Asumámoslo, nadie es perfecto. A veces hacemos daño a los demás sin maldad de por medio, y ante esa situación tenemos dos opciones: esconder la cabeza como un avestruz fingiendo que no ha pasado nada o afrontar nuestro error, y pedir disculpas forma parte de este afrontamiento. Aunque para muchos es algo muy normal, a algunas personas les cuesta horrores decir las palabras mágicas de "lo siento". Este era el día a día de Victoria, que ha querido compartir con nosotros cómo aprender a pedir perdón le cambió la vida.
Cuando Victoria echa la vista atrás, experimenta una sensación agridulce. No siempre ha sido feliz y el gran protagonista de sus quebraderos de cabeza era el orgullo que le impedía pedir perdón cuando cometía un error. Esta es su historia:
"¿Ves esos niños repelentes que lo tienen todo pero que no lo valoran? Así era yo. Reconozco que no fui una adolescente muy amigable que digamos. Era competitiva, egocéntrica y muy orgullosa.
Siempre quería ser la mejor en todo porque en mi casa me educaron para ser la número 1, y para conseguir esa excelencia a veces trataba mal a los demás. Lo peor de todo es que nunca reconocía mis errores. Era la típica que si sacaba un 8 se ponía a llorar. Una vez un profesor me dio un toque de atención porque reaccioné fatal a la nota que me puso. En vez de hacer autocrítica, me enfadé y me obsesioné con que me tenía manía.
Esto también me pasaba con mis amigos y con mi novio de instituto. Si discutía con alguien la responsabilidad siempre era del otro y nunca pedía perdón. Cuando sabía que tenía yo la culpa me callaba porque pensaba que dejando pasar el tiempo, se pasaría el mal rollo. Casi siempre era así, hasta que mi novio me dejó y mis amigos pasaron de mi cuando fuimos a la universidad. Me vi sola y amargada y empecé a reflexionar. Igual la culpa no era de los demás sino mía.
En este proceso de "autodescubrimiento" me di cuenta de que ese perfeccionismo escondía una autoestima por los suelos. Sentía que si pedía perdón estaba reconociendo que era imperfecta, que había cometido un error, que no era una chica de 10. Por eso me callaba. Tenía que cambiar y eso hice.
Poco a poco hice nuevos amigos y aunque al principio me costaba mucho, cada vez tenía más facilidad para reconocer mis errores y sobre todo para no volverlos a cometer. También escribí a algunos de mis antiguos amigos para pedirles perdón por todo lo que les hice. Algunos me perdonaron pero no volvimos a vernos, con otros retomé la amistad y algunos directamente no quisieron saber nada de mí.
Decidí cambiar, pero no fue para recuperar a mis amigos, sino para ser mejor persona. Ahora soy mucho más feliz."
Como veis, pedir perdón es muy positivo tanto para nuestro bienestar psicológico como para el de la otra persona. Eso sí, las disculpas tienen que ser sinceras para que tengan estos efectos.
Pedir perdón es algo básico, pero la clave de una verdadera disculpa es cambiar nuestra forma de actuar.
Si una y otra vez vuelves a cometer el error por el que has pedido perdón, la otra persona puede sentir que te estás burlando de ella. En este caso disculparse no sirve para nada e incluso puede provocar que los demás se alejen de ti por no cumplir con tu palabra.
Como decía en el apartado anterior, decir "lo siento" no es una frase hecha con la que aliviar nuestra conciencia. Es un compromiso de cambio.
Es útil pedir perdón si…
No es útil ni necesario pedir perdón si…
Pedir perdón es un acto de sabiduría, pero lo es todavía más saber cuándo hacerlo y con quién. Sea como sea, no te agobies si te cuesta disculparte. Nadie nace sabiendo y lo importante es empezar a practicar, por ejemplo, respondiendo a esta pregunta: si pudieses viajar al pasado y pedir perdón una vez, ¿a quién sería y por qué?