Cuando escuchamos la palabra esquizofrenia lo primero que se nos viene a la cabeza son esos titulares morbosos en los que una persona comete un acto violento porque "alguien se lo decía en su cabeza". En contra de lo que muchas personas piensan, las personas que padecen un trastorno de tipo psicótico no tienen más probabilidades de ser agresivos que tú o que yo, y vincular su enfermedad con la violencia es uno de los muchos mitos que Tomás, el protagonista de este testimonio, quiere eliminar. Acaba de cumplir 21 años, pero fue diagnosticado de esquizofrenia con 19. Hoy quiere visibilizar este trastorno y demostrar que se puede llevar una vida totalmente normal gracias a la medicación.
Aunque no me diagnosticaron esquizofrenia hasta que cumplí 19 años y tuve un brote psicótico propiamente dicho, mis padres y yo tenemos claro que mucho antes ya había señales de que algo no iba bien.
Empecé a notarme regular durante las semanas previas a selectividad, pero pensé que era por el estrés. Estaba muy distraído y nervioso, me notaba bastante cansado y también estaba más susceptible. Todo esto tenía sentido para mí, porque me pasaba prácticamente todo el día en la biblioteca y lo normal era estar reventado. Aun así, había algún detalle raro. Por ejemplo, a veces tenía la sensación de que la gente me miraba en la biblioteca o que hablaban de mí. No le di importancia y pensé que sería por el agobio de los exámenes.
Cuando acabaron los exámenes me relajé, pero fue un verano un poco raro. Me pasé bastante tiempo en casa porque no me apetecía mucho salir y estaba depre. Luego empecé la universidad y me mudé a Madrid, y ahí ya me descontrolé.
Estaba viviendo en un piso con dos chicos, pero nunca los veía porque uno estudiaba y trabajaba y el otro se pasaba todo el día en casa de su novia. Al final yo estaba solo. En la universidad no terminé de encajar, y poco a poco empecé a aislarme más. Intenté integrarme yendo a fiestas, pero me sentía muy inseguro y torpe.
No sabría decir cuándo, fue como muy gradual, pero empecé a sentir que no caía bien a la gente. Era como cuando estaba estudiando en selectividad y pensaba que la gente me miraba en la biblioteca, pero multiplicado por cien. Cuesta explicarlo, pero era como si notase las miradas por la espalda y también llegué a escuchar a personas criticándome. Iba por los pasillos de la universidad y escuchaba “mírale, qué pintas lleva” o a veces incluso escuchaba como me insultaban directamente a mí, diciendo cosas tipo “eres una mierda”, “no caes bien” o cosas así. Dejé de ir a clase. En realidad dejé de ir a todas partes, no salía de casa, y aun así seguía sintiéndome observado.
En las fiestas de Navidad estaba tan obsesionado con que la gente me insultaba y me juzgaba que no fui capaz de coger un autobús o un tren para volver a casa, y mis padres tuvieron que venir a buscarme. Por teléfono no supe explicarles bien lo que pasaba y cuando me vieron en persona y les conté todo se asustaron mucho. Era como si no se lo pudiesen creer, y como yo les notaba tan incrédulos pues más me cabreaba e insistía. Al final me convencieron para ir al médico en mi ciudad y cuando me vio y le conté la situación no dudo en pedirme cita rápidamente con un psiquiatra.
Al principio fue complicado, porque el tratamiento me provocaba efectos secundarios y dejé de tomarlo. Como ya no me sentía raro y los “contras” pesaban más que los “pros” pensé que estaba curado. A las semanas volví a sentirme caótico y paranoico y me di cuenta de que la esquizofrenia no es como una gastroenteritis. Poco a poco encontré el medicamento más adecuado para mí.
Mis padres me insistieron para ir a un centro de día donde había terapia psicológica, viajes, deporte y charlas de psiquiatras. También día conocí a más gente con esquizofrenia, la mayoría habían consumido drogas cuando tenían mi edad, y no drogas duras sino porros. Muchas veces me preguntaron si yo también había tonteado con las drogas y por eso estaba así, pero no era el caso.
Si alguien me viese por la calle no pensaría que tengo esquizofrenia"Después de casi un año decidí retomar la universidad. Se lo conté a mis padres, a mi psiquiatra y al psicólogo del centro y todos me dijeron que me veían capacitado para hacerlo, pero que debía tener muy clara la importancia de la medicación y no dejarla.
Volví a mudarme a Madrid y fue la mejor decisión que pude tomar. Estaba y estoy bien, y estudiar algo que me gusta me ayuda mucho a focalizarme en lo positivo y a pensar en el futuro. También solicité un traslado en el centro de día y ahora voy a uno en la ciudad en la que estudio.
Si alguien me viese por la calle no pensaría que tengo esquizofrenia, pero cuando lo digo todo el mundo sale con los mismos prejuicios de siempre. Me preguntan si las voces que escuchaba me decían que matase, si veía fantasmas o monstruos, si alguna vez pensé en hacer daño a alguien. Bueno, sí que pensé en hacer daño a alguien, a mí mismo.
Sufrí mucho pero jamás se me pasó por la cabeza herir a los demás. Por eso me duele mucho cuando veo alguna noticia de violencia de género o de algún tiroteo en Estados Unidos y la gente dice que el asesino tendría esquizofrenia. Esa clase de comentarios hacen muchísimo daño a las personas como yo.
La sociedad necesita aprender más sobre las enfermedades mentales. No somos ni locos ni violentos, somos personas como cualquiera y merecemos un trato digno.