Natalia tenía 26 años cuando se dio cuenta de que mantener relaciones sexuales, algo que llevaba haciendo durante casi una década, en realidad no le generaba tanto placer. Lo hacía por compromiso, para que sus respectivas parejas no se sintiesen inseguras, o la consideraran rara, o sintiesen que faltaba algo en la relación para que fuese completa.
“Me da pereza”, confiesa a Yasss la joven. Y es que su caso no es el único, pero la falta de apetito sexual está considerada como algo extraño y patológico, cuando se trata de una situación más normal de lo que pensamos. “Es muy triste que haya tardado tanto tiempo en aceptarlo. Al final me he forzado yo misma muchas veces sin disfrutar, y otras veces me he sentido forzada por la otra persona. He conocido chicos que me han hecho sentir culpable, y cedes, y al ceder disfrutas todavía menos si cabe, y el sexo que antes simplemente te resultaba poco placentero acaba generándote rechazo”, nos explica.
Fue entonces cuando Natalia encontró a otras personas que sentían lo mismo y la inseguridad comenzó a desaparecer. “Cuando ves que hay gente como tú, aunque sea por otros motivos, te sientes menos rara”, reflexiona. “Muchas veces pienso que vivimos en una sociedad que convierte el sexo en un tabú y a la vez sexualiza todo. Es como algo de lo que no se puede hablar, pero que sí o sí tiene que gustarte”.
La falta de deseo sexual ha recibido muchos nombres, dando lugar a una fuerte confusión, mitos y prejuicios en la sociedad.
El estereotipo principal y tal vez más dañino es el que afirma que tienes que haber vivido un trauma o una situación de agresión sexual para que no te guste el sexo. Es por ello que muchas personas con bajo deseo sexual se obsesionan analizando su pasado en busca de alguna experiencia de abusos que no tiene por qué existir, ya que la asexualidad y la hiposexualidad no van de la mano del trauma. Son condiciones totalmente sanas.
Para romper estos estereotipos y normalizar la falta de deseo sexual, el primer paso es visibilizar los motivos por los que a algunas personas no les gusta mantener relaciones sexuales, que pueden ser muy variados, y van desde problemas con la pareja a, sin ir más lejos, haber vivido una pandemia y que eso haya afectado a tu salud mental.
Los humanos no tenemos sexo por aburrimiento –al menos ahora que ya no estamos confinados en nuestras casas–. Necesitamos un impulso, atracción o excitación previa.
Esta excitación es psicológica y fisiológica. Psicológica ya que fantaseamos, nos imaginamos la experiencia sexual como algo placentero, e intentamos un acercamiento hacia otra persona. Fisiológica ya que produce una serie de cambios en nuestro cuerpo: la erección del pene o del clítoris, el aumento de la lubricación, la liberación de ciertas hormonas como la vasopresina…
Todos estos cambios no son una cuestión de todo o nada, varían dependiendo de la persona y también de la situación. No es igual la excitación cuando acabas de conocer a una persona que cuando lleváis juntos 10 años. Tampoco es igual la excitación en la pubertad que a los treinta años. ¿Mejor o peor? Ni lo uno ni lo otro, sino diferente. Y en algunas personas, el umbral de la excitación es tan bajo que simplemente no sienten el impulso que a otros les incita a buscar relaciones sexuales.
A la fase de excitación sexual le sigue lo que se conoce como meseta, que es un periodo en el que el placer se va intensificando poco a poco hasta conseguir el orgasmo. Pero esto es sólo teoría, ya que algunas personas no experimentan esta sensación de placer.
Por un lado, influye la visión falocentrista del sexo. ¿Qué significa esto? Que lo más importante para algunos es la penetración, dejando en un segundo plano la estimulación externa del clítoris, las caricias, los besos o el lenguaje en el momento del coito. Si en todas tus relaciones se otorga una importancia desproporcionada a la penetración, pero tú no disfrutas de la penetración, es inevitable asociar el sexo a algo aburrido y poco placentero.
Sin embargo, otras veces el disfrute no guarda relación con la práctica sexual en cuestión. Da igual que haya penetración, estimulación oral o masturbación en pareja o solitario, el placer no aparece y el orgasmo tampoco.
En algunas personas la falta de excitación, de deseo sexual y de capacidad de alcanzar el orgasmo tiene un origen psicológico, y es aquí donde entra en juego la obsesión con nuestro rendimiento.
Hay dos pensamientos que pueden boicotear todas tus relaciones sexuales: “Tengo que hacer que la otra persona se corra” y “tengo que correrme”, y seguro que algunas veces los has pensado.
Al centrarnos tanto en el placer, éste desaparece. Al fin y al cabo, el sexo (sobre todo en pareja) incluye ciertas sensaciones que pueden resultar molestas. Por ejemplo, el sudor, el peso de la otra persona sobre ti, la tensión muscular al mantener una postura, etc. Cuando nos centramos en el placer, inevitablemente comenzamos a ser más conscientes de todas estas sensaciones y el sexo pasa a ser algo monótono, aburrido e incómodo.
Una forma de evitar esto es dejar de considerar el orgasmo como un medidor de la satisfacción sexual. El placer va mucho más allá de que finalmente logres el clímax.
Por otro lado, masturbarte y utilizar juguetes sexuales puede ser una forma perfecta de eliminar esa presión sobre el orgasmo y de disfrutar más en pareja.
Párate un segundo a pensar qué es lo más importante para ti en una relación de pareja. Puede ser el tiempo juntos de calidad. Pueden ser las muestras físicas de afecto mediante besos o abrazos, o también mediante palabras. Pueden ser las risas, compartir hobbies o poder hacer mil y un planes. Puede ser el sexo.
Sea como sea, no hay reglas que rijan el número de ‘te quieros’ que le dices a tu pareja, el número de horas que tenéis que veros a la semana, o el número de veces que tenéis que mantener relaciones sexuales.
Algunas personas dan poca o ninguna importancia al sexo en una relación, y no pasa nada por ello. Sin embargo, si la otra persona sí considera esta faceta como algo fundamental pueden surgir conflictos a largo plazo. Por eso es importante ser sinceros desde el principio y dejar claro qué es lo que esperamos y buscamos en una relación, sin mentir para complacer a la otra persona.
Como acabamos de ver, hay personas que no otorgan mucha importancia al sexo en una pareja, pero también es habitual ceder, esforzarnos para que nos guste e intentar complacer a la otra persona. Spoiler: ¡Jamás de los jamases vas a disfrutar del sexo si sólo lo haces para no decepcionar a tu pareja!
Que no te guste el sexo no es un problema ni te convierte en una persona “defectuosa”, y el hecho de que ames a tu pareja no implica que tengas que complacer absolutamente todas sus necesidades, aunque eso implique renunciar a tu placer. Hacer esto puede convertir el sexo ya no en algo aburrido o que te da igual, sino en una situación desagradable y traumática en la que el límite entre la complacencia y la violencia sexual se difumina.
La respuesta depende de ti. Si nunca te ha gustado el sexo y esto no te genera malestar, no es necesario que intentes solucionar algo que no es un problema. Hay personas que necesitan masturbarse o mantener relaciones a diario, y no pasa nada. De la misma forma, otras sólo tienen ganas de sexo una vez a la semana, al mes, al año o nunca, y tampoco es problemático.
Sin embargo, algunas situaciones en las que es útil pedir ayuda experta son: