Si en una conversación Luis nos cuenta que "llegaron algunos borrachos", puede significar dos cosas: o bien que apareció de repente un grupo de beodos o que en un grupo de sobrios (del que ya nos había hablado) había algunos algo achispados. Si en la misma charla, Luis pronuncia la frase "vino de Burdeos", también puede significar dos cosas: que la melopea tuvo su origen en la ingesta de ese preciado caldo o que uno de los embriagados llegó -dando tumbos- desde esa región francesa. El contexto nos ayudará en ambos casos.
Si "Luis compró un piso primero", sabremos también por el contexto de la conversación si le dan miedo las alturas o si adquirió el inmueble antes de algo (antes de casarse, por ejemplo). Si Luis “encima, tenía un reloj de oro”, interpretaremos sin dudarlo que encima del piso pendía un preciado reloj (cosa rara) o bien que a Luis le sobró dinero, encima, para darse ese capricho.
Estos otros ejemplos están sacados de una esclarecedora monografía firmada por Salvador Gutiérrez Ordóñez, el académico y lingüista que ha abanderado la retirada de la tilde al adverbio solo. Vistos los ejemplos anteriores, Salvador Gutiérrez se pregunta por qué solo debería ser una excepción y llevar tilde, si es el mismo contexto el que nos aclara su significado. Tampoco llevan tilde algunos, vino, primero y encima, y distinguimos perfectamente cuándo significan una cosa u otra.
Salvador Gutiérrez aclara lo que muchos lingüistas definen como “la historia de una confusión” creada por los propios académicos en el siglo XIX, que decidieron colocar la tilde a una palabra que solo se puede pronunciar de una manera (como ocurre también con algunos, vino, primero y encima y otros miles de vocablos en español).
‘Solo’ puede ser adverbio (solo llevaba un par de monedas en el bolsillo) o adjetivo (no me gusta estar solo). Y en algunos casos puede existir ambigüedad entre sus dos usos (quiero un café solo, trabaja solo los domingos, fuma solo un cigarrillo al día, se queda solo los fines de semana, etcétera). Para evitar esa confusión, se empezó a acentuar sólo cuando es un adverbio (es decir, cuando equivale a solamente).
Parece que ya en el siglo XIX era habitual tildar ‘sólo’ para evitar ambigüedades. Por eso la Gramática de 1880 aceptó su uso, “por costumbre”. Ni siquiera era preceptivo, pero entonces se abrió la caja de pandora. Se adoptó en la enseñanza y generaciones de españoles se educaron con esa regla. Lo mismo ocurrió con los demostrativos este, ese y aquel, con sus femeninos y plurales. Pueden funcionar como pronombres (este es tonto; quiero aquella) o como determinantes (aquellos tipos, la chica esa).
Sí. En 1870 se introdujo la tilde para distinguir los diferentes significados de entre (entre dos aguas, ahí no hay quien éntre), luego (pienso luego existo, luégo te veo), para (pára mí no hay duda, el coche para en el semáforo) y sobre (no hay dudas sóbre eso o me miran mal, quizá yo aquí sobre). También se tildaron las notas musicales lá, sí, mí, para distinguirlas de otros contextos: la casa, si tú quieres, o mi perro. Esas excepciones duraron apenas 10 años. No tenían sentido. Pero sí sobrevivió la tilde en solo, este, ese, aquel, esa, esta y aquella.
Las tildes diacríticas se colocan en castellano para saber dónde va el golpe de voz en una palabra escrita idéntica a otra. No es lo mismo dónde que donde. Ni tampoco dé ni de. Cuando uno lee un texto eso es muy importante. Pero cuando uno lee ‘solo’ siempre lo lee igual, ya sea adverbio o adjetivo. (Curiosidad, existe soló, pretérito del verbo solar). A juicio de Julio Borrego Nieto, profesor emérito de la Universidad de Salamanca, lo del ‘solo’ es la “historia de una confusión”: “Alguien decidió colocar el acento diacrítico para diferenciar significados, cuando no era su función original, sino diferenciar los átonos y los tónicos”.
Ya en 1952, la RAE señaló que debía aplicarse la tilde a solo únicamente en casos de ambigüedad. Y desde 1959 las publicaciones de la Academia lo eliminaron. Pero no fue hasta 2010 cuando Salvador Gutiérrez y los lingüistas de la Real Academia intentaron suprimir la excepción en la Ortografía de la Lengua española. La polémica estaba servida.
Desde hace décadas los antitildistas arguyen que la ambigüedad no es para tanto, que los casos de confusión son “raros y rebuscados, y siempre podían evitarse por otros medios”. Esos otros medios son el empleo de sinónimos (solamente o únicamente, en el caso del adverbio solo), una puntuación adecuada, la inclusión de algún elemento que impida el doble sentido o un cambio en el orden de palabras que fuerce una única interpretación. “Hay que operar con reglas técnicas”, decía entonces Salvador Gutiérrez, que era además el responsable de la nueva Ortografía.
Una docena de académicos se opusieron al cambio (de un total de 43). Entre ellos se hallaban escritores como Arturo Pérez-Reverte, Mario Vargas Llosa o Javier Marías, quien se justificó: “No voy a hacer caso de lo que diga un filólogo, con todos mis respetos. Para mí son medidas absurdas que han generado mucha confusión”. Otros como Soledad Puértolas, Juan Mayorga o Antonio Muñoz Molina terminaron aceptando los cambios. “Las modificaciones ortográficas me parecen superfluas –dijo este último-, pero creo que es adecuado acatarlas, por mantener la unidad de la lengua”.
Ha aclarado la regla, colocando la apostilla “a juicio del que escribe”. La nueva redacción queda como sigue:
a) Es obligatorio escribir sin tilde el adverbio solo en contextos donde su empleo no entrañe riesgo de ambigüedad.
b) Es optativo tildar el adverbio solo en contextos donde, a juicio del que escribe, su uso entrañe riesgo de ambigüedad.
(Lo mismo vale para este, esta, ese, esa, aquel y aquella y sus plurales en sus dos usos: demostrativos y pronominales.)
“La ortografía, además de ser económica, debe ser coherente”, explica Julio Borrego. Y las reglas generales de la acentuación gráfica lo son, insiste. No deberíamos tildar solo, como tampoco lo hacemos con banco o mono y miles de palabras polisémicas. “Cualquier cambio ortográfico suele tener una resistencia nostálgica. Pero con la nostalgia seguiríamos anclados en una ortografía que se aleja mucho del uso oral”, explica Carla Fernández Juncal, catedrática de la Universidad de Salamanca. “De no ser así –añade-, la palabra ortografía la seguiríamos escribiendo orthographia”.