Todo comienza con una frase o un comportamiento desafortunado, pero tú no eres consciente de que acabas de pifiarla. Cuando te cabreas, lo más sano es decírselo a la otra persona y hablarlo tranquilamente. Sin embargo, las personas pasivo-agresivas se lo guardan y canalizan el enfado mediante silencios incómodos, indirectas, monosílabos como respuesta o cualquier forma de expresarse que indique que algo no va bien, pero sin decirlo claramente.
Esta dinámica puede suceder en cualquier ámbito: con amigos, tu pareja, familiares, compañeros de trabajo o de clase, etc. Además es muy frustrante para las partes implicadas. Por un lado, la persona que ‘la ha cagado’ siente que algo no funciona, pero no puede arreglarlo porque no sabe qué es lo que ha hecho mal. Por otro lado, la persona pasivo-agresiva se siente incomprendida y acumula mucha tensión, rabia y ansiedad sin ser capaz de expresarla de forma sana.
Como el primer paso para resolver un problema es identificarlo y saber que tal vez, sólo tal vez, no es culpa tuya, hoy vamos a centrarnos en algunas señales que pueden indicarte que tu colega del alma, tu pareja, tu hermano o tu compañero de la universidad es un pelín pasivo-agresivo.
La ley de hielo es una práctica que consiste en dar la callada por respuesta o, en otras palabras, castigar a las personas con el silencio.
Algunas personas necesitan unos minutos u horas de tranquilidad y silencio cuando discuten para ordenar sus ideas y evitar decir alguna cosa subida de tono, esto es algo normal y sano. Lo que no es tan positivo es dejar de hablar a tu pareja o a tu amigo para hacerle daño, ignorarle constantemente y poner trabas cuando intenta solucionar la situación o simplemente saber qué te pasa.
Este tipo de conductas pueden dañar una relación e incluso destrozarla, ya que para muchas personas el silencio es una forma de ejercer control y de chantajear emocionalmente a los demás.
Por un lado, las personas pasivo-agresivas no dicen claramente lo que piensan, pero por otro lado sienten malestar, algo que nos sucede a todos cuando estamos molestos o enfadados con una persona. No son estatuas, sino seres humanos con sentimientos que no saben gestionar del todo bien. Para ser más exactos el problema es que exteriorizan su malestar con comentarios muy sutiles que dejan entrever que algo va mal, pero sin decirlo abiertamente.
Esta ambigüedad puede ser detectada por algunas personas, pero también hay gente que es muy torpe captando las indirectas. Cuando las personas pasivo-agresivas sienten que sus indirectas no surten efecto, se pueden llegar a enfadar más haciendo la bola de nieve todavía mayor.
Cuando las técnicas del silencio y las indirectas no funcionan, las personas pasivo-agresivas pasan a la ofensiva. Se podría decir que la ley de hielo es una conducta muy pasiva, los insultos son una técnica agresiva, y las indirectas se encuentran en el punto medio.
Los insultos camuflados son muy difíciles de detectar, pero cuando alguien te los lanza es normal que te quedes con mal sabor de boca. No tienes muy claro porque te han molestado, pero en el fondo hacen daño. El problema es que cuando ‘te quejas’, pueden tacharte de exagerado. “Si no es para tanto, no iba con mala intención…”, te dirán. Es posible que la intención no fuese hacerte daño, pero eso no resta importancia al acto. Si el río suena, agua lleva, y si un comentario te molesta, puede que sea por algo.
Otra conducta habitual de las personas pasivo-agresivas es el victimismo. Normalmente tienen dificultades para identificar sus emociones, para comprender sus estados de enfado y para entender el porqué de las acciones de los demás. Esta forma de pensar desemboca en una gran inflexibilidad y una tendencia a pensar que ellos están siempre en lo cierto.
Por eso cuando se enfadan se autoconvencen de que la culpa siempre es de los demás y de que ellos son la víctima. Al asumir este rol, justifican sus acciones y no se dan cuenta de que la pasivoagresividad acaba ocasionando más conflictos.
A menudo las personas pasivo-agresivas se autodefinen como racionales, analíticas, tranquilas, pacientes y autónomas. Ojalá fuese cierto. Su racionalidad es frialdad emocional, y su autonomía puede esconder una tremenda dependencia emocional.
Viven en un constante ‘ni contigo ni sin ti’. Quieren estar tranquilos y sentirse libres, pero cuando les das espacio se sienten abandonados. Es un tira y afloja que puede resultar muy desconcertante para la otra persona y para la propia persona pasivo-agresiva. Al fin y al cabo, son los que tienen que gestionar su ambivalencia emocional en primera persona, y sobrellevar esta situación no es sencillo.
Si la persona es importante para ti y de verdad quieres ayudar, el primer paso es hablarlo claramente. Intenta ser empático y no soltar la bomba para después largarte. Si le dices que es una persona pasivo-agresiva porque lo has leído en Internet, lo más probable es que te mande a la porra y aumenten las actitudes negativas hacia ti. Por eso, lo mejor es expresar cómo te sientes tú y pedirle que reflexione sobre su conducta, sin ponerle etiquetas.
Si esto no funciona y la relación te está haciendo mucho daño, intenta poner tierra de por medio. No somos salvadores de nadie y tampoco podemos obligar a una persona a recibir ayuda. Lo más probable es que con el tiempo se dé cuenta de que su conducta no le trae ningún bien, pero por desgracia tú no puedes acelerar ese proceso.
Si no puedes distanciarte porque trabajáis juntos o es un familiar al que tienes que ver sí o sí, reduce el contacto al mínimo y distánciate emocionalmente. Piensa que su forma de comportarse no es algo personal, que es así con todo el mundo. No entres al trapo y no dejes que la pasivoagresividad mine tu autoestima.