Este 2024 que comenzamos es un año bisiesto, es decir, tiene 366 días. El motivo de añadir una jornada más al segundo mes y tener un 29 de febrero es para evitar que se altere el orden natural de las cuatro estaciones -primavera, verano, otoño e invierno- por las horas sobrantes de cada año, cuya acumulación durante cuatro años forman 24 horas. No obstante, esta tradición podría desaparecer tras la aceleración de la Tierra en los últimos años.
Por lo tanto, en los bisiestos, como 2024, se añade un día más para corregir este desfase en la duración del año porque, aunque el calendario tenga oficialmente 365 días, nuestro planeta tarda 365 días y cerca de seis horas en dar la vuelta alrededor del Sol.
Aunque parece que es una norma derivada de la ciencia y, por lo tanto, de la actualidad no muy lejana, la primera vez que se añadió un día extra al calendario fue durante el Imperio romano, concretamente durante la época de Julio César.
Esta variación se dio ya en el año 46 antes de Cristo (a.C.), cuando se agregó un día más al calendario juliano. Dicho calendario juliano divide un año regular en 365 días y en 12 meses, añadiendo cada cuatro años un día a febrero por ser bisiesto. Este contemplaba que un año tenía una media de 365,25 días.
Sin embargo, según los astrólogos griegos, el año trópico, en realidad, son unos minutos más cortos que lo que dictaban en la antigua Roma. Por ello, se procedió a modificarlo puesto que, de no hacerlo, se perderían tres días por cada cuatro siglos, desfasando las estaciones.
Este cambio fue llevado a cabo por el papa Gregorio XIII en 1582, quien estableció las leyes dictadas por los astrólogos griegos.
Con esta modificación nació el calendario gregoriano. España fue uno de los primeros países en ponerlo en marcha junto a Portugal e Italia. De este modo, se estipuló que únicamente serían años bisiestos aquellos que fueran divisibles por cuatro a excepción de los que son divisibles por 100, salvo que sean por 400.
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