A finales de octubre de 1962, el mundo estuvo más cerca que nunca de precipitarse a un enfrentamiento nuclear global, a un minuto de la medianoche, según el Reloj del Apocalipsis creado por científicos de Chicago como símbolo del riesgo constante de una catástrofe atómica.
Estados Unidos y la Unión Soviética almacenaban ya suficientes armas atómicas como para que un choque entre ambas superpotencias hubiera hecho desparecer la civilización de la tierra. El armagedón nuclear que recuerda ahora el presidente Joe Biden.
Sesenta años después el riesgo nuclear vuelve a alcanzar una cota no vista desde entonces. Sin citar el armamento nuclear, Putin ha dejado caer más de una vez que recurrirá a todo lo que sea necesario si la existencia de Rusia de ve amenazada. ¿Lanzará una bomba atómica en Ucrania si ve perdida la guerra? ¿Cómo responderá entonces la OTAN que lidera EE.UU.?
En 1962, la Unión Soviética y EE.UU. vivían en plena Guerra Fría. Era un mundo bipolar. Los antiguos aliados contra Hitler competían por la hegemonía del mundo. Un clima reflejado en películas como Telefono rojo, ¿volamos hacia Moscú? de Stanley Kubrick o Punto límite de Sidney Lumet
En 2022, EE.UU. sigue manteniendo su posición hegemónica, pero el mundo ha dejado de ser bipolar. En la nueva Guerra Fría cuyo advenimiento preconizan algunos analistas, Rusia está muy lejos de EE.UU. El PIB ruso está por debajo del de Italia, pero Moscú mantiene un potente arsenal nuclear. “Rusia es básicamente una gasolinera con bombas atómicas”, dijo hace unos meses Josep Borrel. Washington, sin embargo, se enfrenta a otros desafíos como la creciente potencia de China, aliada de Rusia.
La Unión Soviética era una dictadura comunista liderada por el secretario general del partido, cargo que en aquel momento ocupaba el volátil Nikita Jrushchov. En Estados Unidos apenas llevaba un par de años en la Casa Blanca el presidente más joven de su historia, John F. Kennedy, al que Jrushchov, de 68 años, menospreciaba por considerarlo un joven blando a quien podía intimidar.
En 2022, en la Rusia postsoviética impera una régimen autoritario, nacionalista, y controlado por una élite que no necesita recurrir a la represión sistemática de la era comunista. Su líder, Vladímir Putin, que acaba de cumplir 70 años, lleva ejerciendo el poder desde hace 22 años. Se compara con el zar Pedro el Grande y cree que la mayor catástrofe del siglo XX fue la caída del imperio soviético.
EE.UU. está gobernado por su presidente más anciano, el demócrata Joe Biden, que cumple 80 años en noviembre. El país vive su época de mayor polarización política. El anterior presidente, Donald Trump, admiraba a Putin y durante años se investigó si Rusia le había ayudado en su campaña electoral. No obstante, la ingente ayuda militar de Biden a Ucrania no ha encontrado rechazo interno.
Rusia no es rival militar ni tecnológico para Estados Unidos en la actualidad. Y aunque estaba a menor distancia, tampoco lo era en 1962. Lo que pasaba entonces es que el mundo no lo sabía. Se daba por hecho que una guerra nuclear supondría la aniquilación de ambas potencias y esa idea de la mutua destrucción era la que disuadía de iniciar una guerra.
Pero en realidad, en 1962 Washington llevaba la delantantera. Moscú no tenía capacidad para atacar suelo estadounidense. Sus misiles no tenían tanto alcance, su puntería dejaba mucho que desear y tardaban tantas horas en prepararse para el disparo que eran un blanco fácil en caso de conflicto. Washington, sin embargo, sí podía golpear al gigante ruso desde América o desde Turquía, donde tenía misiles desplegados.
Precisamente, lo que quería Jrushchov en 1962 era equilibrar la balanza del terror. No tenía la menor intención de disparar sus misiles, sólo quería tenerlos en Cuba, a 200 kilómetros de Estados Unidos, una distancia que sí le permitía amenazar con un ataque contra suelo estadounidense. A diferencia de Jrushchov, Vladímir Putin esgrime su arsenal nuclear inmerso en una guerra que se ve incapaz de ganar por medios convencionales.
Los órdagos de Jrushchov y Putin son distintos. El farol de Jrushchov era instalar los misiles en Cuba. El del actual presidente ruso, dispararlos. El primero "se cagó en los pantalones", como reconoció años después el viceministro de Exteriores Kuznetsov, cuando Kennedy decrectó el nivel de alerta nuclear DEFCON 2 y los radares soviéticos empezaron a detectar a los bombarderos nucleares estadounidenses amagando una y otra vez con vuelos cerca de las fronteras del bloque soviético.
A día de hoy es una incógnita si Putin puede llegar a ceder y asumir que debe negociar renunciando a parte de sus objetivos.
A lo largo del conflicto de Ucrania, Estados Unidos ha mostrado mucha precisión para anticiparse a los movimientos que iba a realizar Rusia. Washington parece disponer de mucha mejor información de lo que sucede en el Kremlin de la que tenía en 1962. Si en la actualidad anticipó con meses que Putin iba a invadir Ucrania, entonces tardó meses en tener la confirmación de que los soviéticos estaban instalando misiles en Cuba.
A lo largo de 1962, la URSS fue enviando miles de soldados, misiles y cabezas nucleares a la Cuba de Fidel Castro, que un año antes se había enfrentado a la fallida invasión de Bahía de Cochinos patrocinada por la CIA y tenía asumido que antes o después habría un nuevo asalto estadounidense a la isla. Para Castro, tener los misiles era una manera de blindarse.
Washington primero tuvo acceso a informaciones imprecisas, dependía del sobrevuelo de los aviones espía U-2 que tomaban fotografías no demasiado claras de la isla. Es más, nunca llegó a saber que la amenaza nuclear de Moscú estaba lista para dispararse ni que los soviéticos tenían 43.000 militares en Cuba.
La apuesta de Jrushchov cumplía un objetivo claro: llevar misiles a Cuba restablecía la capacidad de disuasión nuclear soviética frente a Estados Unidos. En el caso de Putin, no está claro si un ataque nuclear lo haría. Con sus amenazas, ha conseguido que la OTAN no se implique directamente en Ucrania. Ya le funcionó la jugada en Crimea en 2014; pero pasar de la amenaza al bombardeo atómico, según analistas occidentales, puede no suponerle una gran ventaja.
Rompería un tabú histórico sin garantizar que así pueda destruir el ejército ucraniano. Para que un ataque nuclear sea efectivo contra tropas enemigas, éstas deben estas concentradas y no dispersas como sucede en esta contienda. A cambio, Moscú tendría que asumir el riesgo de sufrir una respuesta proporcional de la OTAN. El ex jefe del Estado Mayor estadounidense, el general David Petraeus, ha dicho que EE.UU. podría responder a un ataque nuclear aniquilando todo el Ejército ruso en Ucrania.
En 1962, Kennedy tenía muchas opciones intermedias sobre la mesa, entre ellas el bloqueo naval que aplicó a Cuba.
Kennedy resistió la presión de sus halcones, que querían invadir Cuba. Fue elevando la presión sobre Moscú lo justo para que Jrushchov se diera cuenta de que le había juzgado mal y se la estaba jugando. Las negociaciones secretas desactivaron la tensión. Jrushchov retiró sus misiles de Cuba y Kennedy se comprometió a no invadir la isla. En secreto, prometió además retirar de Turquía unos misiles caducos que ya no tenían apenas valor estratégico para Washington. Este pacto no se conoció hasta años después. En 1962, al dirigente ruso le bastó la palabra de su enemigo.
Una invasión de Cuba podría haber desatado el armagedón nuclear. La clave es que ni Kennedy ni Jrushchov querían una guerra nuclear. Su deseo era evitarla y estaban dispuestos a buscar una salida.
¿Se puede decir lo mismo de Putin? Hasta hace unos años Occidente le consideraba un líder ambicioso, pero de comportamiento racional. Algunos disidentes rusos sin embargo advirtieron desde el año 2000 de que era brutal: un despiadado espía instalado en el Kremlin. Desde que alcanzó la presidencia rusa, ha cultivado una imagen de "matón" implacable, como él mismo se ha definido. Sólo se ha sentido indefenso cuando en plena implosión de la URSS llamó desde la sede del KGB en Dresde pidiendo tropas a Moscú y no respondió nadie. Desde entonces se ha mostrado implacable. ¿Con qué se conformaría en una negociación?
Durante estos meses se ha planteado si existe la posibilidad de que alguien desplace a Putin del poder. ¿Podría sobrevivir a un descalabro en Ucrania y a lanzar el primer ataque nuclear desde la II Guerra Mundial?
El errático Jrushchov fue depuesto por sus compañeros del Comité Central quince meses después de la crisis de los misiles. Su farol con los misiles de Cuba fue una apuesta personal y lo pagó con su credibilidad. Las malas relaciones con China y el hecho de que Pekín consiguera su primera bomba atómica también fueron un factor de su caída.
Llegado su momento político final, acorralado, Jrushchov se fue: "Estoy viejo y cansado. He hecho lo más importante. ¿Podría alguien haber soñado con decirle a Stalin que no nos servía más y sugerirle su retiro? Ni siquiera una mancha de humedad habría quedado donde estuviésemos parados. Ahora todo es diferente. El miedo se ha ido, y podemos hablar de igual a igual. Esta es mi contribución. No voy a oponer resistencia".
A Putin nadie le imagina sin oponer resistencia en la lucha por el dominio sobre Rusia.