Jordi Sierra i Fabra (Barcelona, 1947) lleva más de 50 años escribiendo libros, es premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, pero sobre todo es conocido por ser un gran estudioso de la música moderna (ha dirigido las principales revistas del ramo).
Ahora la editorial Siruela reedita su interesante ‘Historia del Rock’, donde nos cuenta cómo nació esta música, sus modas, sus mitos, sus leyendas y las anécdotas de los cantantes y canciones que dieron forma a este género musical que revolucionó la historia de la música convencional.
Además acaba de publicar un libro con algunas de las fotos que tomó a Springsteen, Lou Reed, Bowie, Marley, Santana, AC/DC, Queen o los Ramones. Se titula 'Imágenes de rock' y solo puede encontrarse en la editorial SIF.
Pregunta: Por qué no hay en todo lo que llevamos de siglo XXI nada comparable a Sinatra, Elvis, los Beatles, los Stones, Queen o U2? ¿Qué ha pasado?
Respuesta: Cada tiempo tiene su música y cada música su circunstancia. Diría incluso que en cada momento tenemos la música que nos merecemos. Por eso la actual es lo que es, un conjunto de nadas. El siglo XXI está siendo el de la dispersión. Que sonidos tan étnicos y surgidos de lugares y circunstancias concretas (caso del hip hop) sean tendencia y moda global, da que pensar. Todo es híbrido, mezcla sin mucho sentido. Pero es que el cambio va más allá de esas simples razones. Hoy en día un chico o chica oye música con unos pinganillos desde su móvil o desde su ordenador. Solo percibe un 15% de la calidad del disco. ¿Cuándo perdimos el placer de escuchar el sonido con dos buenos altavoces y a toda potencia?
P: ¿Se ha perdido un poco el ritual y la magia de escuchar música?
R: El sentimiento de pérdida es generalizado y va más allá. Cuando yo era adolescente me iba a trabajar y a la escuela nocturna a pie, cada día, y me hacía 15 kilómetros diarios, para ahorrarme el bus y el metro. El sábado iba a una tienda de discos y me escuchaba uno por uno los 10 LP's que habían salido esa semana, porque entonces cada artista sacaba dos LP's al año y 4 singles (en los 60), y al menos un LP al año luego (en los 70), no como ahora. Con el disco elegido iba a casa y seguía el ritual de sacarlo de la funda con dos dedos, sin tocar las estrías, ponerlo en el plato y degustarlo mientras contemplaba la portada, que a veces se abría y era otra maravilla en sí misma. Hoy este sentimiento se ha perdido. Este amor, este esfuerzo, todo, y se ha reducido a emplear un dedo para buscar la canción en un soporte. A veces veo en el metro a chicos y chicas que no sé qué oyen, porque ni siquiera mueven los pies. Son estatuas. Esto es una consecuencia de la falta de emociones, y sin emociones tampoco habrá más bandas de rock como las de antes. Y que no digan que el rock ha muerto. Lo que ha muerto es la capacidad de sentirlo como lo que era y es.
P: Leyendo su libro, uno comprueba que el cambio social en los sesenta y setenta del pasado siglo fue vertiginoso. ¿Quizá por eso la música fue tan original y rompedora? ¿Quizá por eso no lo es ahora?
R: Bueno, mi libro "Historia del Rock" publicado por Siruela es muy sencillo, un manual de urgencia para contar, a grandes rasgos, qué pasó. Mis "grandes obras", como la "Historia de la Música Rock" en 100 fascículos (años 80) o la "Enciclopedia del Rock de la A a la Z" también en 100 fascículos (años 90) ya son historia. Ahora solo intento explicar a los jóvenes de hoy qué sucedió y en que contexto sucedió. Y le cuento cómo entre 1969 y 1973 el rock vivió sus mejores años y casi todo lo bueno surgió de ese momento. Incluso Bruce o Queen, por citar dos de los más grandes y que parecen más recientes, surgieron entonces.
P: Con todo, “seguimos en la Era del Rock”, leo en su libro. ¿Por qué?
R: El rock and roll, tanto en EEUU como en Inglaterra, fue una consecuencia del cambio social sobrevenido tras la Segunda Guerra Mundial. Los hijos de los que la hicieron buscaron su propio lenguaje, apareció la guitarra eléctrica como símbolo, y ya sabemos que la fusión de la música negra y la blanca derivó en la esencia del rock. En los 60 logró mantenerse la llama de la segunda mitad de los años 50, y con los Beatles todo fue ya extraordinario. Es decir, hubo una ruptura, se pasó de los crooners a arropados por orquestas y de esas mismas orquestas a los grupos de cuatro o cinco chicos. Todo fue distinto ya, vestimenta, ideas, lenguaje, sonidos, ritmos. Y sí, digo que seguimos en la Era Rock, como concepto, porque todavía no ha habido ningún movimiento de ruptura que haya abierto una brecha con nuestro pasado musical más reciente. Sigue habiendo grupos, guitarras, y llenan estadios bandas como Coldplay o Simple Minds y estrellas como Bruce. Se dijo hace años que la música electrónica había matado al rock. No es cierto. La electrónica siempre fue una variante más (en los 70 ya existía lo electrónico, con Tangerine Dream, Kraftwerk y compañía). Luego que si el rap o el hip hop eran lo más de lo más. De nuevo falso. El hip hop mata la melodía para someterla al ritmo, pero el rock sigue estando ahí, más allá de ello. Seguimos en la Era del Rock. No tengo redes sociales, así que me ahorro la tormenta que puedan levantar mis palabras.
P: Leo al final del libro que tiene todavía esperanzas en que pueda aparecer en cualquier momento “un gran grupo que lance de nuevo la historia del rock”. ¿Ve algún indicio que alimente esa esperanza?
R: Si algo tiene la música es que es impredecible. ¿Otros Beatles o Rollings? No, serían los artistas que darían forma a este tiempo con su propio nombre y estilo. Pero ¿cuántas estrellas de verdad, perdurables, han surgido en estos 22 años del siglo XXI? Lady Gaga no le llega a la suela del zapato a Madonna, Adele es la nueva Streisand (salvando distancias), Ed Sheeran nos dice que en la sencillez también reside el éxito. Cito tres ejemplos. Los Beatles siguen siendo de los más vendidos, y Queen o David Bowie por efecto película o aniversario. Todavía. Y no sé si eso es bueno o malo. Vale, también seguimos escuchando a Mozart o Stravinsky. Sin embargo, año a año la música no hace más que dar vueltas sobre sí misma. Oyes un disco de música latina y los has oído todos, porque el ritmo machacón se repite. Ni siquiera hay estrellas con imagen, como lo fueron Michael Jackson o Prince. Claro que ha de haber una ruptura tarde o temprano, es lógico, pero como historiador no la veo. Ni la huelo.
P: Ahora tenemos acceso instantáneo a todo el catálogo musical gracias a Spotify o Youtube. ¿Qué le parece este gran cambio tecnológico?
R: Lo he dicho antes. La música debe escuchar bien, no a medias. Me da igual la fuente, pero escuchar a Led Zeppelin, Queen o AC/DC con un pinganillo en la oreja es como ver "Blade runner" o "Alien" con prismáticos a un kilómetro de distancia.
P: Ahora que hay plataformas, vídeos, directos en internet… ¿es más fácil o más complicado darse a conocer en el mundo del rock que en los 70-80-90s?
R: No puedo responder a esto. Llevo 30 años apartado de la música, concentrado en escribir y viajar. No estoy al día. Cuando viajo por Asia, África o Latinoamérica, o paso un mes viviendo con una tribu de la Polinesia o de dónde sea, naturalmente no tengo ni Internet. También soy antimóviles. Para mí todo eso es ruido. Y las novelas no se hacen con ruido, se hacen con la pasión que genera la propia vida. Sin embargo, te contaré algo: Muy a menudo voy a escuelas y a veces me aparece un chico que me dice: Jordi, quiero grabar un disco, ¿qué he de hacer?. Yo le pregunto si ha tocado en directo. Cara de pasmo y la respuesta es: No, ¿cómo voy a tocar en directo si no me conocen? A lo que yo respondo: ¿Y cómo quieres grabar un disco sin haberte fogueado cara al público? Ahí sigue una discusión en la que el chico no entiende que debe sembrar para recoger, trabajar, pagarse incluso una camioneta para llevar los instrumentos a un pueblo y tocar gratis. ¡Gratis! Alucina. Entonces hago la gran pregunta: ¿Para qué quieres grabar un disco? Y muchos contestan: Coño, para ser famoso, trincar pasta y follar tías. Cuando oigo esto le palmeo el hombro y suelo decirle que eso no es ser músico, sino ser gilipollas, porque la música es algo más, mucho más.
P: A su juicio, ¿quién es el artista vivo más importante? ¿Bob Dylan, Paul McCartney, otro?
R: En la Fundació Sierra i Fabra de Barcelona, donde está el museo y toda mi vida, en la entrada hay un cuadro gigante en el que se me ve jugando al ajedrez con John Lennon mientras Bob Dylan nos toca la guitarra bajo un retrato de Igor Stravisnky. Está todo dicho.
P: Si tuviera que escoger el mejor artista de cada década, ¿a quién elegiría desde 1950 hasta la actualidad?
R: Chuck Berry en los 50, Beatles en los 60, Led Zeppelin en los 70, Michael Jackson en los 80... y Bob Dylan siempre. De los 90 hasta hoy no me veo con fuerzas para opinar.
P: Usted explica en el libro el porqué del llamado ‘club de los 27’. ¿Qué razones explican que tantas estrellas hayan muerto a esa edad?
R: No deja de tener su lógica. Igual que la vida media de un grupo es de cinco años desde el primer éxito hasta la separación o escisión de algún miembro clave, también sucede en algunas figuras relevantes. Crecen paulatinamente en la adolescencia, empiezan a triunfar entre los 20 y los 22, y a los 22, con la primera madurez, triunfan. Pasan cinco años y para algunos llega la autodestrucción, en pleno éxito, justo a los 27. Todos y todas las del 'club' siguen ese patrón.
P: ¿Qué disco o discos (artista o artistas) escucha ahora más a menudo?
R: Tengo en mi casa 30.000 discos, y suelo usar la música en función del libro o el capítulo que esté escribiendo. Incluso tengo modelos: por ejemplo, cuando hago ciencia ficción me pongo básicamente a Tangerine Dream. En clásicos mi Dios es Stravinsky. En rock, todo lo que sea duro, Led Zeppelin, AC/DC, Aerosmith, pero no le hago ascos a nada. Si necesito paz tengo el piano de George Winston, incluso las armonías de Elton John, las catarsis de King Crimson o los desmanes de Emerson, Lake & Palmer. Tengo todo y de todo en mi despacho de Barcelona. Y están los recuerdos, claro, porque los he visto en concierto, he hablado con muchos de ellos, a otros los entrevisté... Y vale, ya, no nos pongamos nostálgicos.