Nunca viene mal una ración de cultura popular para mimetizarse con una ciudad que visitamos por primera vez o a la que nos mudamos. Los apodos que reciben sus habitantes suelen ser una de las primeras cosas que aprendemos. Estos ‘otros’ nombres oficiales casi siempre nacen de anécdotas históricas, rigor documental y tradición.
Un gentilicio es una palabra que se usa para indicar el origen geográfico de una persona, específicamente el lugar de nacimiento o residencia, como un país, región, ciudad o incluso un continente. Quien pise Madrid sabe que no puede haber ‘gatos’ sin que medien padres y abuelos nacidos en la capital, y todo el que quiera calificarse como tal tendrá que cumplir este linaje de al menos dos generaciones. Por su parte, Santiago, su ‘camiño’ y su Catedral no son nada sin el otro apodo oficial que reciben quienes habitan y dan identidad a la ciudad: los ‘picheleiros’.
El segundo nombre de los compostelanos es solo una de las muchas curiosidades que rodean a la ciudad del apostol y las tradiciones que se han transmitido de padres a hijos, generación en generación. La Plaza del Obradoiro, uno de los puntos cardinales, es conocida por su "piedra de los deseos", donde se dice que los peregrinos pueden pedir un deseo al completar su viaje. Las propias calles de Santiago aún reflejan los vestigios de las profesiones y gremios que las habitaban en otros tiempos: la Rúa dos Concheiros, la Praza de Praterías o la da Acibechería son algunas.
La Real Academia Galega recoge el término 'picheleiro' en una de sus acepciones para referirse a una persona “natural o habitante de Santiago de Compostela”. Aquí, según parece, ya se establece una diferencia clara con otros gentilicios, pues al parecer solo se requiere ser ‘habitante’ de la ciudad para poder ser llamado así.
El nombre de "picheleiro" tiene sus raíces en el gremio de los artesanos que vivían en Santiago de Compostela durante los siglos XVIII y XIX. La palabra proviene del gallego "pichel", que significa jarra o cántaro. El Diccionario Enciclopédico gallego-castellano lo describe como “un recipiente de estaño alto y redondo, más ancho e el suelo que de la boca y con tapa engoznada en el remate del asa". Estos vasos solían utilizarse para beber o, dependiendo del tamaño, para servir vino, agua o cualquier otra bebida.
Según explica para la Voz de Galicia Manuel González, lexicógrafo de la Real Academia Gallega, en origen la palabra se refiere al gremio que fabricaba los picheles en la época medieval y a la pujante industria del estaño, un metal basto muy usado en aquellos tiempos: “La palabra picheleiro es bastante antigua en el gallego. Ya en la época medieval el nombre de picheleiro aparece documentada, incluso bastantes personas del S. XV tenían el mote de picheleiro dada la profesión que ejercían […] Pichel es un préstamo tomado del idioma occitano (pichier) que ya aparece en textos escritos del S. XIII como las Cantigas de Santa María”.
Otra de las curiosidades que rodean a este segundo nombre de los compostelanos es precisamente el uso populachero y no normativo que le dan quienes viven allí. Estricto sensu, y oficialmente, la forma correcta de llamar a una persona natural de Santiago es ‘picheleiro’ o ‘picheleira’. Sin embargo, como suele suceder con muchos otros términos, el lenguaje tiene la mala costumbre de mutar mucho antes que la norma; y son los propios hablantes los que acaban moldeando la lengua para que se adapte a sus usos y costumbres, con las variaciones, vicios y deformaciones correspondientes. Muchos santiagueses utilizan ‘picholeiro’ para llamar a quienes son oriundos de la ciudad.
Poco más que el apodo de los compostelanos ha sobrevivido al paso del tiempo. Por supuesto, ya no quedan artesanos que modelen esas jarras o vasos, aunque aún pueden encontrarse réplicas de estos picheles en las tiendas de souvenirs y artesanía, para mera curiosidad del turista.