“Rodión Yákovlevich, ¿qué pasa si le metemos un erizo en los pantalones al Tío Sam”, le preguntó el líder soviético Nikita Jruschov a su ministro de Defensa en la primavera de 1962. De esta ‘ocurrencia’ derivó la peor crisis nuclear que ha vivido el mundo hasta la fecha. Las ‘púas del erizo’ de Jruschov fueron los misiles nucleares que estuvo enviando en secreto durante meses a la Cuba de Fidel Castro. No fue hasta el 14 de octubre cuando un avión espía de Estados Unidos descubrió que tenía “el erizo en sus pantalones”; a tan solo 90 millas de Florida, en la revolucionaria isla de Cuba, los soviéticos estaban plantando las rampas de sus misiles.
Durante los siguientes 13 días la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética alcanzo su punto más caliente. Kennedy impuso un tenso bloqueo naval a los buques soviéticos en ruta hacia Cuba mientras movilizaba al ejército para una posible invasión de la isla. El ambiente ya venía caldeándose desde hacía meses. El año anterior Estados Unidos había patrocinado el fallido desembarco en bahía de Cochinos para derribar el régimen de Castro. Semanas después los soviéticos levantaron el Muro de Berlín, en aquel momento el punto de mayor fricción de la Guerra Fría. “Cada vez que quiero que Occidente grite de dolor, les estrujo las pelotas en Berlín”, solía decir Jruschov.
Al cabo de 13 días la tensión se desactivó al anunciar Moscú la retirada de sus misiles. Fidel Castro se agarró un cabreo monumental. Al enterarse de la noticia por la radio, rompió un espejo de un puñetazo. A cambio de la retirada soviética, Kennedy se comprometió a no invadir la isla y retirar a su vez los misiles que los norteamericanos tenían en Turquía apuntando a la URSS, aunque esto no se supo hasta mucho después.
Fue tras la caída de la Unión Soviética cuando se reveló la magnitud de la amenaza. Durante la crisis, Moscú contaba con decenas de ojivas nucleares, aviones con bombas atómicas y 43.000 soldados en la isla; una información que Washington desconocía y que podría haber precipitado una conflagración atómica en caso de invasión.
60 años después el periodista e historiador británico Max Hastings publica en España La crisis de los misiles de Cuba 1962 (Crítica), un relato tan accesible como apasionante en el que Kennedy emerge como el héroe tranquilo que supo aplicar fuerza y cautela en las proporciones adecuadas y los militares salen muy mal parados. "Si al final [de una guerra nuclear] quedan dos estadounidenses y un ruso, habremos ganado", dijo entonces uno de los mandos militares. Todo el asunto cobra una relevancia inesperada tras las amenazas nucleares de Vladimir Putin a cuenta de la invasión de Ucrania. ¿De nuevo un líder en Moscú ha tomado una decisión sin calibrar las consecuencias?
NIUS: Algunos historiadores contemporáneos minimizan la gravedad de la crisis de los misiles, señala en su libro. Al fin y al cabo, ninguno de los dos países quería ir a una guerra nuclear, argumentan. ¿Se ha olvidado el riesgo que se corrió entonces? ¿Hemos olvidado la crisis como un acontecimiento distante e irrelevante en nuestros días?
Max Hastings: Para mí, la gran lección que los líderes deben extraer de la crisis de los misiles es: “Sed precavidos, tened miedo". En 1962, el riesgo fue muy alto. Tanto Jruschov como Kennedy tenían miedo. Temían una guerra termonuclear y esto les llevó a actuar de manera racional. Ninguno quería una guerra, pero el riesgo por un error de cálculo fue enorme. Decenas de personas en cada bando pudieron haber disparado armas nucleares sin que lo pretendieran ni el Kremlin ni la Casa Blanca.
P: En el libro recuerda varios momentos críticos.
R: Hubo un momento crítico cerca del final -aunque ellos no sabían que era el final- cuando un misil soviético derribó un avión espía americano U-2 sobre Cuba y mató el piloto. Unas horas después, cuando la noticia llegó a la Casa Blanca, alguien dijo: “Ellos han hecho el primer disparo”. Daban por supuesto que el Kremlin lo había ordenado y no fue así. Fue la decisión de un oficial intermedio soviético en Cuba que estaba harto de la vigilancia constante de EE.UU. y dio la orden de lanzar un misil antiaéreo.
P: ¿Podría repetirse algo así?
R: Sí, esto puede ocurrir hoy en día. Creo que ni Putin ni Biden quieren una guerra nuclear, pero existe un peligro de escalada en Ucrania. Muchos analistas dicen que no debemos dejarnos intimidar por ‘el farol nuclear’ de Putin. No creo que debamos usar esos términos cuando hablamos de una potencia nuclear. No creo que Putin recurra a armas nucleares para ganar la guerra de Ucrania, excepto si cree que puede perder Crimea, entonces sí puede convertirse en muy real la posibilidad de que use un arma nuclear táctica. El mensaje de ambas crisis, de la invasión de Ucrania ahora y de la crisis de los misiles en 1962, es el mismo: “No perdáis el miedo, sed precavidos”.
P: Subraya en el libro la importancia que juega la personalidad de los tres protagonistas en la historia de la crisis de los misiles. ¿Fue todo fruto de una decisión errática y escasamente meditada del líder soviético Nikita Jruschov? ¿No previó la reacción de Estados Unidos?
R: A lo largo de los 13 días de la crisis, algunas de las mentes más brillantes de EE.UU. estuvieron reunidas alrededor de una mesa de la Casa Blanca tratando de adivinar cuál era el plan maestro de los soviéticos. No conseguían meterse en la mente de los rusos. Jruschov había lanzado esta iniciativa temeraria por su cuenta, sin apenas consultar a los rusos que conocían a los americanos, no se paró a pensar cuáles podían ser las consecuencias. Y los norteamericanos no podían creer que esto fuera así, no podían creer que Jruschov actuara de forma tan temeraria. Tenía que tener un plan.
P: ¿Por qué decidió enviar los misiles?
R: Jruschov creyó a sus generales cuando le aseguraron que los misiles nucleares se podían ocultar bajo palmeras. Una locura. Pero Jruschov era un jugador. Tenía un sentido de agravio, que es un estado mental muy común entre los rusos respecto a Occidente. Le parecía una injusticia que no se reconociera el enorme sacrificio humano que hizo la URSS para derrotar al nazismo en la Segunda Guerra Mundial. Estaba decidido a desafiar a EE.UU. Pensó que lo de Cuba era una gran idea por dos razones. Colocar misiles en la isla haría más difícil una invasión de EE.UU. y, en segundo lugar, igualaría el equilibrio de poder porque la URSS en aquel tiempo casi no tenía misiles intercontinentales [para responder a un ataque de EE.UU.] y sí tenía muchos misiles de corto y medio alcance que desde Cuba podían alcanzar áreas más grandes de EE.UU. Pero si hubiera consultado a los rusos expertos en EE.UU. le habrían dicho que los norteamericanos se volverían locos si lo hacía.
P: Con todo, dice que la crisis no fue tanto un reto estratégico y militar como una cuestión política. ¿Me lo puede explicar?
R: Uno de los comentarios más inteligentes lo hizo el secretario de Defensa, Robert McNamara. Mientras todos los generales decían que los misiles suponían una nueva amenaza a los EE.UU., McNamara les replicó que no, que aún tenían una superioridad nuclear de 17 a 1. Era un asunto político, dijo. Jruschov estaba haciendo un movimiento político para desafiar a los EE.UU. en la escena internacional, la reacción del pueblo americano iba a ser de histeria. Y así fue. El movimiento de Jruschov era político, pero también temerario. Es sorprendente que Jruschov jugara de esa manera con las armas nucleares.
P: Resulta aterradora, y le cito a usted, "la bruma de ignorancia con las que los gobiernos toman decisiones transcendentales". Las comunicaciones y la información de los servicios de espionaje fueron muy deficientes antes y durante la crisis. Estados Unidos no sabía que ya había decenas de armas nucleares y más de 46.000 soldados soviéticos en Cuba. De haber lanzado la invasión que muchos pretendían, ¿los soviéticos se habrían defendido con armas nucleares?
R: Una de las razones por las que creo que fue muy alto el riesgo de guerra nuclear en 1962 es porque EE.UU. estuvo muy cerca de bombardear e invadir Cuba. Tanto el presidente Kennedy como su hermano, el fiscal general Robert Kennedy admitieron que, si se les hubiera obligado a actuar en el primer o segundo día, muy probablemente habrían tomado una decisión más temeraria. Todos los generales querían invadir y obtener una victoria en Cuba. Esto era una locura. Kennedy fue muy afortunado al contar con seis días durante los cuales pudieron mantener en secreto las discusiones de la Casa Blanca. Fue a lo largo de esos días cuando Kennedy decidió hacer oídos sordos a los militares, no iría a la guerra. Si hubiera invadido Cuba, como querían los generales, no creo que los mandos militares soviéticos en Cuba hubieran estado dispuestos s sufrir pérdidas gigantescas sin recurrir a armas nucleares tácticas. Y si lo hubieran hecho, la escalada habría sido inevitable.
P: Cada vez que leemos sobre la crisis de los misiles de Cuba, sorprende el peso que un libro de historia publicado aquel año, Los cañones de agosto, tuvo en el comportamiento de Kennedy. ¿Fue así o se ha exagerado?
R: Creo que tuvo una influencia enorme. Los cañones de agosto, el libro en el que Barbara Tuchman cuenta cómo el mundo se precipitó a ciegas a la Primera Guerra Mundial influyó mucho en Kennedy.
P: El presidente John F. Kenendy es el gran héroe de su libro.
R: Soy un gran admirador de John F. Kennedy y particularmente de su actuación durante la crisis de los misiles. Creo que fue su mejor hora. Era un hombre muy inteligente, había viajado y leído mucho. Menos de la mitad de los presidentes que han venido después de Kennedy habrían actuado con su sabiduría y cautela. Kennedy conocía el mundo, a diferencia de muchos americanos que desconocen en gran medida otras culturas. No encuentras a muchos líderes así. Desde que se publicó el libro, algunos de mis lectores americanos me mandan cartas recriminándome mi admiración por Kennedy cuando su comportamiento con las mujeres fue detestable. De acuerdo. No puedo defender su comportamiento con las mujeres, pero fue un hombre de su tiempo y todo lo que puedo decir como historiador de conflictos y guerras es que su manejo de aquella crisis fue magistral.
P: ¿Cómo pudo resistir durante tantos días la presión de los jefes militares e incluso de la mayoría de sus asesores civiles?
R: Una de las discusiones más asombrosas se produce el primer día –recuerdo que todas las conversaciones de la Casa Blanca quedaron grabadas. Kennedy y sus asesores están valorando posibles escenarios y asumen que los rusos tienen un plan muy astuto: tomar Berlín Occidental si EE.UU. invade Cuba. “¿Qué hacemos entonces?”, pregunta Bobby Kennedy. Y Maxwell Taylor, el más alto jefe militar, responde: “Pues, ir a una guerra total, supongo?”. Entonces John Kennedy pregunta: “¿Quieres decir un intercambio de ataques nucleares?”. “Sí, creo que tendremos que llegar a eso”. En la grabación puedes oír la reacción de incredulidad de Kennedy. Cuando la crisis pasó, dijo que los militares estaban locos. Todos estos generales eran veteranos de la Segunda Guerra Mundial, habían participado en la gran victoria de EE.UU. en 1945. Sufrían una especie de ‘psicosis de la victoria’. La psicosis de la victoria es muy peligrosa. Algunos en Gran Bretaña me critican porque en el contexto de la guerra de Ucrania he replicado a los que dicen que debemos asegurar la victoria de Ucrania. Cuando te las tienes que ver con superpotencias nucleares creo que no se puede hablar de victoria. Es un término del pasado. En la era nuclear hay que moverse con mucha cautela. Y John F. Kennedy entendía esto.
P: Asombra la belicosidad del entonces joven Fidel Castro. Estaba dispuesto a ir a la guerra sin importarle que Cuba desapareciera del mapa.
R: Tanto EE.UU. como Rusia estaban horrorizados por la conducta de Castro. Era un hombre muy notable. Me resulta fascinante escribir sobre él. Quiso ser el revolucionario más famoso del mundo y lo consiguió, pero también era de un narcisismo avasallador. Más que preocuparse por el pueblo cubano se preocupaba de sí mismo. Cuando lo de los misiles salió a la luz, Jruschov fue preso de un gran miedo. El único protagonista de esta crisis que nunca tuvo miedo fue Castro. Castro vio esto como su gran momento ante la historia.
P: Llego a sugerir un ataque nuclear contra EE.UU.
R: Así es. Una de las razones que impulsó a Jruschov a ordenar una retirada rápida de los misiles fue una carta de Fidel Castro en la que le decía que la Unión Soviética debía lanzar un primer ataque nuclear contra EE.UU. si Kennedy ordenaba la invasión de Cuba. Jruschov se quedó horrorizado. Castro y Guevara no solo estaban cegados por el fervor revolucionario, también por el egoísmo insano al creer que tenían a mano su gran momento en la historia sin pararse a pensar en el destino de los cubanos o del mundo.
P: La crisis de los misiles cuenta con un documento excepcional: las discusiones internas de Kennedy y sus asesores quedaron registrada por el sistema de grabación de la Casa Blanca. Era un secreto. De los reunidos, sólo lo sabían el presidente Kennedy y su hermano Robert. Permiten un acceso sin precedentes al proceso de deliberación y toma de decisiones de la Casa Blanca bajo una enorme presión.
R: He estado escribiendo libros de historia los últimos 40 años y encuentro absolutamente fascinante tener la oportunidad de escuchar las cintas de audio guardadas en el Archivo Wilson. Es fantástico tener este tipo de acceso. Algunos historiadores señalan que algunas cosas se dijeron cuando el sistema de grabación no estaba encendido. Pero aun así podemos saber exactamente lo que dijo cada uno en cada una de las reuniones clave de la crisis. Y vemos cómo cambian las opiniones. Ahora me preguntan mucho si hoy en día se podría mantener el secreto durante cinco o seis días mientras los líderes discuten qué hacer, como ocurrió entonces. En la era de las redes sociales y los teléfonos móviles es impensable que un secreto de tal gravedad se pudiera mantener más allá de unas horas. Fue clave que la Casa Blanca tuviera esos días de margen antes de optar por una respuesta gradual que empezaba con el bloqueo marítimo.
P: Kennedy temía que un accidente, un malentendido o un osado comandante militar pudiera detonar el conflicto. ¿Cuál es el momento más crítico de los 13 días de octubre?
R: Hubo probablemente dos o tres momentos. El primero en las 24 o 48 horas iniciales de la crisis, cuando el ejército presionó al presidente para bombardear e invadir Cuba sin dudarlo. También ahora sabemos que 24 horas antes del anuncio de la retirada rusa, la Casa Blanca creyó que estaba más cerca que nunca de ir a la guerra porque habían derribado uno de sus aviones sobre Cuba. No hay que olvidar tampoco los incidentes en el mar. La Armada de EEUU actuó de manera temeraria hostigando con cargas de profundidad a los submarinos soviéticos con torpedos nucleares.
P: Alargar la crisis fue una jugada muy arriesgada, cuenta. En cualquier momento de cualquier día pudo saltar la chispa.
R: Sí. Otro indicio que da una idea de la temeridad de Jruschov. Justo después del discurso televisado de Kennedy –cuando dio a conocer la noticia al mundo y exigió la retirada de los misiles-, Jruschov ya supo que tendría que dar marcha atrás y, sin embargo, mantuvo el suspense durante seis días porque quería evitar que pareciera una humillación si no obtenía nada a cambio de su retirada. Esto pudo ser fatal por la presión sobre Kennedy.
P: Algunos historiadores dicen que Kennedy nunca habría decidido invadir Cuba.
R: No estoy de acuerdo. Kennedy era muy inteligente pero también muy político. Pensaba todo el tiempo en las posibilidades de su reelección en 1964. Los conservadores le estaban acusando de ser un blando con el comunismo. Creo que si la crisis se hubiera alargado y si se hubiera registrado algún enfrentamiento en el mar, lo cual era posible, habrái sufrido una enorme presión para que hiciera lo que le pedían los militares. Y, recordemos, los generales nunca se arrepintieron. Incluso después de la crisis seguían furiosos con Kennedy porque, al descartar la invasión, había privado a EE.UU. de una victoria sobre los rusos. Todo esto era una locura.
P: Cita un artículo del influyente periodista Walter Lippmann publicado semanas antes de la crisis y que tuvo su relevancia en aquellos días: “En esta era nuclear, la regla primordial de la política internacional es que una gran potencia nuclear no debe poner a otra en una posición en la que debe elegir entre el suicidio o la rendición”. ¿Cuál fue la clave para desactivar la crisis? ¿Dejar a Jruschov una salida?
R: Desde el principio Kennedy supo que tendría que llegar a algún tipo de acuerdo. Cuando se superó la crisis, Kennedy mintió. Le preguntaron una y otra vez si había llegado a algún acuerdo secreto con los rusos. Y Kennedy dijo una y otra vez que no. No era verdad. Ofreció dos tratos a los rusos. El primero fue público: no tomaría ninguna acción militar contra Cuba, lo que mantuvo a Fidel Castro en el poder hasta su muerte en 2016. Y el acuerdo secreto fue prometer a los rusos la retirada de los misiles americanos que amenazaban desde Turquía a la Unión Soviética. La clave fue que Kennedy supo desde el principio que tendría que llegar a un trato. Pero hay otra parte importante. Aunque creo apasionadamente en la diplomacia, Jruschov al final no cedió porque admitiera que se había equivocado. Cedió porque creyó que los americanos tenían los medios y la voluntad de ir a una guerra si no cedía. En la crisis de los misiles fue importante que la diplomacia se viera respaldada por la amenaza de la fuerza.
P: Ahora tenemos la guerra de Ucrania y una tensión creciente entre EE.UU. y China. Todos estos países son potencias nucleares. ¿Nos encaminamos a un mundo más peligroso que el de la Guerra Fría?
R: Creo que el mundo es ahora un sitio más peligroso que nunca desde el fin de la Guerra Fría. Un brillante historiador británico fallecido recientemente me dijo hace 10 años: “La clave en las relaciones internacionales no es la paz sino el orden y la estabilidad”. Ambas características se han perdido. Vivimos en un mundo de grandes incertidumbres. Durante la Guerra Fría hubo una estabilidad 'odiosa' garantizada por la destrucción mutua asegurada [si alguna de las dos superpotencias iniciaba un ataque nuclear]. Pero hoy en día, con toda la cantidad de armas nucleares y biológicas, creo que el peligro de cometer un error es muy grande. Diría que Putin es un líder más peligroso que Nikita Jruschov. En el sistema comunista, Jruschov estaba constreñido hasta cierto punto por el Politburo. Era el líder, pero tenía que responder ante otros. [Dos años después de la crisis de los misiles Jruschov fue depuesto por sus camaradas del Comité Central]. Hasta donde sabemos, Putin no tiene que responder ante nadie.
P: ¿Ve un riesgo de guerra nuclear por Ucrania?
R: En Ucrania el riesgo de una guerra nuclear entre Rusia y Occidente es menor que en 1962, pero, por otra parte, existe la amenaza de una escalada. Lo que mucha gente no entiende al tratar con Rusia es que buena parte de sus acciones obedecen a su debilidad más que a su fortaleza. Y esto se puede aplicar a Putin. Muchas de las acciones de Putin han sido impulsadas por el victimismo de Rusia, el agravio que sienten, aquello de que son una gran nación que merece el respeto del mundo. Pero todo lo que Rusia tiene para hacerse respetar es petróleo, gas y una tendencia a la violencia extrema.
P: ¿Cómo cree que terminará la guerra de Ucrania?
R: Algunos en Gran Bretaña me han acusado de ser un ‘apaciguador’ y un derrotista por decir que la guerra de Ucrania no terminará con una amplia victoria de uno de los dos bandos, sino con algún tipo de ‘trato sucio’, esas son las palabras que empleé. En algún momento habrá negociaciones en las que ninguna de las partes conseguirá los resultados que busca. Necesitaremos acuerdos, componendas que no serán de nuestro gusto, con China y Rusia. Mejor que nos vayamos haciendo a la idea. Usar la palabra ‘victoria’ es irresponsable. No creo que en el mundo en que vivimos podamos hablar de victoria, todo lo que podemos hacer es intentar mantener el planeta vivo.