El huracán Katrina, la tormenta tropical Josephine, incluso algunos incendios de California tienen nombre propio desde el año pasado –Kincade Fire, Camp Fire–, pero no es así con las olas de calor. Hay un debate latente en Estados Unidos, y cada vez más aquí en España, sobre la necesidad o no de bautizar estos fenómenos, puesto que, como los ciclones, son un riesgo para la población.
El año pasado el diario 'USA Today' se preguntaba por qué se estaban nombrando los incendios de California –como se ha vuelto a hacer en 2020–. Un bombero del Departamento local de Silvicultura y Protección contra Incendios le contestaba entonces que hacerlo proporcionaba en la práctica recursos de respuesta con un localizador adicional, y permitía a los bomberos rastrear y priorizar los incidentes por su nombre.
El Centro Nacional de Bomberos estuvo de acuerdo, según publicaba este medio, siempre y cuando se establecieran límites, como también los hay con los huracanes, por ejemplo. Si un episodio se considera un gran incendio por sus dimensiones, como supongo ocurrirá con el Apple Fire de California de este año, ese nombre no deberá ser utilizado de nuevo. Es el caso de Katrina, que dejó cerca de dos mil muertos en 2005 en Estados Unidos.
Cabe preguntarse ahora si esto es necesario con las olas de calor, o si, de hecho, el cambio está ocurriendo ya. Desde agosto de 2020 existe una asociación llamada Alianza de Resiliencia al Calor Extremo (EHRA), que ha sido formada por el Centro de Resiliencia de la Fundación Adrienne Arsht-Rockefeller en el Atlantic Council junto con 30 socios globales. El objetivo: conseguir que las olas de calor dejen de ser “el asesino silencioso” que son, como las definió la directora de esta fundación, Kathy Baughman-McLeod.
En 2100, el 75 % de la población mundial podrá verse afectada por el calor letal, según una publicación de ‘Nature Climate Change’, si no se reducen las emisiones anuales de dióxido de carbono. Y recuerda el desastre de 2003, cuando se estima que entre 50.000 y 70.000 personas murieron en Europa por el calor, especialmente en el mes de agosto.
En Estados Unidos una de las olas de calor más históricas es la de 1980, cuando se dice que murieron más de 1.000 personas. Sin embargo, la NOAA (Administración Nacional Oceánica y Atmosférica) ha calculado que en total fueron unas 10.000 si se suman los fallecimientos por estrés derivado del calor. Son muchas más víctimas mortales que las que causó Katrina.
Y podríamos sumar las muertes prematuras que atribuye al calor extremo un estudio llevado a cabo por expertos de las universidades de Duke (en EEUU), Tel Aviv (Israel) y Washington: 12.000 en la última década.
Además los episodios de calor extremo y sequía como el de 1980 devastan el campo. Aquel le costó a Estados Unidos alrededor de 20.000 millones de dólares en daños agrícolas.
Es por esto que el recién estrenado EHRA y meteorólogos independientes de todo el mundo debaten este año si nombrar las olas de calor ayudaría a la población a establecer esa conexión calor extremo-peligro que salvaría miles de vidas.