Cuando hablamos de inversión, un concepto clave es el de gestión pasiva. Se trata de una fórmula que ha crecido exponencialmente en los últimos años, si bien su antagonista, la gestión activa, sigue siendo la forma principal de invertir. ¿Qué es la gestión pasiva y cuáles son sus ventajas?
Tal y como recuerdan desde ING, cuando hablamos de inversión activa nos referimos a un modelo en el que el ahorrador que desea invertir—por ejemplo, en bolsa—confía su dinero a un experto. Este experto es quien adopta una actitud “activa”, es decir, "irá comprando y vendiendo acciones a lo largo del tiempo—en función de su propio criterio—para conseguir una buena rentabilidad".
En cuanto a la idea de rentabilidad, para que ésta se considere “buena” debe ser superior a la del índice que se elija como referencia. Por ejemplo, en el caso de la bolsa española, el índice de referencia suele ser el Ibex 35, que mide la evolución de las principales empresas del país. Así, para que una inversión tenga una buena rentabilidad, tendríamos que superar la experimentada por el Ibex 35 en el mismo periodo de tiempo (por ejemplo, un ejercicio anual).
La principal diferencia entre la gestión pasiva y la activa es que el objetivo de la primera no es mejorar la rentabilidad de un índice de referencia, sino igualarlo, y para ello “no se requiere un experto ni una estrategia". Bastará en ese caso comprar acciones de todas las empresas que componen el Ibex 35 en el porcentaje que determina este índice.
La gestión pasiva de carteras de inversión sería entonces la estrategia de inversión (en renta fija o renta variable) cuyo objetivo es replicar la evolución de un determinado índice. A nivel teórico, la inversión pasiva se basa en la idea de que el mercado es eficiente en su forma intermedia, por lo que los precios de los activos reflejan toda la información disponible, lo que implica que es una pérdida de tiempo y de dinero la predicción de la cotización de los valores o de los tipos de interés futuros.
Así, una de las ventajas de la inversión pasiva es que, si bien no se elimina el riesgo de mercado, sí se evita la incertidumbre que gira en torno a si los gestores de la cartera van a superar el mercado.