Unas gafas, una alianza, una sortija, unos zapatos viejos, o una pequeña llave, son algunos de los objetos que esta semana han aparecido en la fosa común de La Garba, en la localidad asturiana de Grado.
Junto a ellos aparecieron este lunes restos de seis cuerpos. Es probable que esos objetos les pertenecieran a ellos, que han estado enterrados durante más de ochenta años en la antigua trinchera donde fueron fusilados. Pero las gafas o los anillos bien podrían ser de otras personas, porque son sólo los primeros restos que se encontraron. Los trabajos de exhumación están sacando más a la luz.
Fue Amparo la hija de uno de ellos, José Arias, la que en primavera acudió a los trabajos de otra fosa, la de El Rellán, para hablar con los miembros de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. Ella tenía claro que su padre estaba enterrado en La Garba y les pidió que trabajaran en la zona.
En sólo un día de excavación, las sospechas se confirmaron. Nueve casquillos de bala habían dado la pista sólida de que allí había una fosa común y los restos de seis cuerpos decían todo lo demás. Los objetos encontrados, daban los detalles de aquellas vidas segadas mucho antes de tiempo.
Las dos hijas de José Arias, Amparo y Mª de los Ángeles, tienen 86 y 91 años. Pero eso no les ha impedido asistir a pie de fosa para ver los hallazgos de la excavación este miércoles. Su padre, labrador militante de la Agrupación Socialista de Grado tenía 43 años cuando cuando murió. Junto a su cuerpo, han estado enterrados desde 1938 una pareja de amigos: María Concepción García Álvarez y Enrique Rodríguez Siñeriz.
Las dos parejas eran de la localidad de Viñagra y habían vivido en Cuba, pero todas habían vuelto. La mujer de José Arias sí se salvó, pero murió mucho antes de que aparecieran los restos de su marido y de sus amigos. Han sido sus hijas las que han conseguido que el cuerpo sea desenterrado.
En la fosa, también se ha identificado a Jovino González Fernández. También estuvo en Cuba, pero acabó regresando a Asturias. Y pese a esconderse en casa de un amigo, no consiguió salvarse.
Él, como José, María Concepción y Enrique, fue asesinado el 28 de febrero de 1938. Pero la fosa no se cerró ahí. Casi un año después. los franquistas detuvieron a Erundina González. El arresto fue en su negocio, un chigre, tras la denuncia de un vecino. Tras ir a buscarla, le dijeron que la iban a conducir a Grado para tomarle declaración. Sin embargo, la desviaron y la llevaron hasta La Garba donde la asesinaron y arrojaron a la fosa.
La fosa se excavó en lo que había sido una trinchera de guerra. Allí han estado ocultos, no sólo los cuerpos, sino también algunas de sus posesiones.
Todavía no está determinado qué pertenece a quién. Ni siquiera si sus dueños son los fusilados identificados u otros asesinados anónimos que acabaran en esa fosa común. Pero sin duda son vestigios de la vida de personas que vivieron la represión franquista, la misma que después acabó con ellos.
Las gafas de uno de ellos han dado pie a los representantes de la Memoria Histórica a contar en Twitter la historia de sus hallazgos.
Pero hay mucho más. El calzado que no necesitaron más; la pequeña llave que quizás abría la puerta del chigre de Erundina; o la sortija de una de las mujeres que acabaron en esa fosa hacen pensar en las vidas que pudieron vivir esas víctimas y que ahora sus descendientes vuelven a recordar públicamente.