Más allá de inmersiones tan peligrosas como la del batiscafo de OceanGate, que hasta su fatídica implosión con cinco personas a bordo tuvo 46 pasajeros en dos años de expediciones, no hay otro pecio en el mundo que despierte tanto interés y que esté tan alcance, gracias a la tecnología, como el Titanic.
Un total de 700.000 fotografías recrean en tres dimensiones todos sus rincones en una inmersión virtual sin precedentes. Y es que sólo la bacteria Halomonas Titanicae, que se espera que consuma su estructura hasta hacerla desaparecer por completo algún día, parece poner en riesgo su huella real en la historia.
Así es, peligra el Titanic, pero no la fascinación mundial que sigue despertando 111 años después de su hundimiento, cuando aquella madrugada del 14 al 15 de abril de 1912 naufragó en las aguas del océano Atlántico, mientras realizaba su viaje inaugural desde Southampton a Nueva York, tras colisionar contra un iceberg a 600 kilómetros de Terranova.
Un mito, el del buque británico, que se reactiva con su hallazgo robótico el 1 de septiembre de 1985, a una profundidad de 3.784 metros, y que trasciende generaciones con el relato de sus supervivientes, con los objetos rescatados, a subasta y expuestos después de forma itinerante por el mundo. Uno de ellos es el esmoquin de Víctor Peñasco, un español que iba en primera clase y que se cuenta entre los 1.500 fallecidos.
En Belfast, la capital de Irlanda del Norte, un museo, que ha vuelto a abrir este 2023 sus puertas tras una profunda remodelación, rinde homenaje a los viajeros y a la tripulación, incluso con la posibilidad de escuchar audios, sobre lo que un día fueron las oficinas de Harland & Wolf, astillero que diseñó y construyó el transatlántico.
Además, en la localidad portuaria de Halifax, Canadá, en el denominado cementerio del Titanic hay 150 de sus víctimas mortales. Un legado incomparable y casi inabarcable que también pone en el mapa del turista internacional ciudades de Tennessee y Missouri, en Estados Unidos, con museos de película.