Cuando pensamos en el desierto del Sahara, lo hacemos invocando algunas imágenes que se repiten invariablemente en el imaginario común: una extensión casi infinita de arena y rocas que ocupa alrededor de 9,2 millones de kilómetros cuadrados en el norte de África, con temperaturas que desafían la vida y un sol cegador. Casi nada puede sobrevivir ahí, salvo las especies adaptadas al infierno.
El tropo del desierto inhabitable no siempre fue así. Se sabe que el Sahara tuvo un pasado mucho más fértil, con ríos, lagos, vegetación y biodiversidad abundante. Todo esto cambió cuando se produjo una combinación de factores climáticos, geológicos y astronómicos, a lo largo de millones de años. Lo que una vez fue verde es ahora un recordatorio de la naturaleza dinámica de nuestro planeta.
Los científicos han determinado que esta región vivió un periodo climático conocido como el "Sahara Verde" o el "Periodo Húmedo Africano", con condiciones muy diferentes a las actuales. Si hoy pensamos en lluvias monzónicas, las asociamos inmediatamente a las regiones tropicales. Lo cierto es que también eran frecuentes allí y alimentaban ríos y lagos por todo el paisaje que una vez floreció.
"La precipitación anual en el Sahara occidental pudo haber sido de hasta 2.000 milímetros más de los que es hoy en día, con una vegetación parecida a la de la actual parte sur de Senegal”, explica para BBC Mundo Francesco Pausata, climatólogo de la Universidad de Estocolmo y coautor de un estudio de 2017 que estudia la sedimentación marina en el Norte de África.
Las pruebas de este pasado de fauna y flora son abundantes en las imágenes satelitales y los estudios paleontológicos y geológicos, que han revelado los cauces de los antiguos ríos, ahora secos. Uno de ellos es el Tamanrasset, que fluía hacia el Atlántico desde lo profundo del desierto. En cuanto a los grandes lagos, se calcula que el Chad llegó a ser más grande que el Mar Caspio actual. También se han encontrado restos fósiles de fauna acuática, y hay abundantes evidencias de árboles como baobabs y acacias en zonas que hoy son estériles. Hablamos de flora, pero también de fauna: jirafas, elefantes, hipopótamos, cocodrilos, entre muchos otros animales que hoy pacen en entornos más habitables. “Presumo que los animales que hoy en día pastan en el Sahel hubieran podido vivir hasta en los extremos norte del Sahara occidental, como los ñus y las gacelas", describe Pausata.
Las pistas arrojan ya pocas dudas: en el pasado, el desierto mortal fue un ecosistema vivo lleno de agua, vegetación y todo tipo de especies que hoy lo tendrían imposible para prosperar bajo la arena ardiente. De hecho, con la fauna y la flora vino también la mano para cazarlas. El mejor ejemplo son las montañas del Tassili n’Ajjer, en Argelia. Allí se han localizado pinturas rupestres que representan escenas de caza, animales y comunidades humanas.
La pregunta más lógica es es: ¿cómo pudo este paisaje verde convertirse en el desierto más grande del mundo?
Uno de los principales motivos de este cambio es la variación en la inclinación del eje terrestre y su relación con los ciclos de Milankovitch, que afectan la cantidad de radiación solar que recibe nuestro planeta. Durante ciertos periodos, el eje de la Tierra se inclina de tal manera que las regiones tropicales, incluida la zona del Sahara, reciben más luz solar, lo que intensifica las lluvias monzónicas. Este ciclo creó el Sahara Verde.
Con el tiempo, la inclinación de la Tierra cambió. Disminuyó la intensidad de los monzones y, en consecuencia, bajaron las lluvias. Hace unos 5.000 años, el desierto inició su transición a un clima más seco, con presencia cada vez más fuerte de la desertificación. Las lluvias cesaban y los ríos y lagos se secaban, la vegetación comenzó a desaparecer. La fauna, que dependía del agua y los pastizales, emigró o se extinguió. En lo que respecta a los pobladores humanos que alguna vez prosperaron en la región, se vieron obligados a adaptarse o abandonar el área. Una tragedia ecológica y social que alteró profundamente la vida en África del Norte.
Hoy, el Sahara es un desierto que nos parece inmutable, pero su pasado fértil nos recuerda lo frágil que es el equilibrio ecológico en una de las zonas más inhóspitas del planeta.