Antonio tiene 31 años y acude al gastroenterólogo por síntomas recurrentes de dolor abdominal, diarrea crónica, fatiga, y pérdida de peso. Tras realizar una colonoscopía y análisis de sangre, se le diagnostica enfermedad de Crohn, una enfermedad inflamatoria intestinal crónica caracterizada por inflamación del tracto digestivo. Antonio creció en un entorno familiar muy estricto, donde se esperaba perfección en su comportamiento y logros académicos. Sus padres eran críticos y raramente mostraban aprobación, lo que le llevó a desarrollar un fuerte sentido de exigencia hacia sí mismo. En la familia, la expresión de las emociones era nula, y cuando de pequeño intentaba expresar lo triste o frustrado que se sentía era ignorado o se le ridiculizaba diciendo que tanta sensibilidad era cargante para los demás y que parase de exagera. Esto le llevó a sentir que para que le aceptasen debía reprimir sus emociones.
La sensación constante de ser injustamente tratado y juzgado generó una fuerte resistencia interna y un perfeccionismo extremo. Desarrolló creencias del tipo “si no soy perfecto no valgo” o “si muestro mis emociones me ridiculizarán”, lo que reforzaba reprimir su enfado para evitar el conflicto o rechazo. El disparador de su enfermedad es un fuerte estrés asociado al trabajo. Sus síntomas empeoran en situaciones en donde percibe que no tiene el control o es injustamente tratado.
Este es uno de los casos que ha tratado en su consulta Natalia Seijo, autora del libro ‘El cuerpo tiene memoria’ (editorial Montena) y una de las psicólogas más reconocidas del panorama científico español. Es directora del NS Centro de Psicoterapia y Trauma en Ferrol-A Coruña desde el año 2000, conferenciante, formadora nacional e internacional de psicólogos en EMDR y especialista en trauma complejo, apego, disociación, trastornos alimentarios y psicosomática médica.
¿Qué tienen que ver estas dolencias con nuestro historial psicológico? Como ella explica, a menudo vemos el cuerpo como el convidado de piedra de nuestra vida, que vive al margen de nuestros sentimientos y traumas. Pero nada más lejos de la realidad. Nuestro cuerpo tiene memoria y se expresa continuamente y conocer su lenguaje es clave. Lo que le ocurre a Antonio, el primer caso del que hemos hablado al inicio de este artículo, es una somatización, es decir, la tendencia a experimentar el estrés emocional en forma de dolencias y sensaciones físicas que se expresan de manera clara y visible en alguna parte del cuerpo o a través de síntomas de enfermedad que no tienen explicación médica. “Todos tenemos somatizaciones como un proceso natural del cuerpo. Sin embargo, algunas personas referimos más somatizaciones y quejas físicas constantes, lo que ya no es tan natural ni normal”, señala la psicóloga en una entrevista a la web de Informativos Telecinco.
Para entenderlo en su libro nos propone revisar nuestras heridas emocionales de la infancia. “El cuerpo muestra la historia de nuestra vida: cuando la familia, sea de forma consciente o inconsciente, no cumple con algunas de sus funciones, aprendemos a tener una autopercepción negativa o distorsionada de nosotros mismos, miedos, bloqueos a la hora de relacionarnos, sentirnos incapaces. Podremos arrastrar estas heridas de infancia a lo largo de nuestra vida y esto dejará un impacto significativo en cómo nuestro cuerpo maneja el estrés emocional y, en consecuencia, tal vez cause daños en nuestro sistema inmunológico y nuestra salud física en general”. Pero, ¿cuáles son esas heridas emocionales? ¿Cómo podemos hacernos cargo y sanarlas?
Aunque Natalia Seijo, en el libro ‘El cuerpo tiene memoria’, señala más de cinco heridas emocionales. Las más comunes son la herida del rechazo y la herida de abandono. Si sufres la primera de estas heridas, seguramente te sientas que no eres deseado o hayas desarrollado creencias del tipo “no pertenezco”, “no soy aceptado”. Esto genera baja autoestima, miedo al abandono, tendencia a aislarse o evitar relaciones cercanas. “Las personas con esta herida intentan hacer siempre lo que los demás esperan, ya que es la forma de sentirse aceptados, porque creen que si se muestran tal y como son los rechazarán aún más”.
Según esta psicóloga, existen investigaciones recientes que sugieren que el rechazo provoca una activación en áreas del cerebro asociadas con el dolor físico, como la corteza insular posterior dorsal. “Por lo tanto, el rechazo 'duele', ya que tanto él como el dolor físico comparten una representación somatosensorial común. Además, otras investigaciones determinan cómo el rechazo por compañeros, como sucede en el bullying, puede ser una intensa fuente de estrés que debilita el sistema inmune y hace a la persona más vulnerable a infecciones y enfermedades físicas”.
Mientras las personas que padecen una herida de abandono, sienten o han sentido falta de atención, cuidado o presencia emocional. Estas personas han vivido experiencias de abandono en la infancia que pueden ser situaciones como separaciones o duelos en donde la persona siente soledad, necesidad de aprobación constante, y sentimiento de vacío.
Más allá de estas dos, la psicóloga también nos habla de otras tres heridas más, como la herida de humillación que es aquella que nos lleva a sentirnos humillados, ridiculizados o avergonzados ante los demás. “Lo que lleva a desarrollar sentimiento de culpa constante, problemas de autoestima y de imagen corporal, tendencias a autosabotearse, percepción de ser despreciado o percepción de ser criticados”.
Hay personas que también pueden haber sufrido la herida de la injusticia y eso les lleva a sentir que son injustamente tratados debido a la autoridad malentendida de la familia, la frialdad o la exigencia. “Genera sentimientos de ineficacia y de inutilidad y desarrolla rasgos de rigidez, necesidad de poder, perfeccionismo e indecisión a la hora de tomar decisiones”, expresa. Y, por último, nos habla de la herida de traición que es aquella que se produce cuando de pequeños alguien en quien confías te engaña, abusa o se comporta de manera que no se espera lastimando. Esta herida genera una ruptura de confianza y desarrolla problemas para confiar en los demás, evitación e incredulidad.
La terapia, como se puede esperar, es la mejor opción para poder tratar y descubrir qué tipo de herida llevamos en nuestra mochila. “Identificarlas da la pista para conocer el origen de muchas situaciones que en el presente funcionan como disparadores y activan comportamientos inadecuados o poco saludables para la persona que conectan con sus propias heridas de infancia. Por ejemplo, cuando una persona tiene dificultades para poder estar en pareja porque no confía. Cada vez que entra en una relación lo pasa mal y prefiere no conocer a nadie por esta razón”.
Si detectas que puedes sufrir alguna de estas heridas, consulta con un psicólogo o psiquiatra especializado en trauma para evaluar y ofrecer tratamiento adecuado. También es recomendable reconocer las emociones, es decir, validar lo que se siente y evitar minimizar el impacto del evento, y crear un sistema de apoyo. Contar con amigos, familiares o grupos de apoyo que brinden seguridad y comprensión.
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