Aunque los problemas psicológicos cada vez tienen más visibilidad y cabida en la sociedad, todavía hay muchos mitos en torno a ellos. Todos conocemos a alguien con depresión o con ansiedad, pero hay otros trastornos que siguen siendo desconocidos para la mayoría de la población, como por ejemplo el trastorno bipolar. Muchas personas siguen pensando que la bipolaridad es cambiar de opinión cada cinco segundos. Esto es falso, y para desmontar todas estas falsas creencias nos hemos puesto en contacto con David (nombre falso para preservar su intimidad), un chico de 26 años diagnosticado de trastorno bipolar.
Siempre fui un niño muy movido de pequeño, tanto que mis padres me llevaron a varios especialistas para entender lo que me pasaba. Aun así no supe que lo que tenía era trastorno bipolar hasta que cumplí los 19 años.
Es raro que un niño tenga trastorno bipolar, normalmente suele aparecer cuando eres adulto. Por eso confundían mis síntomas. Era muy movido, siempre necesitaba estar haciendo cosas, en mi cabeza los pensamientos se pisaban entre sí de lo rápido que iban y me costaba prestar atención porque me distraía con facilidad. Los pediatras, psicólogos, psiquiatras y neurólogos que me vieron dijeron de todo: déficit de atención, ansiedad, depresión, problemas de conducta, etc. Bueno, de todo menos lo que de verdad me pasaba.
No siempre estaba eufórico e hiperactivo. También tenía rachas malas en las que no me apetecía ir a clase, estaba malhumorado y lo único que quería era quedarme jugando con el ordenador sin hablar ni ver a nadie. La depresión en un crío de 13 años no es igual que cuando tienes veinte, lo digo por experiencia.
En el instituto aguanté un poco como pude. Hice un grupo de amigos a los que le gustaban mucho los videojuegos, así que congeniábamos muy bien. Durante las rachas de depresión jugaba desde casa y como ellos eran bastante aislados nunca se enfadaban si yo pasaba de salir. Aun así, nunca les conté que iba al psicólogo porque me daba vergüenza.
Cuando pasé a la universidad me mudé y me descontrolé totalmente. Empecé a salir de fiesta prácticamente todos los días y a lo mejor estaba dos días sin dormir porque me sentía subidísimo. Empecé a salir con una chica de clase, pero me dejó porque yo no estaba bien. Es fácil echarle la culpa a ella por no apoyarme, pero fui un capullo y lo raro es que no me dejase antes. Bebía, a veces me drogaba y me enrollaba con todas las chicas que se me ponían por delante. Estaba sufriendo un episodio maníaco.
Me sentía como un dios. Tenía la autoestima por las nubes, no necesitaba dormir y tampoco podía pararme quieto. Pensaba que podía drogarme sin que me afectase, que podía enrollarme con quien quisiese sin consecuencias o que podía salir de fiesta a diario sin que repercutiese en mis exámenes. Era como Jim Carrey en la película de 'La Máscara'.
Cuando mi novia me dejó me dio el mayor bajón de mi vida. No tenía fuerzas ni para ir a los exámenes. Sólo era capaz de quedarme en la cama. Estaba tan apagado que ni siquiera me levantaba para ir al baño, usaba una botella porque no quería que mis compañeros de piso me viesen así. Admitir esto es duro, pero así es la depresión.
El punto más difícil fue cuando sentí que no podía más y pensé en quitarme de en medio. Tenía pensado todo: cómo, cuándo y dónde suicidarme. Hasta había dejado escrita una carta para mis padres, pero al releerla pensé: “¿qué narices estás haciendo?”.
Fui corriendo a urgencias y el psiquiatra de guardia me salvó la vida. Desde el primer momento sentí que me escuchaba, y tras varios días de ingreso y evaluaciones psicológicas y psiquiátricas, me diagnosticaron trastorno bipolar.
Aunque costó encontrar el medicamento y la dosis que me iba bien, ahora mismo estoy totalmente estable. Han sido varios años hasta que he conseguido ser yo, sin manías ni depresiones. Eso sí, no puedo dejar los medicamentos porque esto no es como una depresión aislada. Es un problema más complicado y si dejo las pastillas podría descompensarme otra vez.
Durante este tiempo he tenido alguna pareja y muchos rollos, y siendo sincero creo que no hay diferencia a lo que han vivido amigos míos. Cuando alguien con trastorno bipolar esta estable, su vida amorosa es idéntica a la que puede tener cualquier persona sin un trastorno psicológico. Me he enamorado, a veces de forma correspondida y a veces no, he cometido errores, he tenido discusiones, he sido dejado y he dejado.
Ahora mismo tengo pareja. Llevamos juntos 9 meses y sabe que tengo trastorno bipolar. Es una chica que me apoya, que ha ido conmigo al psicólogo para entenderme mejor y que en ningún momento me ha juzgado o se ha asustado por mi situación. Al final eso es lo importante, acertar con tu diagnóstico, hacer caso a tu psicólogo, psiquiatra o tu médico, y tener gente que te apoye y que te quiera.