmente, han sucumbido al vandalismo de uno o de varios individuos, aunque dado el volumen del destrozo muchos apuntan a que no ha podido hacerlo una sola persona y a que, al menos, tres o cuatro han sido necesarias para llevar a caso este ataque.
A partir de ahora, los ciclistas de montaña que pedalean por este último tramo de ‘Potongo’ pasarán sin sentir la intensa mirada del barbudo que les observaba tallado desde un tocón y los senderistas no podrán seguir viendo crecer el bosque con nuevas y fantásticas criaturas. Eso sí, este jubilado no cuelga su cincel y ya piensa en buscar otro lugar en el que seguir disfrutando de sus dos pasiones: la escultura y la naturaleza.