Los posados de la Casa Real siempre ha estado medidos al dedillo. Del último de ellos, destaca también otro protagonista, el enclave escogido. Los reyes Felipe y Letizia han posado junto a sus hijas en el Campo del Moro, un gran jardín palaciego de estilo inglés único en Madrid. Un escenario lleno de historia, curiosidades, fuentes, estanques, grutas y hasta fantasma que hoy en día sigue siendo un enclave histórico.
Este jardín lleva haciendo historia desde años de Felipe II, quien ordenó su creación. Ocupa una superficie de 20 hectáreas y se extienden desde una de las fachadas del Palacio Real hasta el paseo de la Virgen del Puerto. Una de sus señas de identidad es su diseño único, pues es capaz de salvar el desnivel que hay entre el palacio y el río Manzanares.
Cuanto menos sorprendente es su nombre, Campo del Moro. Resulta que su calificativo tiene una denominación histórica pues fue el lugar donde acamparon las tropas de Alí Ben Yusuf. El emir intentó reconquistar Madrid tras la muerte del rey Alfonso VI atacando lo que era el antiguo alcázar desde el flanco más cercano al río Manzanares. Al parecer acampó con sus tropas en el terreno que hoy ocupan los jardines.
Los Jardines del Campo del Moro fueron diseñados por el arquitecto Narciso Pascual y Colomer en 1844 por iniciativa de Agustín Argüelles y Martín de los Heros, preceptores de la reina María Cristina cuando todavía era menor de edad. No comenzaron las obras de los jardines hasta finales del siglo XIX de la mano del jardinero Ramón Oliva, quien retocó el proyecto original en busca de un diseño mucho más romántico.
Su actual aspecto es producto de las transformaciones que ha sufrido a lo largo de los siglos. Inicialmente, era una zona de caza para la realeza y nobles de la época, un lugar donde predominaban los paisajes abruptos y la vegetación salvaje. En sus inicios se plantaron 9.500 árboles, 400 palmeras y 20.800 arbustos entre ellos, 12.000 rosales. En el siglo XIX cuando, de la mano de la reina Isabel II, se realizó su última reforma paisajística.
Un jardín claramente influenciado por diversos estilos, romántico inglés, clasicismo francés, donde destacan la fuente de los Tritones y la de las Conchas, ambas ubicadas en puntos estratégicos del jardín para marcar la simetría y el equilibrio visual. Hasta tres estanques lucen en los jardines, el estanque de Carruajes, de la Chata y de la Cascada. En el siglo XX, el Campo del Moro consigue su reconocimiento como Jardín Histórico-Artístico, lo que realza aún más su valor cultural y su importancia como legado histórico.
Los jardines del Campo del Moro es uno de los enclaves de la capital más silenciosos. Si sus caminos, fuentes, casas y árboles centenarios hablaran seguro que sorprendería a más de uno. En su entorno se celebró la boda de Alfonso XIII con Victoria Eugenia de Battenberg en 1906, que convirtió a los jardines y sus alrededores en el escenario de uno de los eventos más lujosos de la época. La realeza y aristocracia de todo el mundo pasearon por sus senderos, ocultando sus mejores secretos.
Entre pavos reales, caminos de arena y el frondoso paisaje existen 16 caminos: de los Castaños, de las Minas, de los Mosquitos, de las Hayas… Caminando por muchos de ellos, el visitante se puede sentir como un miembro más de la realeza. Entre sus árboles se erigen el Chalé de la Reina y el Chalé del Corcho, diseñados por Enrique Repullés Segarra, el lugar perfecto para que los miembros de la familia real tuvieran un poco de intimidad.
Otro de los de grandes secretos de estos jardines es la gruta del Campo del Moro de Juan de Villanueva. El arquitecto recibió el encargo de José Bonaparte de hacer un túnel que conectara el Palacio Real con la Casa de Campo. El hermano de Napoleón temeroso de algún atentado encargó dicha gruta.
Juan de Villanueva unió, en línea recta, la fachada oeste del Palacio Real con la Casa de Campo, un camino que cruzaba por una avenida arbolada, un túnel y un viaducto, hasta llegar a la Puerta del Río, conocida también por la del Rey, que él mismo diseñó como entrada principal de los jardines. Con la expansión de la M-30, el túnel quedó asilado, y se tuvo que cerrar.
El Campo del Moro tiene también un fantasma propio. Cuenta la leyenda que en los sinuosos caminos del parque un fantasma embozado se aparecía a las jóvenes cortesanas como un hombre dolido por el amor no correspondido por una mujer. Las damas caían en su engaño y se dejaban embaucar por el espíritu. Durante años, muchas mujeres que quedaban embarazadas de un padre desconocido acusaban al este fantasma de los hechos.
Otras de las leyendas de fantasmas del jardín no llevan hasta la Edad Media, al reinado de Juan II de Castilla, padre de Isabel la Católica. Al por aquel entonces rey, le regalaron un osezno, con domador y todo, que no trataba como debiera al animal. Cuentan las malas lenguas que una mañana los barrotes de la jaula del animal estaban forzados y oso y domador desaparecidos. Desde ese momento se dice que se escuchan gritos, gruñidos y se sienten movimientos extraños.
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