Jornadas de 14 horas y una habitación sin calefacción: la vida de una empleada del hogar filipina sin papeles en Madrid

Bea es un nombre ficticio para proteger a esta joven filipina, de 26 años, que trabaja en Madrid en condiciones de semiesclavitud. Desde que llegó a España en 2021 ha tenido tres empleos en casoplones de El Viso y Pozuelo de Alarcón, barrios donde viven los más ricos de España y trabajan los más pobres. En algunas de estas casas, Bea ha trabajado como interna, a tiempo completo, de lunes a domingo por 1.000 euros.

Los y las señoras de estos chalet le daban a Bea orientaciones muy claras: sin vacaciones, ni bajas, ni domingos; si acaso, 40 minutos para comer y descansar que terminaban por ser interrumpidos con un 'toc toc' en la puerta de su habitación y "un ven, que te necesitamos". A la hora que fuera tenía que volver a ponerse el uniforme, un vestido de tela con un delantal y hacer la faena que le pidiesen.

"Yo trabajaba 14 horas diarias y hacía todo en la casa, desde las 7.00 hasta las 22.00". En la peor de estas experiencias laborales, la joven filipina, tenía que llevar su comida en un táper y cuando le ofrecían comer era de la que llevaba cinco días en la nevera.

Las historias que ha vivido Bea en Madrid son del submundo de los trabajadores invisibles, la mayoría mujeres, sin derechos laborales. "Yo cocinaba para ellos y yo comía lo que sobraba. Si no quedaba nada, me comía un huevo".

Los filipinos normalmente decimos sí a todo, nos gusta trabajar, queremos mucho a los niños y tratamos de hacer las cosas bien. Lo único que necesitamos es que nos traten como seres humanos y merecemos algo de aprecio, aunque no tengamos papeles

"Cuando trabajé de externa con otra familia de Pozuelo me tenía que llevar mi comida en un táper". A veces me decían que podía coger algo de la nevera, pero era cuando estaba caducado o tenía moho, porque llevaba cocinado cinco días".

"Algunas noches los señores volvían a casa tarde y me acostaba a las 12.00 de la noche." Era el mundo perfecto para ellos: No pagaban horas extras, ni festivos, ni nada.

Bea ha vivido en España muchas vidas, en una de estas casas, en Pozuelo trabajó casi 10 meses: sus tareas iban desde "llevar a los niños a la escuela, recogerlos, bañarlos, cuidarlos, limpiar y ordenar el chalet, cocinar y planchar. Su trabajo de interna significaba que tenía que estar lista a cualquier hora, aunque estuviera durmiendo.

"Algunas veces me había ido a la cama, después de hacer todo, acostar a los niños y cuando ya estaba dormida me despertaban para que limpiara y recogiera, porque habían terminado la cena con unos amigos y la cocina no podía quedarse así."

Bea dormía en "una habitación muy pequeña, sin calefacción y pasaba mucho frío". Se lo dijo a los señores, pero me decían que "la calefacción estaba rota y mañana iban a llamar al técnico", pero no la arreglaron. "En mi baño no había ni siquiera un espejo. Me sentía como en una prisión".

Me gritaban constantemente: "mis zapatos son muy caros"

Personas que llegan a España y encuentran la realidad de un trabajo al que solo le faltan las cadenas y terminan en los barrios con mayor renta per cápita de España, con empleadores que abusan de personas, que sin conocer el idioma y sin documentos legales se convierten en trabajadores fantasmas.

Por momentos tengo que interrumpir la entrevista, por las lágrimas de esta chica que solo ha recibido malos tratos y gritos. "Me gritaban constantemente" recordándole que "tuviera cuidado": "mis zapatos son muy caros". (..) No sabían hablar educadamente. Si herían tus sentimientos les daba igual. Dejé a esa familia, porque no me gustaba cómo me trataban, pero me fui a trabajar a otra que era peor".

Se cambió a una familia en El Viso, mucho más rica, a una casa de tres plantas. "Me prometieron en la entrevista que me iban a pagar 1.100 euros al mes y al segundo mes me dijeron que 900 estaba bien, porque yo no tenía papeles".

"Trabajaba 14 horas o más, porque no me daba tiempo a todo: la casa era muy grande y había mucha ropa que planchar. Eran 3 niños en esta familia y muchas veces, los amigos que los visitaban tenían más niños y yo tenía que ocuparme de todos". Mi trabajo era de sábado a domingo hasta las 12 de la noche sin día de descanso" y cuando me tumbaba un rato me estaban tocando a la puerta, porque me necesitaban para algo."

Esta joven cuenta solo la punta del iceberg de una situación en la que están muchos de sus compatriotas que caen en manos de estos nuevos esclavistas, que aprovechan la vulnerabilidad para hacerse con empleados obedientes, limpios y diligentes a los que pueden gritar, insultar y explotar dentro de sus casas sin leyes que los estorben.

Cómo funciona el mercado laboral de las empleadas domésticas en España

En España hay 37.335 filipinos, la mayoría vive en Madrid y Barcelona. 16 119 filipinos. (43.17%) y 10 957 filipinos. (29.35%) respectivamente, una emigración que es cada vez mayor en Italia y España, países de la UE, donde más inmigrantes hay de esta nacionalidad.

Estos números, sin embargo, son los que aparecen en el padrón municipal de cada comunidad, pero miles de filipinos sin documentos legales de residencia evitan acercarse a las entidades y administraciones, por temor.

A pesar de que existen numerosas agencias que ofrecen empleados filipinos "con inglés", las dos contactadas, NL Hogar, activa desde 1992 y Casalista, desde 2002, han rechazado la propuesta de participar en este artículo. Muchos inmigrantes filipinos no las conocen o prefieren el boca a boca para encontrar trabajo cuando llegan a España. Todas aseguran en sus webs que contratan a personas con documentos. El problema es cómo se supervisa a los empleadores, una vez que cierren las puertas de su casa.

La realidad de Bea es la de miles de mujeres en España que realizan trabajos domésticos. "Sabemos de empleadas que son recogidas en furgonetas en determinados de Madrid y las llevan a limpiar edificios y después no les pagan", asegura Rafaela Pimentel, portavoz del Colectivo Territorio Doméstico, que representa a estas mujeres invisibles, adonde no llega la inspección de Trabajo.

Pimentel, fundadora del proyecto Senda de Cuidados, sin ánimo de lucro, reclama que el trabajo en el hogar y de cuidadora sea un "trabajo público y comunitario que el Estado se haga responsable."

Bea ha pasado de un chalet a otro, de una familia bien a otra, pero las condiciones que le han ofrecido son idénticas: sin contrato, sin compasión. "Me tiraban los billetes cuando me pagaban".

"Los filipinos normalmente decimos sí a todo, nos gusta trabajar, queremos mucho a los niños y tratamos de hacer las cosas bien. Lo único que necesitamos es que nos traten como seres humanos y merecemos algo de aprecio, aunque no tengamos papeles".

"...Pero no son solas las mujeres filipinas, hay de muchas nacionalidades, asegura Pimentel que habla por todas las Bea que limpian y cuidan; critica el modelo de muchas agencias de colocación del empleo doméstico y las nuevas plataformas, porque "solo ven un negocio y ganar dinero, pero no velan por los derechos de las trabajadoras...muchas de estas lo que hacen es precarizar el trabajo y si hay un empleo de 500 euros le dicen a la inmigrante que 'está bien, que lo acepten, pero no saben cómo viven estas mujeres en esas casas". El nuevo o viejo tipo de explotación en pleno siglo XXI.