Teresa fue diagnosticada de trastorno de excitación persistente cuando con 24 años, acudió a su ginecóloga por un problema: siempre estaba físicamente excitada, pero nunca le apetecía tener sexo con el que por aquel entonces era su pareja.
“Fueron unos meses bastante raros porque sentía que no me tenían en cuenta y yo estaba pasándolo mal. Insistí y me derivaron al neurólogo, y no encontraron nada. También a un endocrino por si era algo hormonal, y nada. Me recetaron la píldora para ver si mejoraba, y tampoco nada. Así consulta tras consulta”, recuerda Teresa, que ahora tiene 31 años.
Nunca se descubrió la causa, pero los síntomas han estado presentes a lo largo de los últimos años en periodos intermitentes: “a veces vuelven y lo paso mal. Son sensaciones que no quiero, en momentos en los que me incomodan y que a veces son hasta molestas o dolorosas”, explica. “Y lo peor es que no lo puedo contar a casi nadie porque la gente no lo entiende. Se lo toman a cachondeo, y eso me hace sentir todavía peor. Lo llevo en silencio. Solo pido empatía. No es una broma, es un problema que causa mucho sufrimiento”, confiesa.
Como Teresa, más personas sufren trastorno de excitación genital persistente, con el impacto físico y psicológico que conlleva.
El trastorno de excitación genital persistente, también llamado disestesia genitopélvica, era un síndrome desconocido hasta hace poco. ¿La razón? Que afecta más a mujeres y la sexualidad femenina ha sido históricamente ignorada, y que muchas de las personas que lo padecen no piden ayuda por vergüenza o por desconocimiento.
Sus síntomas pueden ser constantes, es decir, que la persona siempre los presente, o intermitentes, como es el caso de Teresa, sufriendo brotes en ciertos momentos de la vida. Además, el trastorno puede estar presente desde la niñez o la adolescencia, o aparecer en la edad adulta.
En cualquier caso, el trastorno de excitación genital persistente se caracteriza por:
A día de hoy, el trastorno de excitación genital persistente se considera un problema multifactorial. En otras palabras, puede estar causado por:
Éstos últimos son los más importantes a la hora de explicar no solo la aparición del trastorno de excitación genital persistente, sino también su cronicidad (las probabilidades de que se alargue en el tiempo).
Como hemos comentado antes, la falta de apoyo de la pareja puede empeorar los síntomas y provocar la aparición de brotes más intensos y molestos.
El desconocimiento por parte de la persona y de los médicos, también puede entorpecer mucho el curso del síndrome agravando y prolongando en el tiempo los síntomas.
Además, las personas con tendencia a las rumiaciones (dar muchas vueltas a los pensamientos desagradables), al catastrofismo (ponerse en lo peor) y a la autoinculpación (culparse por situaciones ajenas a su control), pueden también tener un peor pronóstico.
Si sospechas que sufres trastorno de excitación genital persistente, el primer paso es acudir a un profesional para realizar un diagnóstico. Esto requiere de pruebas médicas para descartar cualquier causa orgánica:
En base a esto, se realiza un diagnóstico y se propone un tratamiento que dependerá de la causa.
En muchos casos, el trastorno de excitación genital persistente tiene tratamiento. Por ejemplo, eliminar un medicamento que te provoca ese efecto secundario, aliviar el dolor con fármacos, realizar terapia de suelo pélvico, o volver a ajustar las hormonas, si esa fuese la causa.
Sin embargo, el principal tratamiento es la terapia psicológica y sexológica.
Al fin y al cabo, el trastorno de excitación genital persistente provoca un gran impacto en la salud mental, por lo que tratar la ansiedad, la vergüenza o la culpabilidad, puede provocar una gran mejora.
Además, es vital mejorar la relación de pareja tanto en el terreno sexual, como en otras áreas: la confianza, el respeto mutuo, la intimidad, la comunicación, etc.
En cualquier caso, es necesario acudir a un profesional para que realice las pruebas oportunas y te proponga un tratamiento individualizado.