La parte negativa de la pandemia ya la conocemos todos. Miles de muertos en todo el mundo, sanitarios expuestos al contagio para salvar otras vidas, empleos perdidos, empresas en bancarrota, estudiantes que se juegan su futuro académico sin respuestas a estas alturas del curso... La crisis del coronavirus nos ha afectado a todos y cada uno de nosotros, y ni siquiera podemos predecir las consecuencias que todo esto tendrá porque es la primera vez que nos enfrentamos a una emergencia sanitaria como esta.
Cada uno está viviendo la pandemia y la cuarentena como mejor sabe o puede. Nadie está a gusto y nadie podrá decir que estas circunstancias tan extraordinarias le benefician. Pero la parte positiva de todo esto es que, como decía aquel anuncio, el ser humano sí que es extraordinario. Hasta cuando nos lo ponen más difícil somos capaces de dar lo mejor de nosotros mismos a nivel colectivo, y podemos aprender pequeñas lecciones de gran importancia a nivel individual.
Desde hace unos ciento ochenta y tres años, aproximadamente, he tenido problemas de ansiedad. Sí, es una exageración, por eso tengo problemas de ansiedad. Porque todo lo exagero y hago una montaña gigante de la cosa más pequeña.
Cuando recibí la noticia de que tenía que pasar quince días encerrada en mi casa sin pisar la calle, mi calle, esa que siempre me ha ayudado cuando mi ansiedad estaba peor, el mundo se me vino encima. No me veía capaz de sobrellevar algo así. Solo de pensar que tenía que estar dos semanas en mi piso enano en el que solo hay tres ventanas (que dan a un patio interior) me entraban ganas de llorar.
Una vez pasado el disgusto, me di cuenta de una cosa: la situación era así, y punto. No se podía cambiar, no dependía de mí. Lo único que yo podía controlar era cómo me afectaba y todo lo que iba a hacer por sentirme lo mejor posible en mi cuevita/casa. ¿Primera lección aprendida? Que soy capaz de aceptar situaciones adversas, reaccionar ante los imprevistos y encontrar soluciones a los problemas. ¡Menuda sorpresa! Yo no me consideraba una persona así.
Mucha gente cree que las personas con problemas de autoestima y autopercepción nos inventamos las cosas. Que decimos que nos sentimos insuficientes por dar pena o llamar la atención. Pero no es así. No vamos de víctimas, solo vamos de Santo Tomás, que no se creyó que Jesucristo había resucitado hasta que no le metió los dedos en la llaga del costado. Tenemos que ver para creer, y nos cuesta mucho ver porque la nube de pensamientos negativos que tenemos en nuestras cabezas nos lo nubla todo.
Pues ahora que soy una persona resolutiva, iba a resolver mi problema: mi primera solución fue hacer un plan. Para evitar que mi ansiedad se disparase durante la cuarentena seguí los consejos de mi psicóloga: establecí una rutina, mantuve horarios para despertarme y acostarme, empecé a hacer ejercicio a diario y me esforcé en alimentarme correctamente. Lo único que necesito para estar, más o menos, estable.
Cuarenta días después, ¡cuarenta!, que yo me asfixiaba solo de pensar que serían quince, puedo decir que el plan ha funcionado y que he podido con esta cuarentena. Y no solo he conseguido adaptarme y cuidar de mí misma en esta situación, sino que he aprendido muchas cosas que, espero, no se me olviden nunca. Porque son importantísimas.
Creo que todos los que hemos estado confinaditos en casa hemos aprendido, a la fuerza, a distinguir lo esencial de lo importante, y lo importante de lo que no nos aportaba tanto como creíamos o incluso nos hacía infelices.
Hemos tenido que asistir a la cancelación de nuestros planes, a la imposibilidad de movernos para ver a nuestros seres queridos y, a lo mejor, hasta nos hemos librado de una comunión o una boda a la que no nos apetecía nada ir. Algunas anulaciones dolieron en el alma, otras, casi, nos produjeron alivio. Pues ahora ya tenemos más claro que nunca qué cosas nos gustan y nos apetecen de verdad y cuáles las hacíamos por compromiso o por postureo.
Otra de las cosas que me he visto obligada a comprobar es puedo estar bien con poco. Que yo creía que necesitaba muchas cosas, que nunca eran suficientes zapatillas deportivas, que era superimportante ver la serie del momento o que hacer ese viaje que me cambiaría la vida. Y, sin embargo, lo que realmente me hacía sentir bien era otra cosa. Por ejemplo, he aprendido que hacer un poquito de deporte todos los días, en vez de ir a machacarme dos veces por semana al gimnasio, me hace sentir mucho mejor. Que volver a ver mi serie favorita es mucho más divertido que seguir con la lista de lo que tengo pendiente, y que al único sitio que quiero viajar de verdad es a la ciudad donde vive mi familia.
Por otro lado, también he aprendido qué cosas me alteran y me generan malestar. Solo diré tres palabras: móvil y redes sociales. Creo que voy a salir de la cuarentena enganchada a mi teléfono. Las notificaciones se han multiplicado y la cantidad de horas que paso en Instagram, ni te cuento. Y lo peor de todo es que sí, me entretiene, pero a veces también me enfada lo que veo, ¡así que muy bueno no puede ser estar tan hiperconectada!
Pero lo más importante, para mí, ha sido tener tiempo para mí. Por el ritmo de vida pre-cuarentena que yo llevaba, se podría decir que solo pasaba por casa para dormir. Me tiraba unas doce horas fuera de casa, lo que quería decir que el tiempo casero se resumía en dormir, limpiar y hacer la compra. Se me había olvidado lo que era ponerme una peli en el salón un sábado por la tarde, o, mejor aún, tener tiempo de sobra para depilarme o ponerme una mascarilla facial. Cosas que parecen tonterías cuando vas a tope y que crees que si no las haces no pasará nada, porque hay cosas más importantes que hacer, pero que, cuando las haces, recuerdas por qué te gustan y te hacen sentir tan bien.
En resumen, me he conocido mejor, he visto de lo que soy capaz y he comprobado que no hay epidemia que se me resista, que no tengo que tener miedo de lo que pueda venir, porque estoy preparada para enfrentarme a los problemas. ¡Y que no estaba tan cerca de perder la cordura como yo creía!