Definir una adicción es complicado pero lo es más, el hacerle frente. Sí, ese momento de pedir ayuda porque hay algo dentro de ti que te dice que no puedes parar de hacer lo que haces y eso que sabes que es algo malo, que te podría llegar a matar.
Así juega la adicción en nosotros. Bien puede ser por el consumo de 'sustancias más clásicas' y comunes como alcohol, cocaína, tabaco o cannabis entre otras, o bien por otras formas menos convencionales, pero también perjudiciales como serían el mundo de las apuestas por internet, las redes sociales o incluso algunas relaciones. En todas ellas se mantiene un mismo patrón: una mezcla de autoengaño y de deseo automático que podría resultar una "enfermedad física y psicoemocional que crea dependencia y que se caracteriza por un conjunto de signos y síntomas, que involucran a factores biológicos, genéticos, psicológicos y sociales", tal como define la propia Organización Mundial de la Salud (OMS).
En el caso de Miguel López de 20 años su adicción eran múltiples tóxicos como el alcohol, las benzodiacepinas, el cannabis y la cocaína y, al igual que a otras personas que han estado en su situación, él no vio venir que aquel consumo se estaba convirtiendo en algo más. Era uno más dentro de ese 23,2% de jóvenes de entre 15 y 34 años que caían en el consumo de drogas (cannabis, MDMA, anfetaminas y cocaína) tal como recoge el Informe sobre drogas 2019 en España del Ministerio de Sanidad. Sin embargo, tocó fondo: "Hubo un punto de inflexión en mi vida, la tenía totalmente desordenada sobrepasando todos los límites" y dio ese paso tan importante de reconocer que necesitaba ayuda profesional. Tenía que acudir a un centro de desintoxicación. Era un 28 de junio de 2019 cuando llegó al Centro de Adicción de Sevilla (CAS).
No, sin mucho esfuerzo, en algo más de un año y tres meses ha conseguido reconstruir su vida. Lo pone en los papeles de su alta terapéutica en fecha del pasado 14 de octubre de 2020 y lo reconoce él mismo después de todo lo que ha pasado: "Sí, se puede y hay que hablar de esto con honestidad para que se normalice y así dar esperanza a los que están todavía en esa oscuridad", tal como nos ha contado a Yasss. Con toda su ilusión ha querido hacer público ese mérito que a base de consejos y pautas le ha llevado a la esperada fase de reinserción. Su frase emocionada de "Voy a llorar" junto con las imágenes que confirmaban su alta médica en su cuenta de Twitter, le han servido para ver de cerca el calor y ánimo de la gente.
Por contra de lo que se imaginaba el entrar en un centro de desintoxicación, ha sido "la experiencia de su vida", tal como él mismo ha calificado y lo que quiere ahora es compartirla con todos para lanzar un mensaje de optimismo a otros que dudan de si se podrán recuperar tarde o temprano de su adicción.
Pero no siempre fue así. Miguel reconoce que llegó a no tener ilusión por nada, su voluntad se centraba solo en consumir y lograr esa falsa 'satisfacción'. Tanto es así que se fue alejando de todos y de todo lo que hasta ese momento había hecho: "De mi entorno social estaba sacando a todas mis buenas amistades, alejándome de ellas porque me impedían el consumo; mis estudios los acabé abandonando y a la familia, las personas más importantes de mi vida, les tenía psicológicamente destrozados y agotados. Yo era una desgracia para ellos", relata Miguel.
Eso es lo que ahora dando marcha atrás, más le duele. Las falsas promesas, las mentiras, amenazas, etc. En definitiva, la otra cara de la adicción, la amarga y cruel que se paga con los que se preocupan y están a tu alrededor. "Yo nunca he querido portarme mal con la gente que me quiere ni fallarles, pero cuando hay una adicción los límites no existen y te vuelves capaz de hacerte mucho daño a ti mismo y a la gente que te quiere de verdad", reconoce.
La idea de salir de todo eso se le pasó por la cabeza en varias ocasiones y admite que en el último año antes de ingresar quería dar el cambio pero el problema es que no sabía cómo hacerlo. Fueron momentos complicados, pero lo fue más, el día que pidió finalmente ayuda: "Implicaba enfrentarme conmigo mismo y mucho miedo de no saber llevarlo, no verte capaz, miedo a lo desconocido, pero al final llamé a mi tío y le dije que estaba muy cansado de la situación. Él me aconsejó de buenas maneras explicándomelo todo con razones de peso, el hecho de ingresar en un centro y empezar de cero". A partir de esa conversación ya no hubo vuelta atrás. Miguel se decidió a ingresar en un centro y gracias a esa decisión hoy puede decir todo lo que ha aprendido.
Adaptarse a una vida nueva sin consumo, en otro ambiente diferente y alejado de los tuyos es una prueba muy difícil, pero Miguel la pasó, aunque no sin mucho esfuerzo. "Para mí la primera noche fue la más complicada, me costaba hacerme a la idea de dónde estaba, lejos de la familia y de mi zona de confort. Casi no hablaba con nadie", tal como confesaba.
En ese nuevo ambiente, las crisis nerviosas no tardaron en llegar. "La abstinencia física la pasé con fuertes ataques de pánico, insomnio, poca hambre y mucha ansiedad". Pero Miguel trata de no recrearse más de lo necesario en eso y saca como conclusión que era algo que "había que pasar y que pronto su cuerpo empezó a agradecer los nuevos y buenos hábitos". En esos peores momentos es donde él reconoce que también aprendió más. No solo a conocerse a sí mismo, sino también a agradecer la ayuda que le estaban prestando tanto a él como a los demás desde el centro. Algo que, admite, no había hecho hasta ese momento.
"Me acogieron con muchísimo cariño, no tengo palabras para describir el trato tan humano y tan cercano con el que me recibieron mis compañeros y el equipo terapéutico en el Centro de Adicción Sevilla (CAS)". ¿Qué es lo que más valoró en esos primeros días? Miguel lo tiene claro: "Me dieron el espacio que necesitaba, me apoyaron con un amor incondicional sin importar de dónde venía o quién era. Todos estábamos allí por el mismo problema y con un mismo objetivo y al 100% para ayudarnos los unos a los otros, escucharnos y aprender. Todos a una", recuerda.
De esta experiencia ha sacado muchas lecciones, pero la fundamental y de la que habla lleno de orgullo la resume muy bien en una frase: "He aprendido a vivir". Lo de antes, dice que era algo irreal. Que ahora se ha permitido sentir emociones y sentimientos tanto agradables como desagradables sin necesidad de tener que consumir. Que ha recuperado valores y principios, ha descubierto cosas que le dan una satisfacción real, natural y duradera y también ha aprendido a pasarlo bien a pasarlo mal, pero sobre todo a afrontar las cosas cuando no son tal como uno quiere.
Ahora se abre un nuevo periodo que resulta muy crítico. Es el momento de volver a integrarse en la sociedad, de abandonar esa burbuja de protección del centro y también el posible reencuentro con los viejos hábitos. "Hay que estar muy alerta y no bajar la guardia. Esto ya es de por vida", admite Miguel que reconoce que esta fase es muy difícil, pero para la que lleva mucho tiempo preparándose.
"Ahora que ya está todo bien atado, queda seguir las pautas de protección, toca seguir los estudios, seguir con el deporte, seguir con las terapias ambulatorias, seguir estrechando los lazos con la familia y no olvidar nunca de donde vengo", en relación a aquellos años en los que estuvo tan perdido.
Lo cierto es que el chico que no quería reconocer que tenía un problema y que tardó en darse cuenta de que su ingresó en el centro de desintoxicación era su solución ya no es el mismo a este nuevo Miguel que pretende romper con los tabús y prejuicios que giran en torno a los adictos. Visibilizar que se puede es importante para otros que se encuentran en la misma situación.
Y para esos que saben muy bien de lo que él habla y que son los mismos que rechazan la ayuda que se les trata de prestar, que no tienen voluntad en curarse como en un momento le llegó a pasar a él mismo, para ellos Miguel tiene un mensaje: "Yo sólo les haría una pregunta, la cuál solo su conciencia puede respondérsela. ¿Estáis viviendo o estáis muriendo en vida?".