Bruno Galindo (Buenos Aires, 1968) es escritor, periodista y trabajó durante años en la industria discográfica, pero sobre todo es un amante de la música. En las últimas tres décadas ha hablado con todo el que tiene un nombre en este mundo, desde David Bowie a Enrique Morente.
Da cuenta de ello en ‘Toma de Tierra’ (Libros del K.O.), donde lanza algunas preguntas al aire: ¿Sustituirá el algoritmo a los directores artísticos de las discográficas? ¿Tiene Netflix más peso cultural que toda la industria musical? ¿Desde cuándo el rock no ofende a nadie?
Alguien que ha compartido una noche de borrachera con Bono o asistido a los primeros ensayos de Héroes del Silencio puede responder a estas preguntas mejor que nadie. Aunque hay una algunas que no hubiera querido hacerse nunca: ¿Qué marca el fin de la prensa musical? ¿Cuándo se volvió imposible vivir de esto? ¿Cuándo fue posible?
Pregunta: Nombra tres artistas o grupos nacionales imprescindibles desde 1980. Lo mismo con los internacionales. Y dime por qué los has elegido.
Respuesta: Radio Futura, Los Planetas, Rosalía: uno por década o década y pico. De fuera, REM, Pulp, Flaming Lips. Elegidos por su ambición artística y la grandeza de sus canciones. Estas cosas no se pueden pensar mucho.
P: Lou Reed, Manu Chao, Tom Waits... Son incontables tus entrevistas. ¿Cuál te gustó más hacer? ¿Cuál menos? ¿Qué personaje te decepcionó más?
R: Me encantó llegar a tiempo a entrevistar a Radio Futura, aunque fuera con uno de sus recopilatorios. La peor entrevista supongo que es aquella de la que esperabas mucho y siempre te la olvidas. Las más decepcionantes lo fueron por el entrevistador.
P: Di, en una palabra, qué sensación te generaron estos artistas: Bono, Bowie, Prince, Lou Reed, Miles Davis, Morente.
R: Bono: relaciones públicas. Bowie: inteligencia. Prince: beatitud. Reed: hígado seco. Miles Davis: una gran pirámide. Morente: la curiosidad.
P: Para un profano, qué significa que Springsteen, Dylan o Bowie vendan sus catálogos a las grandes editoriales.
R: Es un gesto crepuscular.
P: “Paul McCartney es infinito y no hay más que hablar”. Háblame un poco más, por favor.
R: Ponte algún documental reciente de McCartney y vas a ver que cuando el tipo aparece todo el mundo alrededor sonríe como si verle fuera lo más grande que les ha pasado en la vida. Pocos músicos han hecho tan felices a tantos millones de personas como él. Siempre hablamos de Dylan, pero yo creo que McCartney es el músico vivo más importante del mundo.
P: Has sido muy amigo de Calamaro. Dime algo sobre él, lo primero que te venga a la cabeza.
R: Hace mucho tiempo hablaba mucho con él, creo que durante su período más creativo, el que va desde mitad de Los Rodríguez a El salmón. Es un extraordinario melodista con —en ocasiones— un incuestionable don poético.
P: Escribes: “Cuanto más importante es el artista más consideración y profesionalidad le caracterizan”. ¿Por qué?
R: Hago esa generalización pensando en los artistas totémicos, longevos. Han hecho ya todas las gilipolleces, han pasado por altibajos, incluso, en muchos casos, han desaparecido del radar durante años. Cuando vuelves de ahí eres mucho más considerado. Le das las gracias a la gente por su nombre y mirándola a la cara. Creo yo.
P: De pequeño escuchaste desde Vinícius de Moraes a West Side Stoy pasando por Rimski-Kórsakov. ¿Estamos perdiendo una cultura musical con cierta amplitud de miras?
R: Al revés: tras décadas en las que solo podía gustarte un tipo de música, hemos aprendido a disfrutar sin complejos de cualquier cosa. Hoy una playlist con criterio podría incluir esas tres referencias sin disgustar a nadie.
P: ¿Cómo veremos el trapdentro de diez años?
R: Todo estilo que gusta hoy hará el ridículo mañana cuando el paradigma estético sea otro. Sin embargo el trap será estudiado como la música de una generación ajena a virtuosismos, desencantada, cínica y sin nada que perder. Habrá pocos motivos para volver a escucharla, pero creo que será un suceso cultural respetado.
P: ¿En qué estado está el periodismo musical en España?
R: Profesionalmente muy tocado. Eso contrasta con una proliferación de información —amateur, universitaria, en redes— muy notable. Son malos tiempos para ganarte la vida con ese oficio, pero no para informarte como usuario.
P: ¿Qué recuerdo guardas de Joaquín Luqui?
R: A Luqui lo recuerdo con cariño: apasionado, desordenado, narcoléptico; era todo un personaje.
P: Spotify y Youtube tienen todo a un golpe de click. En general, ¿eso es bueno o es malo para el aficionado? ¿Y para los músicos?
R: Siempre valoras más una carta con cuatro platos que un buffet con toda la comida que existe del mundo. Dicho esto, esas plataformas son el sueño hecho realidad de cualquier consumidor de música: está todo o casi. Otra cuestión es que normalmente escuchas Spotify y Youtube en tu ordenador o en el móvil, con la baja calidad que eso comporta. A nadie le importa eso: hace mucho que dejamos de escuchar la música bien. Para los músicos, como es sabido, es igualmente bueno y malo: su música es ubicua, pero no ganan el dinero que justamente les correspondería.
P: ¿Es cierto que uno deja de escuchar música cuando se hace mayor?
R: No. Uno deja de escuchar música cuando deja de tener tiempo, cuando tiene problemas serios, por ejemplo cuestiones familiares. Hablo por mí.
P: Leo en tu libro: “La música siempre vuelve”.
R: Al hilo de la respuesta anterior, antes o después siempre te apetece volver a escucharla. Oyes algo que te sorprende y te da ganas de tirar del hilo y escuchar otra cosa más, y luego otra. Y de repente ya estás otra vez dentro. Eso es: la música siempre vuelve.