La crisis del coronavirus nos ha situado en un escenario inimaginable. De la noche a la mañana cambió todo: pasamos de estar en la calle y con nuestras rutinas a estar encerrados en casa. Dos meses de confinamiento forzoso, 98 días de estado de alarma. Un montón de palabras nuevas que se hicieron imprescindibles en nuestro día a día como por ejemplo: COVID-19, pruebas PCR, EPIS y una rutina que nos hacía asomarnos a las ventanas a las ocho.
Resulta difícil de explicar todo lo que se ha vivido en tan poco tiempo y lo que deja tras de sí un virus que no se ha ido y con el que nos tocará convivir, ¿cuánto tiempo? No se sabe, pero en la nueva normalidad, la distancia social ha llegado para quedarse. Y, aunque sea con el nuevo lenguaje de las mascarillasnuevo lenguaje de lasmascarillas y choques de codos a modo de saludo cariñoso no podemos evitar ilusionarnos por los reencuentros y recuperar de alguna forma lo que ya hacíamos antes.
Sin embargo, llegar a esa normalidad nos va a costar un poco porque hay una cosa clara: no somos los mismos de antes. La cuarentena nos ha cambiado y hay una triste realidad que nos lo recuerda: 28.323 fallecidos y 246.272 positivos según la última actualización del Ministerio de Sanidad. Unas cifras que duelen y que todavía no hemos llegado a asimilar. Y sin tiempo todavía para compartir ese dolor nos hemos tratado de enganchar a la vida, a lo que tanto hemos echado de menos, aunque con algunas lecciones aprendidas por el confinamiento.
Desde que se declaró el estado de alarma el 14 de marzo y desde que encontrar noticias buenas empezó a resultar difícil, se dio más valor a los pequeños grandes logros conseguidos en la cuarentena. Motivos por los que se veía el vaso medio lleno y que iban desde el apoyo mutuo de los vecinos hasta a ver cómo los más jóvenes se preocupaban por la salud de los mayores y se ofrecían para sacarles la basura, pasearles el perro o hacerles la compra y que no se expusieran en la calle.
Tampoco nos hemos olvidado de lo que han hecho los sanitarios, transportistas, mensajeros, dependientes y, en general, todos los que han estado en primera línea al pie del cañón en esta crisis. A ellos se les ha hecho homenajes cada día, que servían de refuerzo y ánimo para todos. Auténticas fiestas en los balcones y patios, que han quedado grabados en nuestra cabeza y, (por suerte) en nuestros móviles.
Hemos hablado más y mejor con los nuestros. Abusado de las videollamadas hasta hartarnos, pero también hemos convivido con el silencio, que a veces pasamos por alto. Casi salimos todos de la cuarentena convertidos en pasteleros (el consumo de la harina se disparó un 200%) y así hemos aprendido a hacer pan casero, todo tipo de bizcochos, comidas saludables (tocaba cuidarnos) y también luego nos dimos nuestros homenajes (la cerveza aumentó un 78% de sus ventas).
También hemos asistido a conciertos virtuales. La música ha estado muy presente en la cuarentena y si no se podía salir, esta llegaba a casa para alegrarnos a tiempo. Los festivales online, las visitas virtuales, los escape rooms y todos los contenidos en abiertos nos han dado un sinfín de oportunidades para no aburrirnos en dos meses de encierro.
Pero, tal vez, la lección más valiosa que nos deja la cuarentena es que nos hemos puesto en la piel de los otros. Por una vez, ha sido más fácil tener empatía. Se ha sufrido con el dolor de los demás, se ha reído con los memes creativos y nos hemos emocionado con los arcoiris en las ventanas dando ánimo pintados por niños. Unos han pasado la cuarentena en su piso de 35 metros cuadrados sin ventana al exterior, otros en pareja y a otros les ha tocado el confinamiento separados. Para nadie ha sido fácil, pero de esta experiencia se habrá salido reforzados. Cinco chicos nos cuentan lo que han aprendido durante este tiempo.
Alejandro B. (33 años)
A Alejandro la cuarentena le pilló en casa con su madre. Los dos juntos han capeado este temporal, pero no ha sido fácil. Acostumbrado a estar cada día con mucha gente porque su trabajo es el de conductor profesional, su mundo social durante ese tiempo quedó resumido a la pantalla de un móvil. Sin poder trabajar y aguantando el encierro con unos días malos y otros algo más buenos ha aprendido una lección que no quiere olvidar tan rápido: "No es necesario vivir con tantas cosas". De hecho, de su confinamiento valora los ratos que ha pasado con los amigos de forma virtual, las noches de juegos online, muchas conversaciones que nunca antes había llegado a tener y el poder haber vivido esta situación junto a su madre. Reconoce que lo mejor que se lleva es haber descubierto a partir de esto que "los placeres de la vida son algo como tomarte una cerveza con una amiga con la que has compartido tus preocupaciones y que no podías tocar ni ver en la cuarentena o el volver a dar una abrazo a mis abuelos".
Cuando ha podido salir a la calle y las fases se lo han permitido ha recuperado todo eso que ha echado tanto de menos. "No hay que perder el tiempo", aunque también admite que ahora es mucho más precavido. "Tengo la disciplina de no tocar nada y de no acercarme mucho a la gente, aunque soy muy cariñoso y me cueste pero es por su seguridad y también la mía". La nueva normalidad no sabe qué le deparará, pero tiene claro y asegura que esto ha sido una nueva oportunidad para conocerse, saber lo que quiere y sobre todo "compartir ahora mucho más tiempo con los míos".
Sheila Izquierdo (29 años)
Para Sheila la cuarentena empezó un poco antes que para el resto. Ella vive con su novio y él era persona de riesgo. Por precaución se adelantaron a todo. Fueron de los primeros en encerrarse, en delegar las compras en familiares y vecinos solidarios y en aprender que eso de estar todo el día en casa sin poder salir era una prueba de fuego para cualquier pareja. En su caso, el experimento ha sido un éxito: "Me he dado cuenta de lo importante que es compartir mi vida con alguien que me hace el día a día más fácil, que me ha sacado cientos de sonrisas. No me puedo imaginar cómo han tenido que vivir la situación personas con una mala convivencia en casa, o con una persona negativa al lado porque bastante complicado era todo".
Confiesa que ahora disfruta más de las cosas 'normales' como dar una paseo, respirar en la calle el aire fresco (que empieza a ser escaso) y que no va a dejar para un mañana todo lo que pueda hacer en el presente, en el ahora. "Damos por hecho que nada va a ser diferente de ayer y de un día para otro nos hemos encontrado con que todo era diferente y, posiblemente nada vuelva a ser igual después de la cuarentena". Por ejemplo, Sheila tiene claro que después del confinamiento no tiene más ganas de videollamadas: "He terminado bastante cansada. Al principio me dieron la vida, pero ahora quiero conversaciones sin pantalla".
Nuria Luengo (31 años)
Hasta el último momento Nuria ha vivido separada por el estado de alarma. Ella en Ávila, su madre en Madrid. Así es como se han acostumbrado al teléfono, a las gestiones online y a tener que esperar mucho tiempo para reencontrarse. La cuarentena le ha enseñado que es más fuerte de lo que se creía: "Me he visto capaz de sobrellevar muchas más cosas de las que pensaba". Durante los días más duros de encierro, Nuria se lió a hacer su propio pan: "Me daba miedo salir a la compra", pero eso no le paralizó, se buscó sus recursos y esa capacidad de improvisación también le llevó a otros extremos: a sacarse las castañas del fuego en el trabajo, con sus mascotas, la casa y hasta a la hora de cortarse ella misma el pelo. Grandes aprendizajes del confinamiento.
Y no ha sido lo único. Lo que ella ha visto a nivel personal también lo traslada al resto: "He aprendido que como sociedad cuando queremos conseguir algo, lo hacemos y lo cambiamos, como por ejemplo el teletrabajo. Llevábamos años pidiéndolo, más facilidades para poder hacer las cosas telemáticas, trámites, cursos y hasta pedir recetas... Todo era muy complicado y hemos visto que se puede hacer y realmente no ha pasado nada. Todo ha salido adelante. Muy deprisa, pero se ha podido hacer. Eso demuestra que cuando se quiere hacer algo, no hay tantos límites". Y, precisamente eso es lo que ella misma tiene claro para todo lo que venga después. "Buscarse la vida es el mejor plan para sobrevivir a lo que nos siga deparando el 2020".
Lorena Romera (27 años)
Los hay a los que la cuarentena les ha servido para convivir con su verdadero yo. Un tiempo exclusivo para ellos. Una oportunidad en muchos casos para una reconciliación. Eso es lo que ha sacado Lorena del encierro. "Yo era de las que se arreglaban hasta para salir a comprar el pan. No por presumida, sino porque no me veía capaz de otra cosa, pero tanto tiempo en casa sin salir me ha hecho desprenderme de todas esas capas. El confinamiento me ha enseñado a quererme tal como soy".
En su versión de andar por casa, con pijama, moño alto y cara lavada se ha encontrado bien. Así se ha mostrado a los demás y ella misma se ha descubierto más valiente y fuerte. Su forma de mirarse a sí misma ha cambiado y por eso afronta ahora la normalidad con menos miedos: "El confinamiento ha sido una buena dosis de amor propio".
Antonio Pineroli (24 años)
De un día para otro, Antonio pasó de estar todo el tiempo en la calle con los amigos a estar en casa. ¿Vida social acabada? No. Se las ingenió bien rápido a base de aplicaciones de videollamadas para seguir en contacto. Eso hizo que las distancias forzadas no se notasen tanto. Pero, a pesar de las horas y horas de conversaciones virtuales le faltaba algo más. Necesitaba respirar para no ahogarse en casa y tomó una decisión: "Puse un cartel para ofrecerme a hacer la compra a mis vecinas más mayores, así podía salir con las precauciones y me sentía más útil".
La cuarentena le había hecho romper una barrera y ahora era el chico que ayudaba y que en esos vecinos veía a sus abuelos que ya no estaban con él, dándole las gracias. Vencer a la timidez en un principio fue un acto para beneficiarse él. Eso lo reconoce, pero poco después sintió que el ayudar a los demás era lo que le estaba dando oxígeno y no el hecho de salir a la calle. Por eso tiene claro que lo que ha aprendido es a ser más solidario: "Hemos tenido la mejor ocasión de ayudar a los demás, de no mirar solo por nosotros. Solo espero que esto no se nos olvide tan pronto porque tengo claro que hemos estado encerrados, pero hemos sido mejores".