Nuestra forma de habitar cambia, de la misma forma que lo hace la sociedad. En países como España, el cambio de modelo de familia, una mayor movilidad nacional e internacional, la evolución del mercado de vivienda (hacia precios cada vez más prohibitivos para la inmensa mayoría de los ciudadanos), nuestra mayor longevidad, la ruptura de las estructuras tradicionales de cuidados y comunidad entre familiares... son factores que, con el tiempo, acaban dando lugar a nuevos modelos de convivencia. Tal vez por eso el cohousing o modelo de vivienda colaborativa (que no es nuevo, pero se renueva) está tomando un fuerte impulso en nuestro país. Descubre en qué consiste esta alternativa a los sistemas habituales de alquiler o compraventa de vivienda, basado en la vida comunitaria y en el cuidado y crecimiento conjunto.
El cohousing o modelo de viviendas colaborativas no es nuevo, ni tampoco único: existen ejemplos ya en los años 60 en los países nórdicos y desde los 80 en Estados Unidos, así como diferentes maneras de poner en práctica esta idea, muchas veces en función de las necesidades de cada comunidad o de la legislación aplicable en cada país. En realidad, el concepto parte de una idea que (seguro) ha pasado por la cabeza de muchos: convivir de forma más humana y sostenible, a partir de un modelo alternativo al que ofrece el tradicional mercado de vivienda.
Como nota común, en la vivienda colaborativa se crea una comunidad de forma voluntaria y horizontal, en la que un grupo de personas desarrolla un proyecto conjunto, autopromovido y autogestionado.
En el caso de España, el cohousing se instrumenta normalmente a través de cooperativas en cesión de uso, una vía que nada tiene que ver con el modelo tradicional de propiedad privada y la posible especulación que éste lleva de la mano. El procedimiento habitual para crear un proyecto de vivienda colaborativa sería aquel en el que un grupo de personas decide unirse para definir la autopromoción de un grupo de viviendas, tomando todas las decisiones necesarias para materializar esta idea de forma conjunta y horizontal: tipo de vivienda, tipo de servicios de que quieren disponer, qué gastos se compartirán... Normalmente se desarrollará un modelo de convivencia comunitaria que será el punto de partida del proyecto, y que lo hará posible gracias al compromiso del conjunto de miembros.
Además, este tipo de modelo ofrece la posibilidad de reducir costes con respecto a la compraventa de vivienda tradicional, al no existir intermediarios ni un interés especulativo. Permite, además, otro tipo de ahorro, al compartirse servicios y realizarse actividades comunitarias. En cuanto a las normas de convivencia, las marcarán los propios residentes, y tanto las labores de mantenimiento como las tareas administrativas y de toma de decisiones suelen asumirlas los propios miembros de la comunidad.
Otro aspecto clave es que la idea de propiedad privada queda, en estos casos, desdibujada: cuando se utiliza el modelo de cooperativa en cesión de uso, el propietario del inmueble es la propia cooperativa, que cede a cada miembro el uso de las viviendas y espacios. Éstos pagarán una cantidad en concepto de entrada que funcionará como depósito, y una cuota mensual para hacer frente a los costes de mantenimiento. En caso de abandonar la cooperativa, ese depósito será devuelto.
Por tanto, no existe el concepto de propiedad, ni se produce una compraventa, ni se puede especular con el espacio ocupado. Simplemente existe un derecho de uso de una determinada vivienda y de unas zonas comunes, y las decisiones de entrada y salida de nuevos miembros suelen tomarse de forma mancomunada, así como las referentes al posible derecho a heredar el uso de una vivienda.
Más allá de los aspectos legales, la lógica de estos espacios pasa por volver a un modelo de convivencia real, en el que exista verdadero contacto humano entre las personas que comparten una propiedad horizontal o una misma área. Se trata de reducir el individualismo y de garantizar la compañía y el cuidado como recetas contra la soledad. Por eso este tipo de viviendas funcionan de manera distinta también a nivel arquitectónico, y suelen estar pensadas para generar amplias zonas comunes y espacios de coexistencia y convivencia comunitaria, dando un menor protagonismo a los espacios individuales, pero garantizando la intimidad e independencia.
En cuanto al perfil de usuario, éste cada vez resulta más variado: muchos proyectos parten de personas de edad avanzada y buen estado de salud que buscan una alternativa a los modelos convencionales para vivir una tercera edad activa; otros proyectos parten de un concepto intergeneracional desde sus inicios. En general, lo que suele unirlos a todos es el trasfondo ideológico, creándose la unión de personas que compartan los mismos valores con respecto a la convivencia y el concepto de comunidad.