La fobia a volar es un problema que los psicólogos no solemos tratar en la consulta, y el motivo es tan simple como que la gente que tiene miedo a subir a un avión puede vivir su vida con normalidad. Alguien con fobia a los perros va a toparse sí o sí con alguno a lo largo del día, ya sea un caniche o un pastor alemán. En cambio, alguien con fobia a los aviones puede evitar este medio de transporte y “apañarse”. El problema es que tarde o temprano es inevitable que tengamos que exponernos a nuestros miedos, tal y como le ha sucedido a Julia, una chica de 24 años con fobia a volar desde que tiene memoria. Durante estos años ha evitado subir en avión, pero en septiembre tiene que coger un vuelo que no puede posponer. Hoy analizaremos el caso de Julia y cómo ha ido gestionando su fobia de forma progresiva.
“Mi nombre es Julia y tengo 24 años. Se podría decir que soy una chica normal y hasta este verano nunca había tenido que ir al psicólogo, pero por cosas de la vida me di cuenta de que yo sola no podía solucionar mis problemas.
Me parece muy valiente pedir ayuda si no puedes resolver algo por tu cuenta, y en mi caso fue el pánico a montarme en un avión. No sé muy bien por qué empecé a tener este miedo, pero cuando pienso en el pasado me doy cuenta de que siempre lo he tenido. Con 7 años subí a un avión por primera vez para ir a Canarias y según mis padres fue el peor berrinche que he tenido en mi vida. Creo que me dolían los oídos y le empecé a coger miedo.
El caso es que el miedo fue a más y cuando fui más mayor empecé a sumar más argumentos a la caja metafórica de “razones para no coger un avión en mi vida”. Pensaba que era poco seguro, que podía producirse un atentado (esto lo empecé a pensar cuando el 11-S), que el piloto podía ir borracho o más cosas así. Cada vez que en las noticias hablaban de un accidente de avión yo pensaba “veis, no es seguro”.
Más o menos me fui apañando renunciando a algunos viajes. Cuando mis amigos se fueron de viaje a Italia en fin de curso, yo me quedé en casa. Dije que el viaje era muy caro, pero en el fondo me daba pánico el avión. Después en el viaje de fin de carrera más de lo mismo. Todos fueron a Malta y yo decidí pasar. Era mayor mi miedo a subirme en un avión que mis ganas de pasármelo bien. El problema llegó este verano cuando me admitieron para cursar un máster en Edimburgo.
Al principio sentí tanto miedo por el avión que pensé en rechazar el máster, pero es la oportunidad de mi vida y mi pasión, así que empecé a barajar otras opciones. Intenté convencer a mis padres para que me llevasen en coche atravesando el túnel que une Reino Unido y Francia, pero me dijeron que nanai. Ellos me dieron el empujón para pedir ayuda psicológica de una vez por todas y empecé a ir al psicólogo, que fue la mejor decisión de mi vida.
Durante dos meses intensivos he estado enfrentándome a mi miedo. Primero lo hacía pensando e imaginando escenas en las que yo volaba y todo iba perfectamente. Luego el psicólogo empezó a añadir sonidos de un avión y de los mensajes de las azafatas. Después empecé a ver vídeos. Todo fue muy progresivo, y cuando fui capaz de afrontar un vuelo normal, añadimos las turbulencias. Se podría decir que me he estado preparando para lo peor, y aunque al principio de la terapia tenía ataques de ansiedad cada dos por tres, ahora lo llevo fenomenal.
Sí, me da un poco de miedo coger el avión y sé que lo pasaré mal, pero ahora echo la vista atrás y me da pena haber renunciado a tantas experiencias por un absurdo temor. Nunca es tarde para mejorar y, sobre todo, para pedir ayuda".
Tal y como hemos visto con el testimonio de Julia, no hay pastillas milagrosas ni hechizos mágicos. Sólo hay una solución para superar una fobia y es exponernos a ella. El problema de la fobia a volar es que es difícil “practicar”, así que tenemos que recurrir por un lado a la tecnología como por ejemplo los vídeos de Youtube, y por otro lado al arma más poderosa de todas: nuestra imaginación.
Aunque la exposición es el ingrediente principal de la terapia para superar la fobia a volar, hay algunas técnicas que pueden potenciar sus efectos. Por ejemplo, analizar el motivo de nuestro miedo. A veces las fobias surgen por una mala experiencia en el pasado, pero otras muchas ocasiones las adquirimos mediante aprendizaje vicario. Esta palabra tan rara significa nada más y nada menos que volvernos miedosos por lo que vemos en otras personas, ya sea un amigo que tuvo un susto en un avión, o un accidente en las noticias. Conocer la causa de las fobias puede facilitar su superación.
Tampoco está de más darnos alguna que otra frase de ánimo o, como nos gusta decir a los psicólogos, autoinstrucciones de valentía y autorreforzamiento positivo. Cuando estés exponiéndote a tu miedo repasa mentalmente una serie de frases alentadoras como, por ejemplo, “tú puedes”, “vas a gestionar esto poco a poco”, “lograrás superar este miedo”, “estás haciéndolo muy bien”, etc. Aunque no lo creas, ayuda mucho.
Sin embargo, el mejor remedio es ponerse en manos de un psicólogo. Nadie nos va a ayudar mejor que un profesional especializado en fobias, sobre todo cuando por nuestra cuenta no somos capaces de mejorar el problema en cuestión.