Begoña Gómez: “No hay nada más neorrancio que alguien que se atribuye la capacidad de hablar como el pueblo llano”

  • El ensayo Neorrancios analiza el fenómeno nostálgico que idealiza un pasado que nunca va a volver

  • "La familia tradicional es una institución hegemónica que no necesita más defensa"

  • "El antiintelecutalismo siempre ha sido una fuerza aglutinadora en la política española"

En los últimos años, ha surgido con fuerza una corriente de reivindicación del pasado. Se idealiza con nostalgia aquellos años en los que la vida no estaba sometida, no digamos ya a lo vaivenes de la pandemia, sino a los cambios que tanto la globalización por un lado como la digitalización de cualquier aspecto de nuestras vidas han infringido a las sociedades actuales.

Revestida de cierta pátina de progresía se leen la bonanzas de la vida en el pueblo cuando las mujeres se encargaban de todas las faenas domésticas del hogar mientras los hombres ganaban el sustento con el pluriempleo. Es lo que Begoña Gómez ha definido como Neorrancios (Península, 224 págs). A lo largo de una decena de capítulos de varios autores se diseccionan tanto el discurso Ana Iris Simón con su defensa de la España del blanco y negro de Paco Martínez Soria como la idealización del mercado inmobiliario que busca que cada familia viva hipotecada para tener un techo en el que críar a sus hijos. Con el subtítulo de "Un ensayo contra la deriva reaccionaria de la izquierda rojiparda", Neorrancios busca (y consigue) destapar los fuegos de artificio que esconden esos discursos.

Pregunta: Cuando se alude a la nostalgia, ¿es un fracaso de la imaginación política?

Respuesta: Sí, eso es justamente lo que decimos en el libro. La nostalgia en sí es una emoción a la que nadie es ajeno, por tanto enfocar el debate como “a favor o en contra de la nostalgia” no tiene ningún sentido. Lo que sí nos parece perverso es instrumentalizar una visión muy sesgada del pasado para imponer un modelo social caduco, que se inhibe de muchos debates urgentes mirando hacia otro lado.

P: Que sea la defensa de la familia más tradicional el eje de la propuesta neorrancia, ¿significa que la izquierda la tenía descuidada?

R: La familia tradicional es una institución totalmente hegemónica y no me parece que necesite mucha más defensa. Además, aquí se resacralizó tras la crisis de 2008, cuando se construyó un consenso que venía a decir que la familia había salvado al país del rescate de la troika y del descalabro total porque cada familia de manera autónoma había parcheado su economía practicando la solidaridad interna. Eso puede ser cierto y por supuesto es positivo, que existan esas redes de apoyo, pero se dedicó poco tiempo y espacio en el debate público a analizar las derivadas de ese fenómeno. ¿Qué pasa con la gente que no tiene esas redes, o que tuvo que renunciar a ellas porque no se ajustaba a lo que su familia tradicional esperaba?, ¿qué supone el tener que depender de la familia?, ¿qué precio se paga en términos de emancipación? Es normal que la izquierda se ocupe de lo colectivo y de resignificar lo que entendemos por “familia” para tratar de que incluya también otros vínculos menos atravesados por los lazos de sangre y todo lo opresivo que eso implica. Así que no, no me parece que sea labor de la izquierda apuntalar algo ya tan instalado y hegemónico como la familia tradicional. Dicho esto, hay quien cree que las personas que señalamos estas cuestiones, nada nuevas y nada revolucionarias (Alexandra Kollontai ya lo dijo todo en 1920) no tenemos familia o no queremos a nuestras familias –“allá te pudras sola con tus gatos” etcétera–, lo cual es bastante absurdo y dice mucho de lo poco que importa el neorranciado arrastrar la conversación al nivel más ínfimo.

No hay nada que se ajuste mejor a la idea de “bien común” ahora mismo que la emergencia climática

P: La caricatura a la izquierda y al progreso ¿surge por su excesiva deriva intelectual y académica?

R: Bueno, la caricatura es bastante perezosa y hasta como chiste me da que ya no hace mucha gracia. El humor neorrancio necesita urgente renovación. Si le explicas a una persona que no está familiarizada con ese término lo que significa, por ejemplo, la palabra “cisgénero”, lo entiende en dos segundos. Puede que pase a usarla o no, pero es un término útil en tanto que define una realidad. Otra cosa es que a ti, como persona ya prejuiciada contra todo lo que suene a izquierda identitaria, te parezca que es un término risible y que la izquierda solo se expresa de manera críptica y despegada de la realidad. Las reivindicaciones de los movimientos progresistas en realidad son muy sencillas de entender.

Lo de la deriva intelectual es una crítica que se hizo mucho al primer Podemos, porque sus cuadros provenían en gran parte del mundo académico, y que ahora se ha trasladado a formaciones como Más País. El otro día vi un tweet que decía “dime que no has salido nunca de la facultad sin decirme que no has salido nunca de la facultad” para ridiculizar un cartel de Más País sobre la semana de cuatro días. Obviamente, es más fácil reírte de esa propuesta que trabajar para que pueda ser una realidad para muchas personas. Puedo entenderlo. Soy autónoma. Jamás voy a conocer la semana de cuatro días, pero eso no me lleva a ridiculizarla. Ojalá alguien pueda tenerla. Esas críticas, además, obvian que que esos partidos no representan a todo el activismo de izquierdas que se hace desde asociaciones y grupos de base. Por tanto, no deja de ser tomar una parte por el todo. Por último, diría que el antiintelecutalismo siempre ha sido una fuerza aglutinadora en la política española. Tiene mucho tirón y quien se apunta a eso sabe que va con un caballo ganador. Ahora hay mucho de antiintelectualismo en lo neorrancio. No hay nada más neorrancio que alguien que se atribuye la capacidad de hablar “como el pueblo llano” y, por tanto, por el pueblo. El neorrancio es el rey de “al pan, pan y al vino, vino”. Ir de campechano y definir “sentido común” como “lo que yo pienso” es altamente neorrancio.

¿En qué momento se decidió que el pensamiento reaccionario era igual al “sentir popular”?

P: El hecho de que llevemos encadenando crisis desde 2008 y con tantas incertidumbres, ¿es un terreno fértil para que afloren las respuestas simplistas reivindicando el pasado?

R: Por supuesto. En un momento de incerteza, lo conocido reconforta y lo no explorado asusta. Hay una frase del politólogo Pablo Simón que cita Noelia Ramírez en el libro y que define bien esto: “mirar hacia atrás es como ir cuesta abajo, el cuerpo descansa”.

Es más fácil reírte de una propuesta que trabajar para que pueda ser una realidad para muchas personas

P: El libro parece más un ajuste de cuentas con los errores de la izquierda que con las corrientes nostálgicas que quieren recuperar una supuesta arcadia perdida

R: ¿Sí? A mi no me lo parece. Me parece, y así estaba planteado, una recopilación de respuestas a un pensamiento muy hegemónico que se ha fortalecido y que tiene muchísimo espacio en los medios tradicionales y no tradicionales.

No creo que Ayuso represente la alegría, sino el sincomplejismo y el sálvese quien pueda

P: La corriente de neorrancios busca explotar el sentido común, como el extremocentrismo. ¿Por qué parece que deja la izquierda que se la arrincone en el brilli-brilli y el patinete y regala el sentido común al conservadurismo.

R: Esto es como cuando se decía, a raíz de la campaña y posterior victoria de Ayuso, que la izquierda había regalado a la derecha la alegría. Se escribieron cientos de columnas con esa tesis. Y ahí hay un problema de definición. No creo que Ayuso represente la alegría, sino el sincomplejismo y el sálvese quien pueda. Ella es un fenómeno político fascinante y aterrador y analizar su éxito indudable requiere de herramientas más sofisticadas, pero de entrada no diría que el votante de Ayuso se acerque a ella porque le da buena vibra, sino porque cree que representa sus intereses. Por ejemplo, la privatización de los servicios públicos y la defensa de un modelo liberal. Como comentaba antes, uno de los rasgos más exasperantes de lo neorrancio y del extremo centro es esa manera tan desprejuiciada con la que se han arrogado la ostentación del sentido común ¿Común de quién?, ¿en qué momento se decidió que el pensamiento reaccionario era igual al “sentir popular”? Cuando hablas de patinete y brilli-brilli entiendo que estás diciendo que lo que hay detrás de esos símbolos es menor y marginal. Si reivindicar el patinete es ir en contra del coche, y por tanto tratar de paliar el consumo desmesurado de combustibles fósiles y la ‘cochización’ de las ciudades no hay nada que responda más al sentido común ahora mismo. No hay nada que se ajuste mejor a la idea de “bien común” ahora mismo que la emergencia climática.