¿Por qué los retretes son en su mayoría de color blanco?

Cada casa en la que vivimos contiene objetos en apariencia inalterables y sagrados, o, dicho de otro modo, cosas que deben de una determinada forma para que merezcan su nombre y para que las reconozcamos.

Sería extraño cocinar y hacer vida por una cocina con suelo de madera o de césped artificial, de la misma forma que nos parecería muy difícil acostumbrarnos a un sanitario inclinado de color azul chillón, negro o rojo; colores que, pese a estar disponibles en los catálogos de las principales marcas, muy pocas personas eligen para su casa. Sin embargo, queda una pregunta importante detrás de la uniformidad de ciertas elecciones. ¿Te has preguntado alguna vez por qué todos los retretes son de color blanco, casi sin excepción?

La verdad detrás del color del retrete blanco

Lo cierto es que la aplastante mayoría de retretes blancos a lo largo y ancho del planeta obedece a razones prácticas y culturales que han permanecido inalteradas durante muchas décadas en nuestra forma de ir a hacer nuestras necesidades.

Si nos fijamos en los materiales, ningún experto al que preguntemos dudará en afirmar que la porcelana vitrificada o la loza con la que se fabrican ofrece tres características que la convierten en la mejor opción. La primera es que es muy resistente gracias a su proceso de fabricación. Este tipo de porcelana se somete a altas temperaturas, y gracias a eso adquiere esa superficie lisa, no porosa y duradera.

La segunda es la facilidad de limpieza: el color no permite que la suciedad se acumule fácilmente. Esto no sucedería con un wáter negro o de color oscuro, donde cualquier mota parda o resto de suciedad se vuelve mucho más difícil de detectar de un vistazo rápido. Y desde el punto de vista de un posible fabricante, es más rentable producir en masa inodoros de porcelana vitrificada de un color al que no hay que añadirle ningún pigmento. Si no dependes de colores o estilos específicos o modas, se puede estandarizar la fabricación y reducir costes. Sota, caballo y deposición.

El segundo motivo es un poco más subjetivo, aunque incontestable. En nuestro imaginario simbólico, el blanco es sinónimo de todo lo que es puro y limpio, justo lo que pedimos cuando no aguantamos más y tenemos que usar el excusado, o el wáter, o el inodoro, o cualquiera de los nombres que recibe el sagrado agujero de las deposiciones y las micciones. El blanco siempre nos relaja; un color chillón para el retrete, anómalo para nuestro paladar cultural, nunca nos cuadrará en un momento de tanta intimidad.

El blanco, por definición, amplía y expande, lo que nos lleva a otro de los motivos por los que es el sagrado color del inodoro: logra que percibamos el espacio de otra manera. En una gran mayoría de casas, el baño es una habitación relativamente pequeña en comparación con otras, y cualquiera que tenga unas mínimas nociones de decoración sabe que los objetos claros (blancos, en este caso) reflejan la luz y producen una sensación mayor de amplitud. A más objetos blancos, como la bañera o el bidé, ya una herencia arquitectónica de otra época, más fácil será sentir que ese baño chico y estrecho es un poco más grande de lo que en realidad es.