David Jiménez, autor de 'El director': “Hemos olvidado a los reporteros que murieron por contarnos el mundo”

  • El periodista y escritor publica ‘El corresponsal’, una novela inspirada en su experiencia como enviado especial a decenas de conflictos

  • La obra es un homenaje a los periodistas que murieron haciendo su trabajo, como Ricardo Ortega, tiroteado en Haití en 2004

  • El autor repasa la crisis del periodismo actual, su relación con el poder, su valor social, y la amenaza de los algoritmos

El joven David Jiménez huyó pronto de la redacción, “cementerio de vocaciones”, para vivir el periodismo en primera línea, cubriendo conflictos, tsunamis y accidentes nucleares en Asia. Le tocó en suerte vivir el fin de una época dorada, la de los corresponsales y enviados especiales, tipos que “necesitan volar” y ser libres para contar de primera mano lo que ocurre.

Fue un tiempo de periodismo romántico, que en su caso fue sucedido por un baño de realidad con su vuelta a la redacción de El Mundo, convertido en director del periódico, en 2015, experiencia traumática que retrató en el superventas ‘El director’ (Libros del K.O, 2019), libro que destapó la relación entre los medios de comunicación y el poder.

Ese desencanto con la profesión le pudo haber llevado al derrotismo pero su época de enviado especial le había vacunado contra el cinismo y el desencanto, y de todo eso da cuenta en ‘El corresponsal’ (Planeta), donde recuerda que el periodista ayuda a que “se sepa la verdad” y eso mejora el mundo aunque sólo sea en contadas ocasiones.

Pregunta: Un personaje de la novela sentencia: “El periodismo es una profesión de golfos y embusteros”.

Respuesta: Eso dijo mi padre cuando le anuncié que quería estudiar periodismo. Yo tenía 18 años. Era la profesión perfecta para mí. Con los años lo he confirmado.

P: Ahora es otro tipo de golfería.

R: Sí, antes ser golfo era estar en un bar de corresponsales hasta las tantas intentando ligarse a la enviada de Le Monde. Ahora esa golfería es manipulación y desprestigio de la profesión. Se ha perdido el lado romántico que trasmito en la novela, que a la vez es dura con los corresponsales, sus traiciones, su competencia por la exclusiva y su exhibicionismo en algunos casos.

“Estaba más cómodo en una trinchera afgana que en mi despacho de director de periódico”

P: Los corresponsales son una raza casi extinguida.

R: Ya entonces nos hacíamos llamar "los dinosaurios”. Éramos los últimos. Cada vez eran más frecuentes las fiestas de despedida de corresponsales a quienes llamaban de vuelta a la redacción. El corresponsal tal como lo conocí es un oficio desaparecido.

P: ¿Por qué desaparece?

R: Porque los medios decidieron que los corresponsales eran prescindibles, que costaban dinero, que a la gente no le interesaba el mundo, sino solo su barrio, su ciudad o como mucho su país. Fueron despedidos y sustituidos por empleados jóvenes y precarios. Los jefes vieron más rentabilidad en otros formatos más baratos, como la tertulia política.

P: ¿También dejó de haber lectores de las crónicas de los corresponsales?

R: Probablemente el fin de ese oficio sea una responsabilidad compartida entre jefes y lectores, aunque en España nunca ha habido mucho interés por el periodismo internacional excepto cuando estalla una guerra o una gran tragedia como ahora. Entonces los directores preguntan dónde están los corresponsales. Es un gran error. En un mundo cada vez más complejo, con los autoritarismos, la desigualdad y el recelo hacia el otro en aumento, es muy importante tener corresponsales que te cuenten que no somos tan diferentes.

P: Es el caso de la Revolución Azafrán de Birmania, momento en que está ambientada la novela.

R: Cuando yo cubrí esas protestas en 2007, mis crónicas abrieron la portada de El Mundo durante varios días seguidos. Sin embargo, a principios de 2021 hubo un golpe de Estado, con una matanza de cientos de personas y pasó inadvertido. Es la prueba evidente del desinterés de los medios, los políticos y los lectores. ¿Hemos hecho lo suficiente los medios y periodistas para atraer el interés de los lectores? Probablemente no.

Los medios decidieron que a la gente ya no le interesaba el mundo, sino solo su barrio, su ciudad o como mucho su país

P: Precisamente otro personaje de la novela define el periodismo como "el arte de hacer interesante lo importante”.

R: Yo creo mucho en esa frase. Muchas veces se dice: “le damos a los lectores lo que quieren”. ¿Pero qué quieren los lectores? ¿Les has confrontado con una historia bien contada? A lo mejor sí les interesa. Mi experiencia es que si vas al lado humano de las historias y consigues un gran reportaje, tienes muchos lectores y visitas en la noticia. Pero si lo que cuentas es una cumbre aburrida de la UE con declaraciones de políticos, eso no tiene ningún interés.

P: A ello se suma el algoritmo de los buscadores de internet, que sugiere contenidos ya buscados.

R: Te lleva a noticias por las que tú ya has mostrado interés. No te confronta con ideas diferentes a las tuyas ni otros asuntos. Tú pinchas en un vídeo de gatos, y el buscador te recomienda vídeos de gatos. Eso empequeñece las mentes, no te saca de tu gueto ideológico, no te abre horizontes. Antes abrías un periódico y no sabías qué ibas a encontrarte. Quizá sin buscarlo te topabas con un reportaje de Birmania y te quedabas ahí. Ahora la información es cómoda y fácil, y además los medios la masticamos para que el lector la consuma mejor.

P: Las redacciones.

R: Muchas son cementerios de vocaciones. A los tres años de estar allí muchas veces te han matado tus ganas de contar historias y aportar algo a la sociedad a través de tu oficio. Pero eso no es tan nuevo. Yo me fui de corresponsal porque la redacción estaba matando mi vocación periodística. Quería vivir cosas. Me entristece que los nuevos reporteros no puedan vivir las experiencias que yo tuve entonces, y que estén sentados en una silla picando diez textos y buscando el titular más fácil para atrapar al lector.

P: Pero luego volviste a la redacción, ya como director.

R: En mi anterior libro, ‘El director’, cuento eso: llevas 20 años viviendo el lado idealista y romántico de la profesión, y un día alguien –de forma insensata- te convierte en director de un gran periódico. Me topo entonces con las intrigas del poder, las puñaladas de la redacción, aunque también con lealtades admirables. Ese choque hizo inviable que yo sobreviviera. Yo no era un director de periódico. Me encontraba más cómodo en una trinchera en Afganistán que en un despacho o una reunión con empresarios del IBEX.

Siendo director de El Mundo descubrí el nivel de contaminación en la relación entre prensa y poder

P: ‘El director’ fue casi una crónica de guerra.

R: Fue un año increíblemente intenso (2015-2016), donde descubrí las tripas del periodismo y su relación con el poder de una manera que el corresponsal desconoce, porque su máxima preocupación es enviar la crónica a tiempo. De repente vuelves a Madrid, te dicen que eres el nuevo director, y el primer día te llama el rey, Rajoy y los del IBEX. Y otro día te llama alguien y te dice que si publicas esta noticia te retira la publicidad. No es que antes fueras idiota, pero ahora te llama la atención el nivel de contaminación en la relación entre prensa y poder.

P: ¿Qué consecuencias tuvo la publicación de ‘El director’?

R: El libro rompió una ley del silencio que había en el periodismo en España. Fue un golpe duro para el establishment periodístico que llevaba décadas viviendo muy bien sin que nada cambiara, ocultando el lado más oscuro de lo que estaba ocurriendo. Si tú vives eso, y eres periodista, lo debes de contar. Si no lo haces no eres periodista. Se lo debía a la profesión que me ha dado tanto. No pensaba que fuera a cambiar las cosas, pero sí que había que abrir el debate. Es evidente que la cosas no han cambiado e incluso han ido a peor. El libro ha envejecido mejor que sus críticos, porque mucho de lo que se cuenta es hoy más cierto que cuando se publicó en 2019.

P: ‘El corresponsal’ precisamente ahonda sobre la función social del periodismo.

R: Yo me metí en periodismo pensando que iba a aportar algo. Había otras carreras que prometían más dinero y más seguridad. Cuando empiezas tienes esa ilusión, que luego se reduce cuando compruebas que tus historias no tienen el impacto que esperas. Sin embargo, en mi carrera de corresponsal hay vidas que han mejorado. Estoy convencido de que el periodismo ayuda a cambiar las cosas. La guerra de Vietnam no habría terminado si unos reporteros no hubieran abierto los ojos a la sociedad americana sobre lo que estaba pasando con la población local. Eso dio un giro en la opinión pública e hizo que la guerra terminara antes. Creo que el periodismo puede ayudar a mejorar las cosas, aunque la lista de sus fracasos es muy larga. Hay cierto equilibrio; no consigues todo lo que quieres, pero hay pequeños triunfos que a mí me ayudaron a seguir y a darme cuenta de que los riesgos que corrí en algunas guerras merecían la pena. Si no, no irías a esas guerras, donde no hay fama ni dinero. De hecho, sentado en una tertulia ganas más dinero, popularidad y posición.

El ‘director’ ha envejecido mejor que sus críticos, porque mucho de lo que se cuenta es hoy más cierto que cuando se publicó en 2019

P: Un personaje afirma: “Los reporteros de guerra que están bien son los que lo dejaron a tiempo”.

R: Hasta Hemingway sostenía que el reporterismo tenía fecha de caducidad. No tiene mucho sentido que a mi edad coja la mochila y me vaya a la frontera de Ucrania a ver lo que pasa.

P: Son rara avis, pero sí hay corresponsales mayores. ´

R: Se les ve sobre todo en el periodismo anglosajón, donde se respeta mucho la figura del corresponsal, pero no es el caso de España. Allí ser corresponsal es la consagración de la carrera del periodista. En los diarios americanos es muy raro ver a un corresponsal joven, tienes que haber hecho una carrera antes, aunque eso está cambiando un poco ahora.

P: ¿Queda algo en ti de aquel reportero joven?

R: Yo viví la etapa más intensa de mi carrera como corresponsal y como director las mayores decepciones. Mi descreimiento viene al golpearme de bruces con la realidad de los medios y el poder en el despacho del director. Ahí es donde yo sufro mi gran desilusión con el oficio. De hecho, aunque sigo colaborando con medios extranjeros sobre todo, me he ido separando un poco de ese mundo.

P: “Si le quedaba algún amigo no era entre los periodistas”, se cuenta en la novela sobre un corresponsal veterano.

R: Ese podía ser yo después de publicar 'El director'. (Ríe)

No tiene mucho sentido que a mi edad coja la mochila y me vaya a la frontera de Ucrania

P: Has escrito realidad y ficción. ¿Son procesos muy diferentes?

R: En mi caso no tanto. Mi ficción, como ‘El corresponsal’, está muy atada a la realidad, donde describo algo que conozco, como la vida íntima de los corresponsales y Birmania, donde he estado varias veces. Quien lo lea, aparte de entretenerse (porque tiene intriga y una historia de amor), va a saber cómo es la vida íntima de los corresponsales más allá de Hollywood, y también algo sobre la condición humana.

P: La novela está dedicada a periodista Ricardo Ortega, que murió tiroteado en Haití en 2004.

R: A él y a todos los periodistas que no regresaron de sus coberturas. A Ricardo lo conocí en Afganistán y sentía una profunda admiración por su trabajo y su integridad. A veces nos olvidamos de esos reporteros que se jugaron la vida por contarnos el mundo. Era una ocasión para homenajearles a todos ellos.

P: ¿Qué viene después de ‘El corresponsal’?

R: Es mi quinto libro sobre periodismo (‘Hijos del Monzón’, ‘El lugar más feliz del mundo’, ‘El botones de Kabul’ (que se reedita ahora), ‘El director’ y ‘El corresponsal’). Es un mundo fascinante, pero ya he contado todo lo que sé de él. Tengo la determinación de que en mi próximo libro no salga un periodista.