A estas alturas del milenio, todo el mundo sabe lo que es un influencer. La RAE recoge este término como el anglicismo con el que se designa a una persona con capacidad de influir sobre otras personas, principalmente, en las redes sociales. Algo similar a lo que, en la era analógica, era un líder de grupo - reducido por entonces a un contexto familiar, de amigos, trabajo o clase - sólo que con el altavoz infinito que le ofrecen las nuevas formas de comunicación digital. Lo que comenzó con el Fotolog a principios de los años 2000, derivó a todo un fenómeno social que encontró su nicho perfecto en Instagram, una red social donde lo principal no era la vivencia de la persona, sino cómo lo vivía.
El foco de atención se puso en lo que se comía, dónde se comía y cuánto costaba; y la misma fórmula podía aplicarse a la vestimenta, las joyas, los viajes, la cosmética, la decoración, perfumería e incluso - y esto es lo más controvertido - a las relaciones personales, sujetas al estereotipo y la medida. Poco a poco, Instagram se convirtió en el escaparate soñado para cualquier publicista y, por ello, las marcas aprovecharon el tirón de los influencers para promocionar sus propios productos.
Primero, a través de las prácticas subliminales - como cuando aparecía un bote de 'Cola Cao' en la mesa del desayuno de 'Los Serrano' o 'Médico de Familia' - y más tarde, con el aviso explícito de que el contenido que está ofreciendo el influencer está pagado, patrocinado y es publicitario. A pesar de esta advertencia, que podría desacreditar el verdadero interés del influencer por el producto, hay quienes piensan que éste es un método de compra compulsiva tan efectivo que ya es hora de pararlo. Gente a las que no le parecen bien los hauls, los unboxing, ni los 10 pasos necesarios para hacerse bien el skincare.
Se hacen llamar desinfluencers y su objetivo es influenciar en la desinfluencia, es decir, utilizar el mismo altavoz aprovechado por las marcas para animar a los usuarios a que no las compren. O, al menos, a que no lo hagan compulsivamente. Son un grupo de jóvenes que podrían enmarcarse dentro de otros movimientos de necesaria revisión de hábitos, gracias a los que han nacido nuevas formas de comercio mucho más sostenibles - para el bolsillo y para el planeta - como la venta de ropa de segunda mano o de productos reutilizados; algo que, tiempo atrás, se hubiera visto como una opción poco 'glamourosa', sobre la que había una gran desconfianza y que, sin embargo, ya se ha consolidado como una de las mejores formas de reutilizar lo que ya está fabricado.
En este contexto, el desinfluencer anima a sus followers a pensar antes de comprar. A que se pregunten si realmente necesitan esa manta XXL, o el organizador de armarios o la diadema escalada para retirarse el pelo a la hora de maquillarse. Ellos firmemente creen que no. Creen que la publicidad ha alcanzado su máximo exponente en los shorts y los reels y que, lo que antes se acotaba a los anuncios de la televisión o a las vallas, ahora está presente 24/7 en nuestras vidas. Así, crean necesidades en los usuarios que se ajustan más a los intereses del vendedor, que a los del comprador. Y los desinfluencers no se cortan a la hora de nombrar a Shein, Zalando, Inditex, Byoma o Sephora, por ejemplo, con sus nombres y apellidos.
Desde sus cuentas no demonizan la compra, pero sí la compra sangrante. Alertan al usuario sobre lo "inútil" que es comprar una carcasa de móvil tras otra o tener que llevar un outfit distinto en casa ocasión, como si "repetir modelito" fuera un atentado al protocolo, cosa que, por cierto, han desmitificado totalmente tanto la Reina Letizia como su hija Sofía, repitiendo vestido en varios de sus eventos públicos y oficiales.
Los desinfluencers lanzan preguntas como: "¿Para qué lo quieres?" o "¿Realmente lo necesitas?" para empoderar al consumidor y convertirlo en un comprador con criterio propio que no se deja llevar por la viralidad. También critican aquellos productos que se han hecho virales - y que suelen ser sorprendentemente baratos - que ellos mismos probaron con profunda decepción. Buscan, por tanto, que el comprador no se deje engañar por las nuevas formas de branding o produce placement, si bien su vehemencia contra algunas marcas ha levantado el debate de si habrá una mano negra detrás y ellos habrán sido pagados por la competencia.
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