Cuando los hijos empiezan a demandar un teléfono móvil, muchos padres empiezan a dudar y a preocuparse sobre el uso que le van a dar y las consecuencias que puede tener a corto y largo plazos. Algunas de ellas son: ¿qué tipo de móvil deberían tener mis hijos? ¿Cómo debería configurarlo para que lo utilicen de forma segura? ¿Tengo derecho a supervisar su actividad digital? La respuesta es tan fácil de responder como compleja de aplicar: no se trata de prohibir, sino de educar. O por lo menos así lo aseguran la mayoría de expertos en la materia.
Recientemente se ha publicado una nueva guía sobre el tema, ‘Conectados. Un contrato familiar para que el uso del móvil nos funcione a todos’ (editorial Molino), que pretende de manera clara y fácil ayudar a las familias a resolver estas y otras incógnitas del uso de pantallas en adolescentes. La ha escrito Laura Cuesta, profesora adjunta de Comunicación Digital y Medios Sociales en la Universidad Camilo José Cela de Madrid, y experta en analizar el comportamiento de niños y adolescentes en el entorno digital. Este trabajo lo compagina con la divulgación en su blog, Educación Digital para familias, y redes sociales, Educación para familias y en su anterior libro, ‘Crecer con pantallas’ (2023).
Charlamos con ella para poner luz y conseguir algunas claves que nos permitan mejorar la comunicación y el uso de las pantallas en casa.
Pregunta: Es completamente normal que a muchos padres les preocupe el uso que hacen sus hijos del teléfono móvil. ¿Cómo pueden sentir que tienen más control?
Respuesta: Muchas familias están desbordadas y preocupadas por el uso abusivo y muchas veces problemático que están haciendo los niños y adolescentes de las pantallas durante los últimos años y, derivado de ello, el aumento de los problemas tanto físicos como emocionales de los menores. Además, no haber crecido rodeados de tecnología como ellos y no ser expertos en informática o digitalización hace que muchos padres y madres crean que nunca van a poder educar y acompañar a sus hijos en este nuevo entorno. Pero tan solo hace falta que estemos al día y que busquemos información y recursos para poder ayudarlos a configurar la privacidad y seguridad de sus dispositivos y perfiles digitales.
P: ¿Cuanta más educación mejor uso?
R: Las familias velamos en todo momento por la salud y el bienestar de nuestros hijos. Les educamos, les dotamos de alimento y les cuidamos. Pero, además, hoy día, en plena era de la digitalización, aparece un nuevo término asociado con la labor de los padres y las madres: la mediación parental. Se trata del mecanismo por el cual los responsables del menor lo acompañan en su proceso de alfabetización digital, lo educan para que realice un uso responsable y seguro de las nuevas tecnologías y velan por impedir que los riesgos de la tecnología se materialicen, y, en caso necesario, ofrecen soluciones. Tenemos que acompañar a nuestros hijos en el proceso de alfabetización digital, que debe ser progresivo.
P: ¿Cuál sería el ideal de uso por edades? ¿Y a qué debería estar recomendado el primer móvil?
R: La decisión de entregar el primer móvil no debería depender de la edad ni de la presión social (aunque entiendo que no siempre es fácil), sino de las necesidades y circunstancias tanto del niño como de la familia, porque antes de decidirnos por un teléfono inteligente, un smartphone, hay otras opciones para ellos. Creo que estos no se deberían dar antes de los 14 años, porque los teléfonos sin internet pueden facilitar las necesidades de los padres y madres que trabajan fuera de casa, por ejemplo, y necesitan, por seguridad, contactar o localizar a sus hijos al salir del centro escolar o de una extraescolar, o, simplemente, cuando salen a la calle sin su supervisión.
Generalizando, en un “ideal por edades”, diría que de 10 a 14 años lo mejor es un móvil sin conexión a internet, con llamas ilimitadas, lo que conocemos como un “móvil tonto” o, también, un reloj para niños con la función de llamadas o mensajes; de 14 a 16, ya podemos introducir un smartphone, porque ellos ya necesitan contactar (recordemos que hoy día muchos hogares ya no cuentan con teléfono fijo), comunicarse y socializar con sus amigos y compañeros, pero nunca con tarifas de datos ilimitadas, y, si es posible, que sea un teléfono de gama baja; y a partir de los 16, podremos ir aumentando los datos según las necesidades, autocontrol y responsabilidad de nuestro hijo.
P: ¿Crees que dentro de unos años veremos más regulación en cuanto al acceso de los menores a determinados contenidos como la pornografía o la violencia?
R: Espero y deseo que no hablemos de “años”, sino de “meses” para que se pongan en marcha las regulaciones ya vigentes (como la Ley de Servicios Digitales) que obliga a las plataformas a implementar sistemas de verificación de edad eficaces para evitar el acceso de los menores, y les hace también responsables de todo contenido inapropiado que pueda afectar al desarrollo tanto físico como emocional de estos. Pero aún así, desde casa, desde la familia debemos hablar con nuestros hijos sobre sexualidad y relaciones afectivo-sexuales para lograr su bienestar y desarrollo saludable.
P: ¿Qué primeros consejos les darías a los padres que se inician en el uso de las tecnologías por parte de sus hijos?
R: Una de las cosas que siempre suelo recomendar a las familias cuando deciden dar el “primer móvil” en casa es explicar a sus hijos que lo que les facilitan no es un juguete, que no es un regalo. Por ello, deben evitar regalar teléfonos por el cumpleaños, Navidad o las buenas notas, y que, por el contrario, si hacen algo mal o suspenden, no les castiguen quitándoles el móvil. No lo utilicemos como moneda de cambio. Al final, es una herramienta que les facilitamos, igual que los libros o un ordenador, para seguir aprendiendo. Y hay una serie de cláusulas que tienen que cumplir.
P: ¿Cuáles serían?
R: Por ejemplo, un límite horario, que hasta que sean mayores de edad vamos a conocer las claves, que tenemos que autorizar la descarga de cualquier app que conlleve un gasto… Para muchos, el tener un “contrato familiar”, siempre consensuado con ellos, con toda esta información por escrito, facilita el que asuman esta nueva responsabilidad, y ese justo ha sido el objetivo de escribir ‘Conectados. Un contrato familiar para que el uso del móvil nos funcione a todos’.
P: Hablas de aplicaciones, que son redes sociales, ¿por qué pueden llegar a ser un problema?
R: Como nos explican los especialistas, los dispositivos móviles realmente son meros transmisores y no son la causa, como tal, de posibles daños emocionales o psicológicos. Son las aplicaciones que tenemos instaladas las que podrían ser una importante fuente de distrés emocional y de deterioro funcional. ¿Y qué es lo que hace que vayamos a consultar el móvil tantas veces para ver si tenemos un nuevo mensaje, un nuevo comentario o un me gusta en una foto? Efectivamente, las notificaciones. Estas actúan como un “reforzador secundario” que nos insta a estar siempre en alerta y pendientes para no perdernos nada (aumentan el sentimiento de FOMO). Por tanto, si silenciamos (los sonidos, vibraciones, etc.) o anulamos el envío de las notificaciones, eliminamos una parte muy importante del problema.
Y si esto lo trasladamos a cómo gestionar esos primeros dispositivos de nuestros hijos y cómo establecer normas y límites para evitar el abuso nos lleva a que debemos siempre configurar todas las aplicaciones para limitar o eliminar el envío de notificaciones. Además, es muy importante que, si no podemos evitar que duerman con el dispositivo fuera de su habitación (lo más recomendable), al menos, lo pongan en silencio o en “modo avión” para que nada pueda interferir en su descanso mientras duermen.
P: Supongo que hay padres que protegen a sus hijos, pero ¿qué pasa cuando amigos u otros conocidos no y esos niños se ven expuestos?
R: Ese es exactamente el ejemplo que nos debe hacer reflexionar de por qué debemos comenzar a hablar con nuestros hijos en casa sobre los riesgos (y oportunidades) que conlleva la tecnología antes de darles esos primeros dispositivos. De por qué debemos hacerlo desde que van en ruta al cole, desde que van a casa de amigos, desde que comienzan a tener una actividad social, en definitiva, que nosotros ya no controlamos… Ellos deben entender la importancia de cuidar la seguridad y privacidad de sus datos y los de toda la familia, saber qué es la Huella Digital y cómo una mala gestión de su identidad digital puede afectarles en su presente y futuro.
Y al igual que nosotros velamos y protegemos el derecho al honor y a la imagen de nuestro hijo no publicando fotografías de él en las redes sociales ni grupos de mensajería instantánea, tenemos que hacer que el resto de las personas de nuestro círculo (abuelos, tíos, amigos) lo entiendan y lo respeten.
P: ¿Qué ocurre cuando son los propios padres los que exponen a sus hijos en redes?
R: El gran desconocimiento que tienen algunas familias sobre el mundo digital (por ejemplo, al creer que, aunque hayan limitado la exposición de su perfil haciéndolo privado, pueden ser los propios conocidos o familiares los que compartan esas imágenes que les han llegado por las redes; o incluso podrían ser utilizadas por terceros por las políticas de la propia plataforma), puede poner en riesgo la seguridad y privacidad de los hijos. Incluso tenemos el cada vez más normalizado y habitual caso de las madres influencers (más raro es el caso del padre influencer) que comparten toda su actividad, incluidas las fotos con sus pequeños, en fanpages públicas indexadas por los buscadores.
P: ¿Qué riesgos conlleva?
R: De entre todos los riesgos que el sharenting conlleva, el primero de todos, y más grave, es la facilidad con la que un pederasta o un pedófilo podría acceder a la fotografía de nuestro hijo, descargársela de nuestro perfil y utilizarla para cualquier fin ilícito relacionado con la pornografía infantil. Por ello, no se deben subir nunca a internet fotografías de menores sin ropa, ya que nunca se sabe dónde puede acabar ese contenido.
P: ¿Existen más, verdad?
R: Sí, el aumento exponencial del uso de aplicaciones de IA generativa ha dado lugar a otro riesgo denominado morphing, que consiste en alterar la imagen del menor (puede ser cualquier foto en cualquier contexto) con otras de carácter pornográfico, dando lugar a una nueva fotografía de alto contenido sexual protagonizado, sin quererlo, por parte del menor.
Otro riesgo es el acoso al que puede verse sometido el niño, especialmente en el caso de los adolescentes, por parte de sus propios compañeros de estudio, al ver publicadas ciertas fotografías hechas por sus progenitores.
P: ¿Tienen los padres derecho a controlar los contenidos que ven sus hijos?
R: En el acompañamiento, si solo vigilamos y controlamos, nuestros hijos se sentirán espiados, como si les hubiéramos instalado un spyware en sus dispositivos. Espiar no es educar. En cambio, si les explicamos por qué manifestamos tanto interés en saber lo que hacen, si supervisamos, si lo hablamos, si compartimos nuestra experiencia, nuestros propios fallos y errores, todo aquello que vamos aprendiendo, se sentirán parte del proceso.
Además, según el Reglamento general de protección de datos actualmente —puede cambiar si se aprueba un anteproyecto de ley que ya fue aprobado en el Consejo de ministros en julio— dice que a partir de los 14 años son gestores de su propia identidad, de sus datos. Es decir, ya pueden hacer uso y tener presencia y perfil en cualquier plataforma, son libres de subir cualquier publicación, imagen o contenido. Antes de los 14 años, somos sus padres y sus tutores los responsables legales de toda la actividad que tengan en el entorno digital, y, por tanto, tenemos que vigilar todo lo que ocurra. Lo que se está pidiendo es elevar hasta los 16, es decir, hasta esa edad no podrían registrarse en ninguna aplicación.
P: ¿Cuál es, entonces, la situación actual?
R: Ahora mismo, los padres están en una situación complicada porque a partir de los 14 no pueden entrar en sus dispositivos o redes para ver qué están publicando, pero también tenemos que ir vigilando para protegerlos de cualquier riesgo. Porque la ley también dice que, en caso de cualquier duda de que le pueda estar sucediendo algo a un menor, aunque sea mayor de 14, los padres tenemos la obligación de entrar para salvaguardar su seguridad. Si yo creo que mi hijo está sufriendo ciberacoso o sextorsión, podríamos acceder.
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