La escritora y actriz Luna Miguel confiesa su adicción al alcohol desde los 13 años: "Cogía el coñac de mi padre"
Luna Miguel Santos es una escritora madrileña de 33 años de edad
Se interpretó a sí misma en la exitosa serie de streaming, 'Valeria'
En su último artículo, reconoce que está en proceso de desintoxicación
La cruda confesión que la escritora y actriz de 33 años Luna Miguel ha hecho en su último artículo ha dejado a sus fans con la boca abierta. Conocida por sus múltiples obras literarias - que incluyen la poesía, la novela, el ensayo y hasta la literatura infantil - y por su paso por la serie Valeria, donde se interpretaba a sí misma, esta completa y joven artista ha hablado sin eufemismos sobre sus problemas con el alcohol desde que era "una niña pequeña".
En un artículo con cara de ensayo donde hace un recorrido por las tóxicas relaciones que otras autoras de renombre mantuvieron con las bebidas alcohólicas, Luna ha demostrado el umbilical vínculo entre el alcoholismo y la creación. Y, en medio de su argumentación bukowskiana, ha dejado a un lado la retórica para dar datos concretos sobre su problema, real y vivo, más allá del si lo hice Pizarnik por qué no lo voy a hacer yo. Así, esta autora ha reconocido que comenzó a consumir alcohol a escondidas a los 13 años de edad como lo haría cualquier niño asustado: robando.
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"Usaba la cerveza para hacer amigas"
Cuando todavía era una preadolescente, iba a hurtadillas a la cocina para beber unos "sorbitos" del coñac de su padre. La primera vez que lo probó, se dio cuenta de que "podía dormir mejor". Así que empezó a usar las bebidas alcohólicas como base y soporte del resto de los actos de su vida. Como todo alcohólico, usó su inteligencia - que no es poca, en este caso- para ocultarle a sus padres lo que estaba haciendo. Limpiaba su habitación a fondo para que su madre "no descubriera el vodka con sabor a fresa o las botellas que compraba sin necesidad de enseñar el DNI" y que guardaba debajo de la cama.
A partir de ahí, su relación con las bebidas etílicas creció al tiempo que ella también lo hacía. Empezó a usar el "vino blanco" para escribir más. El mezcal para "follar mejor". La cerveza para "hacer amigas" o la "ginebra" para verse bien frente al espejo. Hasta que, ahora, más consciente y madura, ha comenzado un proceso de sobriedad y desintoxicación que equipara al duelo por amor. Sin embargo, su argumentación sobre la necesidad de cocinar sus escritos al vino se viene abajo con su revelador artículo, donde ha demostrado irrefutablemente que par escribir con excelencia no necesita ni una gota de alcohol.