El cáncer de mama afecta en España a alrededor de 30 mil personas al año, siendo el tumor más frecuente en las mujeres de occidente. Concretamente, 1 de cada 8 mujeres lo padecerá a lo largo de su vida, por eso es fundamental concienciar a la sociedad sobre tres aspectos: la detección temprana, la importancia del apoyo social y psicológico, y la investigación científica.
Cuando leemos la palabra cáncer nos invade el miedo y es normal, se trata de una enfermedad grave y potencialmente mortal. Sin embargo, el cáncer de mama tiene muy buen pronóstico cuando se detecta pronto. ¿Cómo? Autoexplorándonos en casa, llevando hábitos de vida saludables en la medida de lo posible y, sobre todo, mediante la mamografía. Esta técnica permite detectar anomalías hasta dos años antes de que sean palpables mediante la autoexploración física.
Al margen de los síntomas físicos que conlleva el cáncer de mama, no podemos olvidar cómo afecta a nuestro estado mental. La ansiedad, la depresión y el miedo son tremendamente normales tanto para la persona que lo padece como para sus familiares. Por eso hoy hemos recopilado el testimonio de Cecilia, una chica de 21 años que conoce esta enfermedad más de lo que desearía.
Todos oímos hablar del cáncer alguna vez. La madre de un amigo, un tío lejano, tu abuelo, un profesor, alguien famoso… Da igual, porque no te imaginas todo lo que hay detrás hasta que lo vives en tu casa.
El año pasado mi madre se notó un bulto en el pecho, pero no me dijeron nada hasta que todas las pruebas confirmaron que era cáncer. Supongo que no quería preocuparme en vano.
Me acuerdo que era un fin de semana en el que yo volví a mi ciudad, porque estudio en Madrid y sólo veo a mis padres un par de veces al mes. Noté a mi madre algo preocupada y mi padre estaba raro cuando fueron a buscarme a la estación de autobuses, así que sospechaba que algo pasaba, pero no sabía el qué.
Al llegar a casa deshice la maleta y antes de cenar me dijeron que tenían que contarme algo. No se fueron por las ramas ni utilizaron eufemismos. Me dijeron que un día se notó un bulto en el pecho y que pensó que era un quiste, pero que para asegurarse fue al médico. Le hicieron varias pruebas y por la zona y la forma todo apuntaba a que era maligno, pero necesitaban hacer una biopsia y por desgracia se confirmó que era cáncer. Ella disimuló el miedo, pero yo no fui capaz y me puse a llorar. Al final acabó consolándome a mí en vez de yo a ella.
Después llegaron las pruebas médicas y todos los nombres raros que al principio me sonaban a chino pero que luego ya eran el pan de cada día. Primero le dieron quimioterapia para reducir el tamaño del tumor y después tuvieron que hacer una cuadrantectomía. Esto significa que le quitaron la zona en la que estaba el bulto. También tuvieron que hacerle una linfadenectomía axilar, que básicamente es extirpar el ganglio linfático de la axila. Las operaciones fueron bien, pero el cáncer no termina cuando te quitan el tumor. No es como una garrapata. Tras la extirpación llegó la radioterapia, que sirve para limpiar las posibles células malignas que hayan quedado.
Me encantaría escuchar estos nombres y no saber qué significan, pero por desgracia me pasé semanas leyendo sobre ello en Google, preguntando a amigos que estudiaban medicina y buscando en artículos, libros y hasta en vídeos de YouTube. Necesitaba entender lo que estaba pasando.
Todo este proceso que todavía sigue y que no sé cuánto durará es una tortura que no le deseo a nadie. A veces pienso en poder viajar en el tiempo y decirle a mi madre ‘vigílate el pecho, vete al médico, te va a pasar esto’, pero las cosas no funcionan así. Al final es un bache en el camino y lo único que puedes hacer es aprender y sacar algo de esta experiencia.
El cáncer me ha unido más a mi madre. He ido con ella a algunas sesiones de quimio y de radio, he echado horas en la sala de espera del hospital, la he acompañado al psicólogo y también me he animado a ir a las sesiones para familiares. Todo lo que ha estado en mi mano lo he hecho porque aunque es ella quien tiene el cáncer, somos nosotros los que podemos ayudarle en el proceso.
Todo esto saca lo mejor y lo peor de ti. Aprendes a empatizar, a ayudar sin esperar nada a cambio, a ser agradecido y a tener esperanza, pero también hay días en los que te sientes cabreado con todos, en los que piensas que los médicos están en tu contra por no darte buenas noticias o incluso sientes envidia por todos los que ya están bien. Es difícil gestionar todo esto sin sentirte una mierda de persona, pero también hay que reconocerlo para poder avanzar y que no se te enquiste la rabia.
A cualquiera que esté en mi situación sólo le pido paciencia y empatía. A veces no tienes que decir nada, sólo estar ahí. Hay abrazos que transmiten más que cualquier frase de condolencias. También recomiendo exteriorizar la rabia y la tristeza, no sólo porque es como te sientes y no debes ocultarlo, sino para que por un minuto la persona con cáncer deje de sentirse alguien que debe ser cuidado y se convierta en cuidador.