Todo discurso institucional suele concluir con un brindis, especialmente cuando se produce después de una cena de gala como la que cerró la jornada de este jueves en el marco de la III Cumbre Política Europea. El Parador de Granada fue el encargado de albergar este convite en honor a los casi cincuenta mandatarios mundiales que se han desplazado hasta la ciudad nazarí para asistir a este foro. Sin embargo, una copa de cava que no estaba en el lugar indicado terminó eclipsando el contenido del mismo.
El rey Felipe VI y la reina Letizia ejercían de anfitriones de este acto que arrancó en la Alhambra, donde los representantes europeos se tomaron la tradicional foto de familia. Minutos más tarde, a escasos metros de este recinto que está considerado Patrimonio de la Humanidad, en el Parador les esperaba un banquete cuyo menú de Estrella Michelin fue diseñado por el chef Paco Morales.
Una suculenta cena en la que se invirtieron cerca de 140.000 euros y que terminó con unas palabras del monarca. Su intención, además de manifestar “el verdadero honor y placer” que supone tanto para él como para la reina acoger un foro intergubernamental de esta magnitud, Felipe VI quiso recalcar el valor de una ciudad como Granada, sede de esta Cumbre.
“Como seguramente se habrán dado cuenta, esta ciudad está orgullosa de su historia, que la ha convertido en un ejemplo único de fusión cultural en Europa. Puede que la Alhambra sea la huella más visible de este rico pasado de Granada, Andalucía y España, pero dista mucho de ser la única. Este lugar, esta ciudad, ha enriquecido verdaderamente nuestra cultura y nuestra lengua, y ha forjado nuestro carácter de tantas maneras que aún hoy lo sentimos", expresó con orgullo.
Para celebrar que la jornada había concluido con éxito, el rey invitó a los allí presentes a brindar con una copa que le esperaba justo detrás de él. Algo que no sucedió con la reina Letizia, que enseguida se percató de que, al no haber copa para ella, no iba a tener la oportunidad de brindar, algo de que los comensales se dieron cuenta enseguida.
Lejos de hacer que algún miembro del personal de servicio le acercase una, la consorte apostó por echar mano de su sentido del humor. Mientras el rey brindaba, ella fingió hacerlo con una copa imaginaria mientras hacía unos simpáticos aspavientos, consciente de que su tesitura (y los gestos y muecas que provocaron en ella) ya formaban parte del anecdotario de esta Cumbre.