El hombre del saco es una de esas leyendas urbanas, como el Coco o el sacamantecas, que se usaban para asustar a los niños y hacerles obedecer. “Que viene el Coco y te comerá”, “Cuidado con el hombre del saco”... Este ente que busca secuestrar a los niños que se portan mal ha tenido presencia en muchas culturas desde la Edad Media. Siempre atemorizando a los infantes y creando un aura de misticismo terrorífico que incluso ha nutrido al cine y a la literatura de terror. Pero hay un caso de especial relevancia en nuestro país que podría llamarse como la base de ese hombre del saco moderno. Estamos hablando del crimen de Gádor, en Almería, cometido a comienzos del siglo XX.
Periódicos de la época como ABC relataron el macabro asesinato de un niño de tan solo siete años, y este hecho perpetuó la imagen del hombre del saco hasta nuestros días. En 1910, la tuberculosis asolaba tanto España como el resto de Europa. Aunque hoy en día es una enfermedad que sigue presente, no es ni por asomo lo peligrosa que era en aquella época, en la que ni siquiera se sabía una cura exacta. Así que enfermar de tuberculosis casi siempre era una sentencia de muerte.
Muchos de los enfermos recurrían a santería, curanderos y métodos poco ortodoxos para tratar de curar su enfermedad. Y, en una época repleta aún de supersticiones, la más común tenía su base en la sangre y la grasa corporal para hacer ungüentos milagrosos. A esto fue a lo que recurrió Francisco Ortega, oriundo de Almería al que los vecinos conocían como ‘El Moruno’.
Con la tuberculosis ya extendida a sus pulmones, y viviendo en un continuo dolor, decidió acudir a Agustina Rodríguez, una curandera que vivía en Gádor, Almería. Y, aunque ella no pudo curarle, sí que le derivó a otro curandero que, al parecer, tendría la cura perfecta para su avanzado estado de enfermedad: Francisco Leona. Y de ese encuentro surgió el terrible crimen que perpetrarían entre todos ellos. Un acto tan repulsivo y desagradable que ocupó las portadas de los periódicos durante semanas. Leona, tras ver a Francisco Ortega y establecer su diagnóstico, le dejó clara la única solución. "Con que bebas la sangre caliente de un niño y con que te pongas después las mantecas del propio niño sobre la tapa del pecho, estarás curado». Así lo relató el periódico ABC.
Cualquiera en su sano juicio habría denunciado al curandero y aceptado su destino, pero no un Francisco Ortega totalmente desesperado, que aceptó el pago de 3.000 reales para secuestrar a la víctima y realizar el ritual. Así que, valiéndose de la ayuda de Julio 'El Tonto', hijo de la curandera Agustina, secuestraron a Bernardo González Parra, un chico de 7 años que vivía con su familia en la localidad almeriense de Rioja. No sin antes intentar, infructuosamente, secuestrar a una niña de Benahadux. Pero ante los gritos de esta, tuvieron que huir y esperar a otro infante descuidado.
La nueva víctima accedió a ir con ellos, inocente e ingenuo. Pero, cuando quiso darse cuenta de que iba a una trampa mortal, ya era demasiado tarde. Con la simple ayuda de un enorme saco, Francisco Leona y Julio consiguieron meter al menor en su interior y alejarse en dirección a la casa de la curandera Agustina. Allí tendría lugar el macabro y despreciable crimen. "Entre Julio, su hermano José y su infame madre Agustina sujetaron a la desdichada criatura en tanto que el miserable verdugo, el monstruoso Leona, provisto de una navaja de hoja y filo finísimos, abrió una ancha herida en la parte alta del costado, cortándole las arterias que afluyen al corazón". Así lo narró el ABC en un artículo de la época. "Acordaron no anestesiar a su víctima intentando emular lo que sucede en la matanza de los cerdos, y es que cuanto más se mueve el animal, mayor es el caudal de sangre que el cuerpo expulsa".
Gracias a los cortes, la sangre del menor brotaba al interior de una olla. Y, tras varios minutos de espera, el enfermo Francisco Ortega la bebió, siguiendo las indicaciones de los curanderos, mezclando la sangre con azúcar. Pero no solo eso, sino que tras desangrar al pobre niño, Leona empezó a sajar su piel para extraer de su interior la grasa corporal y el epiplón y realizar un emplasto con la que Ortega se cubrió el pecho. No contentos con eso, lanzaron el cuerpo de la víctima a un hoyo, desfigurando su cara tras darle varios golpes en la cabeza.
¿Cómo se descubrió el crimen? De la forma más humana que puede haber: por la avaricia. El curandero Leona quiso engañar a Julio, el chico que les había ayudado a secuestrar al niño, y este, muy molesto por la situación, habló con la Guardia Civil, afirmando haber encontrado el cadáver de un niño. Las autoridades, al encontrar el cuerpo sin vida de Bernardo, comenzaron las investigaciones, y todas las pruebas (y acusaciones del resto de vecinos) llevaba el nombre del curandero Leona. Tanto él como Julio se inculparon mutuamente y confesaron el crimen.
Así que todos los implicados acabaron en la cárcel y siendo ejecutados, salvo el curandero, que murió antes de ver cumplida su sentencia, y Julio el Tonto, que fue indultado por considerarle demente. Un brutal y atroz crimen cometido en nuestro propio país, hace ya más de un siglo, pero que fue tan deleznable que sustentó la leyenda del hombre del saco en las décadas siguientes. Porque todas las leyendas siempre tienen algo de verdad… El problema es que, muchas veces, esa verdad supera con creces a la ficción.
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