El 2022 fue el año más cálido registrado en España, en parte por las sofocantes e interminables olas de calor que vivimos durante el verano. Algunas provincias de Andalucía incluso superaron los 46 ºC. Y esto no sería un caso aislado. Según un nuevo estudio liderado por investigadores de la Universidad de Santiago de Compostela (USC) y la Universidad de Vigo (UVigo), estos eventos extremos han aumentado en extensión y duración desde 1950 una media de un 4 % por década.
Las tendencias durante el periodo 1950-2020 indican que las olas de calor en la Península Ibérica y Baleares “son cada vez más intensas y los eventos extremos aumentan en magnitud”, han dicho en un comunicado los autores del estudio, Nieves Lorenzo, de la UVigo, y Alejandro Díaz-Poso y Dominic Royé, de la USC.
La investigación, que acaba de publicarse en la revista Environmental Research, muestra que la extensión media de las olas de calor para el periodo 1950-2020 aumentó un 4 % por década, "lo que sugiere una mayor exposición humana, un aumento en la demanda de energía e implicaciones para el riesgo de incendio", explican los investigadores.
En intensidad, las olas de calor han aumentado más en el oeste peninsular y zonas montañosas; en duración, lo hacen sobre todo en el este/sureste, y en general en el área mediterránea. Lo vemos en los siguientes mapas:
Los autores del estudio toman como referencia lo que se conoce como el índice EHF (Excess Heat Factor), desarrollado por científicos australianos, que analiza la intensidad y el proceso de aclimatación del cuerpo humano a las olas de calor.
En este sentido, las olas de calor en la zona montañosa y oeste peninsular se caracterizan por una EHF superior. Pero, como decimos, las olas de calor en estas zonas duran menos que en el área mediterránea en nuestro país.
Como ejemplo representativo, los investigadores plantean la ola de calor vivida en agosto de 2018. Aquel verano, una masa de aire tropical continental procedente de África gestó un calor especialmente intenso en el oeste/noroeste peninsular, debido a la ubicación de la dorsal en el oeste peninsular. Estas fueron las temperaturas máximas registradas el día 3 de agosto de 2018, el día más cálido de la ola de calor:
Y esta fue su anomalía:
En cambio, la costa sureste no se vio tan afectada en intensidad, pero se vio más afectada en duración. Si bien a partir del 6 de agosto la ola de calor se retiró en el oeste, en el litoral mediterráneo el calor se quedó hasta el 9 de agosto. Pero, insistimos: el calor fue mucho más intenso (aunque durante menos días) en el oeste, es decir, en Galicia y Portugal.
Esto es así porque la advección de las masas de aire cálido procedente de África pierde energía al cruzar el mar Mediterráneo. Por tanto, aunque persistan más por allí, el calor no suele ser tan intenso en el litoral mediterráneo y Baleares.
Aquella ola de calor sirve de ejemplo porque coincide con los datos que recogen en el periodo 1950-2020.
En ese periodo, enuncia el estudio, “el número de días consecutivos en los que la EHF es positiva, muestra que en la mayor parte de la costa mediterránea los eventos de olas de calor duran más de 5 días consecutivos mientras que en la mitad noroeste apenas superan los 4 días”.
De media, gran parte del norte y oeste peninsular registra 132 días o menos de ola de calor por década (hablamos de ola de calor de baja severidad), mientras que el sureste peninsular, archipiélago balear y casi toda la costa mediterránea alcanzan al menos 142 días por década.
Si hablamos de olas de calor severas y extremas, “el número de días/década es muy superior en el archipiélago balear y sureste del Mediterráneo, duplicando el número de días de extrema severidad (≥ 4 días/década) respecto al resto de la Península, con la excepción del noroeste peninsular y sur de Portugal”.
Sin embargo, su rango local de intensidad e intensidad máxima son menores.
Si miramos hacia el futuro próximo, concretamente el periodo de 2021 a 2050, los resultados del estudio son incluso más preocupantes, ya que se prevé que las olas de calor aumenten un 60 por ciento en intensidad en la Península Ibérica, y entre un 6 y 8 % por década en extensión.
La idea de esta investigación, aseguran los autores, es utilizar el índice EHF para detectar condiciones de olas de calor con mayor antelación, de manera que se puedan “minimizar sus efectos en el sistema sanitario o en sectores vulnerables como el energético o el agrícola”, concluyen.