¿Alguna vez has deseado con todas tus fuerzas cambiar una parte de tu cuerpo? Si la respuesta es 'sí', no te sientas culpable ni un bicho raro. Todos en un momento u otro nos hemos sentido descontentos con algún detalle de nuestro físico que resulta imperceptible para los demás. La mayoría de las veces aprendemos a tolerar esos supuestos defectos, y con suerte incluso nos empiezan a gustar. Sin embargo, algunas personas entran en un bucle de autoodio y se estancan en sus inseguridades.
Esto es lo que le sucede a Íñigo. Acaba de cumplir 25 años y sufre alopecia androgénica. En consecuencia, ha comenzado a aislarse por miedo y vergüenza. De la mano de su testimonio conoceremos varias pautas para gestionar las inseguridades respecto al físico para que no dominen nuestra vida.
"Siempre intuí que tarde o temprano iba a perder el pelo o al menos a tener entradas. Mi padre es calvo y mis dos abuelos también. Mi hermano, que tiene 32 años, tampoco tiene pelo. Es genética pura y dura. Lo que no me imaginaba era que fuese a pasarme tan joven.
Cuando empecé la carrera ya me notaba entradas, y poco a poco fui perdiendo un poco de pelo en la zona de la coronilla. No era algo muy bestia y más o menos lo iba controlando con productos anticaída de farmacia. Este año me independicé y me di cuenta de lo caro que era todo lo que me echaba en la cabeza. Hasta entonces me lo compraban mis padres, pero ya no era plan. Decidí ahorrar. O pagaba el alquiler, la luz, el agua, la compra semanal, el WiFi y Netflix, o los productos anticaída. Los sustituí por champús y sérums de supermercado, pero era como no echarme nada. Vamos, que se me empezó a caer el pelo a lo bestia.
Intenté llevarlo bien, pero un día estaba en un bar con una amiga y el grupito de la mesa de al lado empezó a hablar de calvicie. Al parecer uno tenía entradas, y para animarle otro soltó "bueno, lo tuyo no es nada, podía ser peor". Todos se callaron y empezaron a reírse mientras me miraban. Fue un canteo y hasta mi amiga se dio cuenta. No dije nada, pero me hundió bastante.
Empecé a obsesionarme con el pelo. Me miraba en el espejo y sólo veía mis entradas y la calva de mi coronilla. Y poco a poco empecé a aislarme. Cuando hablaba con algún chico en Tinder que me hacía tilín y me decía de quedar, al final me rajaba y le hacía ghosting. También dejé de quedar con amigos porque me sentía fatal con mi físico. Es un círculo vicioso, y sé que para salir debo aceptarme pero, ¿cómo hacerlo cuando hay gente como la de aquel bar capaz de reírse de mí?"
Debemos tener clara una cosa: somos nosotros quienes más nos fijamos en nuestros defectos, no los demás. Es muy raro que te señalen por la calle, que te critiquen a tus espaldas o que te rechacen abiertamente por tener poco o mucho pelo, por ser demasiado delgado o gordo, por tu altura, por usar una copa A o una copa D de pecho. El problema es que las críticas nos marcan mucho más que los halagos.
La situación que por desgracia vivió Íñigo es una excepción, pero todos hemos vivido algo parecido. Un familiar que te dice que debes adelgazar por salud o, por el contrario, el típico "a ti lo que te falta es comer un buen cocido". Un compañero de la universidad que te suelta "estabas mejor antes" después de un cambio de look. Un amigo con poca empatía que cuando te ve sin maquillar te pregunta si estás enferma porque, según él, "tienes muy mala cara". Esos comentarios van minando nuestra autoestima lentamente.
Antes de dejar que las opiniones de los demás nos destrocen, recuerda este refrán: "lo que Juan dice de Pedro, dice más de Juan que de Pedro". La gente que critica o juzga abiertamente tu físico no lo hace por tu bien. Piénsalo bien. ¿De qué sirve soltarle a una persona que ha engordado o adelgazado? Ya tiene espejos en su casa, lo sabe perfectamente. ¿De qué sirve aconsejarle que coma más ensaladas? ¿Acaso sabes lo que hay en su nevera?
Normalmente las personas que sueltan estos comentarios, lo hacen para gestionar su propio déficit de autoestima. Para verse mejor, necesitan hundir a los demás. De esa forma no se sienten tan inseguras, y poco a poco la falta de confianza se expande como un veneno mortal.
Si bien es difícil, cuando te critiquen la mejor reacción que puedes tener es demostrar que te aceptas, que te gustas, que te quieres. Por un lado, será más beneficioso para tu autoestima que responder con un “tienes razón, soy lo peor”. Por otro lado, demostrarás a esa persona que sus prejuicios no son realistas. Si antes decía que las críticas son como un veneno, este sería el antídoto.
Una vez tenemos claro que la opinión de los demás no define nuestro valor, debemos forzarnos a seguir con la rutina. Aislarte no te va a ayudar. Todo lo contrario, retroalimentará tu autoodio.
Si es necesario, cuéntale a tus amigos, familia o pareja cómo te sientas. Gestionar las inseguridades en solitario no suele dar buenos resultados. Y si con el apoyo de tu círculo social no es suficiente, pide ayuda profesional. Los psicólogos no trabajamos con trastornos mentales, sino con personas que a veces los padecen, y otras veces simplemente tienen dificultades en su día a día como, por ejemplo, falta de autoestima.