Rafael vs Miguel Ángel en la Capilla Sixtina
El Vaticano expone los tapices de Miguel Ángel en el lugar para el que habían sido concebidos
La historia de ambos artistas está marcada por una rivalidad encarnizada
La historia del arte está escrita por unos egos tan grandes que gracias a ellos es posible admirar algunas de las más absolutas genialidades. Una vez que llega a la perfección, la vanidad del artista sólo se puede ver amenaza por la entrada en competición de un adversario. Y es de esas rivalidades de las que nacen las obras que perduran a lo largo del tiempo. Es el caso de Miguel Ángel y Rafael, quienes alcanzaron un grado sublime a costa de quedar por encima del otro. En vida no se soportaron y ahora, cinco siglos después de su muerte, sus mejores trabajos se vuelven a encontrar en la Capilla Sixtina.
Rafael Sanzio (Urbino, 1483-1520) era ocho años más joven que Miguel Ángel Buonarrotti (Caprese, 1475-1564), a quien admiraba públicamente. Tanto es así que Rafael, que había sido en Perugia alumno de Pietro Perugino, se trasladó a Florencia a principios del siglo XVI para estudiar a Leonardo Da Vinci o Miguel Ángel. De ellos aprendió, sobre todo, el movimiento o el estudio de las proporciones. El Renacimiento tenía su centro en Florencia, pero el éxito esperaba en Roma, donde los papas ejercían su poder.
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Así, en 1508 Rafael llegó al corazón de los Estados Pontificios, de la mano de su amigo Donato Bramante, al que el papa Julio II le había encargado el diseño de la basílica de San Pedro. El pontífice, a su vez, llevaba años convenciendo a Miguel Ángel para que decorara las paredes de la Capilla Sixtina. Éste se consideraba a sí mismo un escultor más que un pintor, por lo que sólo aceptó de mala gana el trabajo y tras haber sido amenazado de excomunión por el papa.
Un elemento de discordia
Bramante introdujo a Rafael en la corte, porque también se veía amenazado por Miguel Ángel, quien aspiraba a continuar las obras de San Pedro. Buonarrotti, que tenía sólo 33 años, ya sentía la presión en el cogote de Sanzio, que acaba de cumplir los 25. Pero, lejos de verse superado, en sólo cuatro años Miguel Ángel terminó los frescos de la bóveda de la Capilla Sixtina, con escenas del Génesis y la famosa ‘Creación de Adán’.
Al mismo tiempo, Rafael había conseguido que el papa Julio II le confiara las pinturas de sus apartamentos. Unas habitaciones que hoy forman parte de los Museos Vaticanos y a las que se denomina como las “estancias de Rafael”. Miguel Ángel era extremadamente celoso de su trabajo y no permitía a nadie ver los frescos de la Sixtina antes de que estuvieran terminados. Pero gracias a los juegos palaciegos, Rafael pudo admirar el trabajo de su rival y decidió ponerle su rostro al Heráclito representado en ‘La escuela de Atenas’, que hoy sigue en el Vaticano.
El artista de Urbino reconocía así el genio del toscano, aunque eso no redujo los celos de Miguel Ángel, quien decía de su adversario: “Todo lo que sabe lo ha aprendido de mí”. Los críticos se debatían entonces sobre quién tenía el trazo más fino o cuál de los dos manejaba mejor el color, hasta que Giorgio Vasari, considerado uno de los primeros historiadores del arte, se decantó por Rafael. Miguel Ángel seguiría siendo el gran escultor, pero Rafael se ganó el título de primer pintor de la corte.
El encargo de los tapices
La muerte de Julio II en 1513 y el ascenso de León X tampoco cambiaron el reparto de roles. El nuevo papa pertenecía a los Medici, quienes habían ejercido de grandes mecenas de Miguel Ángel en Florencia, pero a la hora de seguir decorando la Capilla Sixtina pensó en Rafael. El pontífice debía continuar la obra de sus antecesores, para lo que le encargó al artista diez grandes tapices que adornarían la parte baja de la estancia.
Las obras de ambos compartirían espacio, competirían cara a cara, por lo que Sanzio puso todo su empeño en la tarea. Diseñó con esmero una serie de escenas de San Pedro y San Paolo, que remarcaban la importancia de Roma en la fundación del pontificado, y mandó los cartones -que sirven como modelo para los tapices- al taller del pintor flamenco Pieter van Aelst, en Bruselas.
El resultado fue un trabajo que recoge la mejor tradición de la pintura flamenca, manteniendo las líneas clásicas del Renacimiento italiano. Las telas estaban confeccionadas con pan de oro y acabadas en plata, con lo que su coste se disparó. El tapiz ya era, de por sí, un elemento más valorado que la pintura, de modo que Rafael se embolsó 70.000 ducados, cinco veces más de lo que había ganado Miguel Ángel por sus frescos. El enfado de éste tuvo que ser proporcional.
El boicot definitivo de Miguel Ángel
Cuando, por fin, en 1519 los tapices fueron exhibidos en la Capilla Sixtina junto a los frescos de las bóvedas, Vasari dejó simplemente escrito que se trató de “un milagro”. Pero el infortunio quiso que sólo unos meses más tarde Rafael muriera, a los 37 años, dejando a Miguel Ángel terreno libre. Mala suerte o lujuria excesiva, pues la versión del historiador cuenta que Rafael falleció como consecuencia de una vida sexual demasiado activa.
La presión de Miguel Ángel provocó que los tapices se exhibieran únicamente en muy contadas ocasiones. Se almacenaron en sótanos y en 1527 fueron incluso robados durante el Saqueo de Roma, cometido por tropas alemanas y españolas. Años después se recuperaron, aunque nunca volvieron a exponerse en la Sixtina, sino en otras estancias vaticanas. Allí han permanecido hasta que esta semana, coincidiendo con el 500 aniversario de la muerte de Rafael, el Vaticano ha querido que permanezcan durante siete días en su lugar original. El domingo serán desmontados de nuevo y devueltos a su lugar original en los museos.
El cuerpo del artista fue velado por el papa y enterrado en el Panteón de Roma, donde yace con el siguiente epitafio: “Éste es Rafael, por quien la Naturaleza, madre de todas las cosas, temió ser vencida y morir con su muerte”. Pero en el Vaticano la vida seguía y 16 años más tarde, en 1536, Miguel Ángel comenzó los trabajos para rematar la Capilla Sixtina con el ‘Juicio Final’ que se impone en el altar. El título se refiere al fin de los tiempos que recoge la Biblia, aunque el artista toscano bien pudiera haberlo utilizado como sello definitivo de la rivalidad con su colega. Miguel Ángel venció, pero al menos durante esta semana Rafael ha recortado distancias.