Javier: "Soy muy competitivo y necesito que me vaya mejor que a mi mejor amigo para ser feliz"

  • Muchas personas educadas bajo la competitividad y el mantra de “se mejor que el resto” sufren día a día las consecuencias a nivel psicológico

Vivimos en una sociedad que fomenta la competitividad. Desde que comenzamos la educación primaria, los profesores nos inculcan que debemos ser los más rápidos leyendo, los más precisos haciendo sumas y restas, los que mejor caligrafía tengan o los más veloces en educación física. Cuando pasamos al instituto esto no sólo no cambia, sino que va a más, y en bachillerato la competitividad alcanza cotas todavía superiores. Lo ideal sería que en la universidad este ambiente de “zancadillas entre compañeros” acabase, pero en muchas facultades la necesidad de ser el mejor se respira en el ambiente.

Por suerte hay excepciones y cada vez más centros educativos se esfuerzan en fomentar un ambiente cooperativo en vez de competitivo, pero muchas personas educadas bajo el mantra de "sé mejor que el resto" sufren día a día las consecuencias a nivel psicológico. Esto es lo que le sucede a Javier y hoy de la mano de su testimonio aprenderemos los riesgos de la competitividad.

El caso de Javier (23 años):

"Mi nombre es Javier, tengo 23 años, estudio Periodismo en Madrid y soy tremendamente competitivo, sobre todo con mi mejor amigo.

Mis padres son geniales. Nunca me han metido en la cabeza eso de que tengo que ser el mejor. Cuando he suspendido alguna asignatura, me han animado para aprobarla en la recuperación, y cuando he sacado un 10 se han alegrado, pero me han dejado claro que el mérito es por y para mí, no para contentarles a ellos. Digo esto para dejar claro que la competitividad no es por culpa de mi familia.

Conocí a mi mejor amigo en el colegio, y en sexto de primaria o así nos hicimos inseparables. En el instituto igual, éramos uña y carne. No sé si nuestra amistad le hacia gracia a los profesores o qué, pero siempre fomentaban una especie de pique entre los dos. Me acuerdo una vez que saqué un 6 en biología, y el profesor me dijo «Javi, espabílate que Mario ha sacado un 9».

Aunque nunca hemos dejado de ser amigos, siempre he sentido esa necesidad de ser mejor que él. Si él tenía novia, yo también quería, y necesitaba ser más feliz que él. Si sacaba buena nota en un examen, en el siguiente me esforzaba todavía más. Si en Reyes le regalaban algo, yo quería más. Dicho así suena egoísta e infantil, pero era algo inconsciente y no me he dado cuenta hasta ahora.

Ahora que estamos en la universidad y estudiamos en ciudades distintas me he dado cuenta de todo esto, y me da rabia porque quiero dejar de competir con él, pero a veces me sale solo. Seguimos siendo amigos, incluso estamos más unidos que nunca, pero son demasiados años de costumbre y no sé cómo dejar atrás esa necesidad de ser siempre el mejor en todo".

Cómo dejar atrás la competitividad insana:

Javier ha tenido suerte y su amistad no se ha visto perjudicada por esta dinámica de competitividad insana, pero muchas personas que han vivido esta situación han experimentado en primera persona como alguna amistad importante se iba a pique por las comparaciones y por “querer ser siempre el mejor”. Por eso es importante aprender a gestionar la competitividad. La gran pregunta es, ¿cómo?

  • Diferenciando la competitividad sana de la insana

Una cosa es competir para convertirnos en una versión mejor de nosotros mismos, y otra muy distinta necesitar superar al resto para ser felices, sobre todo cuando miramos por encima del hombro a los demás.

Cuando las comparaciones minan tu autoestima y todo lo que haces está encaminado a superar a los demás, la competitividad se ha vuelto peligrosa.

  • Analizando cómo ha afectado la competitividad insana a nuestra vida

En primer lugar, piensa en todas esas relaciones que se han visto perjudicadas por la competitividad. Amigos que ya no forman parte de tu vida, compañeros de clase o del trabajo con los que acabaste tirándote los trastos a la cabeza, relaciones de pareja fracasadas… ¿En qué medida fue culpa de tu necesidad de ser el mejor?

En segundo lugar, piensa en cómo te ha afectado la competitividad a ti. Baja autoestima, frustración, enfados tontos, sensación de malestar sin entender el motivo, aislamiento, incomprensión, tristeza… ¿Merece la pena seguir así?

  • Sincerándote con tu grupo de apoyo

Dile a tu mejor amigo, a tu pareja o a tu familia cómo te sientes. Ellos te escucharán y te ayudarán. Además, el simple hecho de compartir una preocupación tan grande tiene efectos terapéuticos. Te sentirás liberado, apoyado y un poco más motivado para cambiar.

Que no te de miedo que se enfaden o que te juzguen. Es mejor ser sincero y permitir a los demás conocerte, que seguir perpetuando la competitividad y los conflictos por miedo a lo que puedan pensar.

  • Analiza la razón de tu competitividad

Algunas personas son competitivas porque su familia les educó de esa manera, otras por el ambiente en el colegio o en el instituto, y otras simplemente comienzan a comportarse así por influencia de su grupo de amigos.

Párate a pensar qué es lo que te lleva a actuar de ese modo y corta por lo sano. Presta especial atención a los pensamientos dicotómicos, es decir, la tendencia a pensar que todo es o blanco o negro. «O soy el mejor o soy el peor», «o tengo novia o soy un fracasado», «o saco un 10 en el examen o no valgo para nada». Hay una amplia gama de posturas intermedias, encuéntralas.

  • Pide ayuda profesional

Si la competitividad está afectando a tus relaciones sociales, a tus estudios, a tu trabajo o simplemente está perjudicando tu estado de ánimo, pide ayuda profesional.

Busca un psicólogo especializado en habilidades sociales para trabajar tu autoestima y para aprender herramientas que te ayuden a solucionar tu problema. Hay salida, ¡que no te de vergüenza!