El volcán de Cumbre Vieja en La Palma continúa sembrando la desolación entre los palmeros. Ya son 67 días de erupción y, lejos de mostrar signos de cesar su actividad, sigue exhibiendo fortaleza, regando de lava el terreno y alimentando unas coladas que no paran de alterar la orografía de la isla.
Continuando con su actividad estromboliana, la gran nube de ceniza que mantiene aún inoperativo al aeropuerto es también un calvario para todos los habitantes de la isla. Sobre todo, para los más vulnerables, para los que tienen enfermedades y para quienes lo han perdido todo.
En el caso de las personas enfermas, hay quien necesita trasladarse de La Palma a islas mayores, como Tenerife, para recibir el tratamiento de la enfermedad. Además, al estar el aeropuerto inoperativo por quinto día consecutivo, esos desplazamientos se hacen mucho más largos al tener que hacerlos en barco. A eso se suma, además, la dificultad de conseguir un billete con tanto turista, porque las cancelaciones de los vuelos se confirman de un día para otro, lo que hace que a veces tengan que retrasar sus citas.
No obstante, desde el área de salud de La Palma aseguran que se están quedando sin soluciones y que ningún paciente se está quedando sin tratar.
Para los invidentes, la situación está siendo también especialmente complicada. La lava y la ceniza han transformado todo el entorno y han borrado las que eran sus referencias.
Esmeralda, entrevistada en Informativos Telecinco, ha contado cómo está viviendo la erupción: “Yo me lo imagino como algo grande, algo que tiene que estar por aquí, monstruoso”, describe.
Lleva dos meses escuchando hablar sobre el volcán, oliéndolo y sintiéndolo: “El sonido que transmite es rabia”, lamenta, afirmando que en estos momentos no se atrevería a salir sola “por la cantidad de ceniza”.
“Me están tapando la posibilidad de seguir siendo autónoma”, explica, dando cuenta de los estragos provocados por la ceniza y el volcán.
Esmeralda tiene un 2% de visión, lo que le permite distinguir líneas y colores, guías que ahora están sepultadas por un manto negro.
“No distingo ningún tipo de guía, yo veo todo negro”, explica, señalando que necesitaría al menos el brazo de alguien para poder caminar segura.
Su situación la viven muchas personas con alguna discapacidad, a las que el volcán también les ha cambiado la vida.