La fractura del independentismo, que vive bocanadas de violencia ante un proyecto fracasado y engañoso se reflejó como nunca en una jornada en que se llamó a los catalanes a la huelga. Y sí, lo que comenzó con movilizaciones pacíficas, en menor número que en otras ocasiones -algo más de medio millón de personas según la Guardia Urbana y más de 700.000 según los organizadores-, se convirtió en una batalla campal ya desde la tarde hasta la madrugada.
Una triste imagen que copará portadas y minutos de televisión en medio mundo. De la Barcelona que fue espejo de todo un país en el 92 no queda nada. Es el gran logro de un independentismo que aún hoy, con una ANC que volvió a llamar a la independencia a través de la calle, sigue mostrando dos caras, la de la calma en el Paseo de Gracia y la del caos en Vía Laietana y alrededores. O tal vez una sea solo el reflejo de otra.
La realidad, que tal vez tapan el humo, el fuego, la furia y la violencia es que el consumo eléctrico en Cataluña cayó un 4,3%, menos de la mitad que en la anterior huelga. Es decir, el independentismo de la mano de los CDR atrae a radicales de distinto signo, provoca el temor, provoca el infarto entre el empresariado catalán que grita ¡Basta Ya!, la angustia de los camioneros y las quejas de los autónomos, que ven en peligro sus negocios, pero pierde seguidores. La revolución de las sonrisas se ha convertido en jóvenes encapuchados que destrozan su propia ciudad. Y dan miedo sí.
El balance de la quinta jornada de protestas por la sentencia del procés demostró que la guerra de guerrillas es una realidad en las calles de Barcelona. 89 personas atendidas, tres con contusiones oculares y una con contusión facial. entre ellos varios agentes de policía este viernes negro. En lo que va de semana ha habido 207 agentes heridos, 128 violentos detenidos, 800 contenedores quemados y 107 vehículos policiales dañados. Dice el Gobierno que los vándalos lo pagarán caro. Se aplicará el código penal con toda la dureza ha prometido Marlaska. Lo cierto es que la tensión y el fuego fueron los protagonistas en la Vía Laietana, convertida ya a primera hora de la tarde en toda una ratonera para las fuerzas de seguridad del Estado. Los vándalos metían bombonas en los contenedores, lanzaban bolas de acero a los agentes, lanzaban los adoquines que arrancaban en la calle, convertida en una lluvia de piedras y prendían fuegos para luego escapar con escaramuzas.
Horas de enfrentamiento con la policía dejó imágenes como la de esos agentes llevando en brazos a dos compañeros heridos, ya fuera de peligro. O la de ese anciano pegado a su parabrisas en la mano, como si eso fuera a protegerle de algo, plantado cara a los vándalos. O como otra mujer que exigió a estos dar la cara, u otros que apagaron como pudieron los fuegos cerca de sus casa. Independentistas en Lleida hicieron una cadena humana para intentar evitar enfrentamientos al grito de "Así, no". Pero los cachorros radicales no escuchan ya a nadie. Ese es el peligro real.
La otra Cataluña también mostró su cara, esa que ahora está en sus casas o que se siente independentista, pero no salvaje. Tras horas de angustia (cinco noches negras afortunadamente no han provocado víctimas), una imagen lo dijo todo. Las pelotas de goma, los gases lacrimógenos no eran suficientes. La plaza de Urquinaona se convirtió en el lugar para celebrar el último enfrentamiento entre vándalos y fuerzas de seguridad. La violencia se enquistaba así que tras décadas aparcado, el tanque híbrido tuvo que salir a las calles.
Y llegó la medianoche y con ella la dispersión de los radicales que, tal vez, lleguen a su casa contando su nueva gesta un día más, la de hundir la imagen, la reputación y el futuro de una ciudad como Barcelona. La fractura del independentismo bien cara va a salir.