«Lo importante es contemplar a estos personajes de carne y hueso, creíbles, nunca pueriles ni demenciados, deambulando por las calles de Oxford, investigando, dialogando con estudiantes y dons y con otros, y asistir a sus comedidas penas. Jamás son histriónicos ni incurren en estupideces (así es muy fácil que “ocurran” desgracias), uno está a gusto en su compañía». Quien así hablaba era el añorado Javier Marías y el objeto de su admiración era la serie de novelas policíacas protagonizadas por el inspector Endeavour Morse y escritas por el maestro de la ficción policiaca Colin Dexter.
Precisamente Siruela ha editado el primer título de la saga del detective oxoniense, Último autobús a Woodstock. Es curioso para el espectador descubrir que el protagonista de esa primera novela –exalumno de la prestigiosa universidad local- es ya un inspector curtido, a diferencia de su homólogo televisivo, que es todavía un aprendiz, eso sí, igual de sagaz, solitario, melómano, cultísimo y elegante. Lo comprobamos de nuevo en la recién estrenada novena temporada de Endeavour, la serie más vista de Filmin, ambientada en Oxford en los años 70.
Todo lo que leemos en los libros de Dexter y vemos en la serie protagonizada por el joven flemático Shaun Evans y el admirable veterano Roger Allam desborda elegancia. No hay violencia gratuita, ni trepidantes escenas de acción, cada personaje derrocha personalidad y nada sobra ni falta en el guion o en las novelas.
En la serie, la ambientación es impecable, como también lo es la música, uno de sus grandes aciertos (sobre los bellos tejados de Oxford resuenan el Réquiem alemán de Brahms o Un bel di vedremo de Puccini). En los libros, la prosa de Dexter se levanta sin artificios, pero nos atrapa irremediablemente en el entramado oxoniense, casi onírico, como de otro mundo.
Tenía razón Javier Marías. Endeavour –la serie y los libros - nos reconcilian con el buen gusto. No es solo la constatación de que todavía es posible, sino necesario.