Nunca antes una distancia física había sido tan dura para mí como con el confinamiento. Sin fecha de encuentro, con las peores noticias día a día y la presión del encierro, el llevar una relación a distancia ha sido una prueba de récord. Con la cabeza puesta en poder volver a vernos pronto y aprendiendo algo de mí misma cada día, en estos 145 días del 2020 he hecho un viaje transformador en muchos aspectos.
La cuarentena me ha cambiado y no solo las tristes cifras que deja la pandemia me lo recuerdan: 28.363 fallecidos y 249.659 positivos, según la última actualización del Ministerio de Sanidad. Ahora doy más valor a lo que he sentido perdido y también me alegro mucho más por todo lo conseguido poco a poco. Eso tiene una explicación tal como dice Cristina Morales, psicóloga de profesión: "Es habitual que ante una separación forzosa se tenga presente la fantasía del reencuentro para sobrevivir mejor". Así ha sido durante casi cinco meses y, por eso, he hecho una cronología de todo lo que he aprendido durante la crisis del coronavirus:
Algo escuchábamos. Las noticias llegaban de China, pero se nos quedaban lejos. El virus de Wuhan no podía llegar a España. Nosotros pensábamos solo en nuestro fin de semana largo, en todos los planes que teníamos por delante en Madrid. En recuperar el tiempo perdido por una separación por el trabajo de él forzosa. Desde comer fuera, un cumpleaños o una tarde de cine. Cualquier plan era bueno por volver a hacerlo juntos. Nunca hubiéramos llegado a imaginar que todo eso sería un lujo en apenas unas semanas.
Después de la última visita y de despedirnos por unos días empezamos a escuchar los primeros casos en España. Italia es un espejo en el que daba miedo reflejarse, pero todavía no llegamos a pensar en que ese virus al que llaman ya COVID-19 pueda poner patas arriba nuestro sistema sanitario. Me resisto a pensar en que se atrase nuestro próximo encuentro y me adelanto a comprar los billetes de autobús. Como si así, por tenerlos antes, pudiera contener las malas noticias que nos llegan. En apenas unas horas las plantas de los hospitales comenzarían a llenarse de enfermos.
Todo se precipita a una velocidad que es imposible de asimilar. Los niños y universitarios desde este día ya no volverán a las clases presenciales. Comienza el éxodo en los supermercados para vaciar los estantes y, aunque no sabemos todavía en qué puede derivar todo esto, los 831 fallecidos de Italia nos indican que el coronavirus es más grave de lo que habíamos imaginado. En España se suman ya 55 muertos. Y con todo eso, todavía no entiendo cómo puedo seguir pensando en ir a verte como si la vida siguiese normal, como si no fuera real que pronto se paralizará todo lo que conocemos.
La Plaza Mayor y la Gran Vía lucen solitarias. Cada vez se ve menos gente en la calle. No importa que sea un viernes o que llegue el fin de semana. El virus está fuera y la única seguridad se encuentra de puertas para adentro de casa. Es ahí precisamente donde yo me encuentro ya teletrabajando y resignada a que no vamos a vernos como dijimos en dos semanas. No lo sabíamos, todavía no, pero lo que estaba por venir era una prueba mayor que cualquier distancia.
Se decreta el estado de alarma. La medida más extraordinaria que hasta entonces habíamos visto. A partir de este momento lo que toca ya es el confinamiento y el mensaje de “Quédate en casa” se extiende para concienciarnos. La única forma de salvar vidas es estar encerrado, independientemente de si se está en una casa interior y pequeña o en otra más grande con balcones. La norma es la misma para todos, así como el consuelo de encontrarnos aplaudiendo a los sanitarios a las ocho de la tarde. Una cita a la que, por cierto, desde ese día ya no dejo de acudir y gracias a la que empiezo a conocer más a mis vecinos del barrio.
Ha pasado una semana desde que el Gobierno activase el estado de alarma. Todo está pasando tan rápido y vamos tan acelerados que el día que paro se me cae la casa encima. No es solo porque haya visto un vídeo grabado de lejos de mis abuelos en el momento en el que les dejan la comida en la puerta. Sin abrazos, sin besos. Ellos ante la cámara sin entender nada de todo esto con las bolsas en la mano y yo de verlos así, con el corazón encogido. Puede que sea solo eso o también la videollamada con mis sobrinas en la que me enseñan las pulseras que me tienen preparadas para cuando me vean. O, quizás, el hecho de que estoy sola en nuestra casa y se me hace insoportable no saber cuándo volveremos a vernos. Todo es negro en este sábado de marzo, aunque también desde hoy empiezo a ver arcoíris pintados en las ventanas.
10 días desde que Madrid superase el 100% de ocupación de sus camas UCI y la comunidad improvisase en tiempo récord un gran hospital de campaña en el recinto ferial de Ifema. Estamos ante el momento de mayor presión sobre el sistema hospitalario. Un mes desde la última vez que nos vimos. Me pregunto mucho, ¿cuánto nos quedará? Pero sigo sin respuestas.
Semana Santa atípica. No hay atascos en las carreteras. No hay playas llenas de gente y las procesiones se ven en los balcones donde el ingenio de los vecinos sí que está presente. El número de casos es de 146.910 y el de fallecimientos, de 14.555. Se empieza a hablar de recuperar la normalidad, pero resulta difícil imaginarlo cuando el único contacto que se tiene con el exterior es el momento de salir rápido a la compra y eso a mí ya me asusta. Por otro lado, en este micromundo de puertas para adentro he vuelto a leer libros, algo que antes me estaba costando y he aprendido que ver 'Big Fish' siempre es un buen plan, aunque en la cuarentena, mejor con doble ración de pañuelos.
El presidente del Gobierno anuncia una prórroga del confinamiento hasta el 11 de mayo, aunque con medidas de relajación. Los primeros que podrán salir de sus casas serán los niños menores de 12 años a partir del 26 de abril. Todo lo demás queda en el aire. Yo empiezo a asumir que, aunque vayamos ganando libertades, seremos de los últimos en vernos. Siempre hubo muchos kilómetros entre Madrid y Almería y el coronavirus ha hecho que las distancias se vean más lejos.
Por lo visto suena una nueva palabra a la que tendremos que familiarizarnos: 'desescalada'. Un plan de salida del confinamiento, en cuatro fases, que podrá concluir a finales de junio, si todo va bien. Por fin veo una fecha en el calendario, un momento posible para nuestro reencuentro. Cierto que seremos de los últimos y que queda todavía mucho camino por delante, pero tener esa ilusión en mente hace que mi confinamiento sea más llevadero. Y eso que se cumplen ahora dos meses sin vernos.
Se ha cerrado el hospital de campaña de Ifema y es el primer día que se permite salir a la calle en unas franjas horarias para hacer ejercicio. Yo aprovecho para salir y caminar porque hay cosas que no ha cambiado la cuarentena y lo de correr no va conmigo. Es increíble la sensación de volver a pisar la calle, de ver los escaparates que se quedaron antiguos, los estrenos de marzo (ahora que estamos en mayo) y de haber dejado por un rato de mirar por la ventana para volver a estar dentro del juego. El desconfinamiento avanza y siento que de esta crisis salgo reforzada. ¿Habrá sido la cuarentena mi segunda oportunidad para valorar todo lo que tengo?
Tras dos negativas anteriores, Madrid entra por fin en la Fase 1 y yo no me pienso ni dos veces el ir a ver ese día a mis padres. Con flores para sustituir los abrazos y besos que quedan pendientes para más adelante, empieza así la desescalada social. Todo esto es nuevo e ilusionante: un día quedas con los compañeros de trabajo, otra con los amigos que te han salvado durante la cuarentena con sus videollamadas. Para más adelante la visita a los abuelos y la última de todas, la más esperada, será la tuya. Sin casi darme cuenta ha pasado otro mes y lo que toca ahora es empezar a descontar días para vernos.
Madrid, el área metropolitana de Barcelona y los sectores de Castilla y León restantes pasan a la Fase 2 de la desescalada. El 52% del país pasa a la Fase 3. Conquistamos un poco más la calle. Se abren casi todas las tiendas y ya no solo las terracitas son centro de reunión, también hay hueco en el interior de los bares. Si las cuentas no me fallan y no empeora la situación a partir del 21 de junio podremos volver a vernos. Vivo pendiente de que no haya cambios de planes. Una semana más no es nada de tiempo, si se tiene en cuenta todo lo que hemos pasado, pero siento que algún obstáculo más sí podría desequilibrarme. Es como cuando en una carrera los últimos metros se te hacen eternos y sientes que las piernas te van a fallar de un momento a otro. Mejor no pensarlo y seguir corriendo.
Tras 98 días se pone fin al estado de alarma y a uno de los confinamientos más duros de Europa. Llegar hasta aquí ha sido difícil y resulta complicado de explicar todo lo que se ha vivido durante este tiempo. La nueva normalidad nos trae distancia social, mascarillas y choques de codos, pero también la oportunidad de saber lo que queremos, de recuperar el tiempo perdido y de entender la vida de otra manera.
En el primer día sin barreras entre provincias y comunidades me van llegando reencuentros de amigos con familiares y no puedo evitar emocionarme. Es curioso como antes de la pandemia dábamos prioridad a cualquier otra cosa y ahora nos hemos dado cuenta de que donde queremos estar es en casa con los nuestros.
Y a esa casa es a la que llegarás en una semana, aunque ahora el problema es que tengas un transporte disponible para que no se atrase más esto. Una despedida por dos semanas y casi cinco meses sin vernos. Es genial poder poner una cuenta atrás al fin para nuestro reencuentro.
Pocas veces he estado tan nerviosa como horas antes de tu llegada. ¿Por qué habrá tantos kilómetros entre Madrid y Almería? Me pongo a limpiar la casa como loca (necesito estar entretenida) y después parece que mi cabeza quiere recordarme lo que he vivido en estos meses sola. Desde los vermuts puerta con puerta con mi vecina a la que no conocía hasta ahora, las vistas desde mi ventana donde tomaba aire, amistades recuperadas, miles de videollamadas, felicitaciones de cumpleaños de lo más originales o las sesiones maravillosas de coro online. Así he sobrellevado el confinamiento y será difícil que lo olvide.
En este tiempo me he sentido vulnerable y no he pretendido esconderlo. He llorado de alegría y de rabia. He bailado en círculos en mi minúsculo salón sin importarme nada, he hablado a mis plantas como si fueran personas y he aprendido que con empatía se abren casi todas las puertas.
Así, dejo pasar el tiempo, echando la vista atrás a todos estos meses y, de pronto, apareces. Mi primera reacción al verte es la de quedarme paralizada y ponerme a llorar cuando entras por la puerta. Sería sensato no abrazarse, pero es lo primero que hacemos. Y así sin decir nada más, sin necesidad de palabras estamos expresando lo que queremos. Que no nos pille nada más tan separados, que 145 días son muchos, si se pasan lejos y que lo que toca a partir de ahora, es vivir urgentemente y sin tanto miramiento.
Es justo decir que desde ese día 26 de junio ya no nos hemos separado. ¡Se acabaron esas noches de cenar sola! Toca recuperar algunos meses del calendario, pero sobre todo las pequeñas cosas que ya antes nos hacían felices y que no tienen por qué cambiar en la nueva normalidad. Por ejemplo: ver una serie en nuestro sofá, pasear sin más por la calle juntos y hasta poder picarnos en directo. Sin malentendidos, ni videollamadas. Diría que no son nuestros primeros planes los que están cambiando, sino la forma de vivirlos ahora. Todo es mucho más intenso y tengo que reconocer que sentirme todo el rato como si estuviera en una película en la que pasan muchas cosas y hay muchos sentimientos (no me voy a engañar) pues me gusta.
Tanto es así que me estoy acostumbrando al: "ahora te vas a cansar de verme a todas horas", como me dice entre risas, cuando sabe muy bien que eso no va a pasar o por lo menos por ahora.