Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962) llegó a la escritura gracias en parte a una crisis de fe adolescente. Las certezas que buscaba no las encontró, pero la literatura sí le regaló placer y conocimiento: una nueva vida vivida al máximo, vivida al doble si cabe, exprimida en libros donde busca al hombre justo y en artículos donde intenta explicarse el mundo.
Muchas de sus reflexiones sobre la política, la sociedad, el arte o la misma literatura se recogen ahora en No callar, una recensión de textos periodísticos publicados en los últimos 20 años y recopilados por Tusquets.
Pregunta: ¿El novelista y el articulista son personajes incompatibles?
Respuesta: En el fondo sí. El novelista trabaja con la ambigüedad, la contradicción, la ironía. Esa es la esencia de la novela. Don Quijote debería estar en un sanatorio, pero a la vez es la persona más sensata del mundo. Es un personaje ridículo, grotesco, pero a la vez es heroico. Con esas verdades contradictorias trabaja el novelista. Nunca dice sí o no. Dice sí y no al mismo tiempo. Sin embargo el ciudadano, el articulista, tarde o temprano, tiene que decir sí o no. Ante la guerra de Ucrania, ante una violación, ante situaciones extremas no puede decir sí y no. Si no se convierte en cómplice.
P: Pero en su caso ambos coinciden en la misma persona.
R: Sí, y ninguna de esas dos personas puede ganar la batalla. Si eso ocurre, es una catástrofe. Si el intelectual gana al novelista, sus novelas serán propaganda o pedagogía, lo contrario de la literatura. Si el novelista gana al ciudadano, este corre el riesgo de ser cómplice de injusticias y crímenes. Tienen que estar en tensión permanente, pero fructífera.
P: A sus 60 años, ¿cómo explica su vocación literaria?
R: No obedece a una sola razón. Pero si tengo que dar una sola, en mi caso -y creo que en muchos más- obedece a una carencia, a una insatisfacción, a un desajuste con la realidad que se intenta suplir con la literatura. Ninguna persona feliz se encierra diez horas diarias a escribir cosas que nunca existieron. En mi caso, la literatura fue un sucedáneo de la religión. A los 14 años me enamoré como un verraco. Quería suicidarme, tirarme del cimborrio de la catedral de Gerona. La chica de mis sueños estaba a mil kilómetros, en mi pueblo. Era una situación muy dramática. Para solucionarla busqué el libro más serio a mi alcance.
P: ¿Cuál era?
R: La mala fortuna quiso que fuera San Manuel Bueno, mártir, de Unamuno. Cuenta la historia de un sacerdote que pierde la fe y aun así sigue predicando. Yo era creyente y perdí la fe. En ese momento vislumbré algo en la literatura. Fui buscando las certezas que la religión me daba. Y esto fue un error: la literatura solo genera más preguntas. Sus verdades son poliédricas. Cuando me di cuenta, ya era demasiado tarde. No había remedio.
P: ¿Vivir y escribir son actividades compatibles?
R: Yo creo que escribir es vivir más. No hay oposición entre la literatura y la vida. La literatura sirve para vivir de una manera más rica, más intensa y más compleja. Es verdad que cuando estoy encerrado en casa no estoy en la discoteca, pero ¿eso es vivir más? Es una visión superficial de la vida. Cuando Hemingway se iba de safari a África, lo hacía para contarlo luego. La literatura es la verdadera vida, elucidada, vivida con plenitud. Quien no lee y no escribe vive menos.
P: ¿Y si en la calle luce un sol radiante?
R: A veces puede que fuera haga un día nublado, y yo en casa esté escribiendo sobre un sol radiante. A veces hace sol fuera y la gente se aburre tomando cañas, y yo en casa estoy desembarcando en Normandía o tirándome a Madame Bovary (ríe).
P: Hay quien opina que leer no es muy útil.
R: Eso es uno de los grandes malentendidos de nuestro tiempo, difundido por literatos de medio pelo. Al principio no fue más que una provocación de los grandes escritores de la segunda mitad del XIX: Oscar Wilde, Flaubert, Baudelaire. El arte por el arte. Se rebelaban así contra el pragmatismo ramplón de los burgueses de su época, que consideraban que lo único útil era hacer dinero. No era más que una broma, un chiste. Al fin y al cabo, ¿esos autores entregaron su vida por completo a la literatura para nada?
P: ¿Pero leer sirve para algo?
R: La literatura, como el sexo, es una fuente de placer y una forma de conocimiento. Por eso cuando alguien me dice que no le gusta leer solo se me ocurre darle el pésame. Es como alguien que no le gusta follar. Tampoco follar sirve para nada. No es útil. Pero es una idea de la utilidad estúpida. ¿Hay algo más útil que el placer y el conocimiento? Hay que cambiar nuestro concepto de utilidad.
P: ¿Produce la música una emoción distinta de la literatura?
R: Es verdad que hay música muy directa. Let it Be o el arranque de Las Bodas de Fígaro le entra a cualquiera. Y en cambio la literatura hay que descodificarla. Una de mis obsesiones es que no existe la literatura ni la música en abstracto. Existen los lectores o los oyentes, no el público como tal. Cada lector y oyente es distinto. No hay dos personas que se emocionen igual. Una de las pocas verdades inapelables que conozco la dijo un personaje de Terra Alta: “La mitad de una novela la pone el autor; la otra, el lector”. Una novela es una partitura que interpreta cada lector a su manera. Ahí está gran parte de la magia de la literatura. El lector y el oyente son quienes terminan la obra. Y lo hacen a su manera. Un libro sin lector es letra muerta.
P: La última encuesta de lectura en España indica que crecen los lectores.
R: Eso significa que los españoles no estamos tan mal. Hombre, no tanto como los franceses, los nórdicos o los británicos. Pero, insisto: la lectura no es una obligación. Es como el sexo o el jamón de Jabugo. Si no le gusta, usted se lo pierde.
P: Ha escrito que sin Cervantes no hay democracia. Explíquemelo.
R: Ya he dicho que la novela es ironía, verdades contradictorias. Eso lo inventa Cervantes, y lo coloca en el corazón de un género totalmente nuevo y extraordinariamente exitoso. La novela se convierte en un arma de destrucción masiva contra la visión totalitaria del mundo. La historia de la novela corre en paralelo a la historia del nacimiento de la democracia y la sociedad liberal. Los primeros que entienden a Cervantes son los ingleses y los franceses (Jacques el fatalista o Tristram Shandy). La novela abre paso a una visión del mundo sin verdades absolutas.
P: ¿Y eso no cuadraba en aquella España?
R: En España, con su apego al trono y al altar, no se entiende El Quijote. La novela da paso a una visión del mundo en que podemos pensar cosas contrarias y no por ello nos matamos. Era una sociedad inimaginable, una revolución total: es el nacimiento de la tolerancia. Sin ella no hay democracia. No hay democracia sin la ironía de Cervantes y la ciencia de Descartes.
P: El pasado 10 de febrero usted cenó en el Elíseo con Emmanuel Macron, Mario Vargas Llosa y el rey emérito. ¿Cómo vio a Don Juan Carlos?
R: Físicamente perjudicado, mentalmente lúcido y un poco triste. Pero debo decir que durante la cena estuvo muy amable, sonriente y feliz.
P: Su entrevista con Emmanuel Macron en El País plantea un interrogante: ¿necesitamos ‘reyes filósofos’ o nos conformamos con tecnócratas?
R: Entre ambos extremos hay muchos intermedios. Macron es un economista, un político muy práctico. Pero también tiene una gran cultura filosófica, literaria e histórica. No lo voy a comparar con los políticos españoles (ríe). La cultura es algo que te mete en la realidad, te sirve para el presente y el futuro. Para un político es importante tener una formación sólida en esos campos. A Macron la cultura le ayuda en su trabajo. En Francia, hay una aristocracia republicana, dirigentes muy preparados y competentes. Tienen una gran formación cultural. Macron es un ejemplo de eso.
P: La comparación con Pedro Sánchez…
R: Yo no he ocultado que soy socialdemócrata desde los 18 años. Confieso que es lo más aburrido que se puede ser, pero soy partidario del aburrimiento total en política. Las pasiones, los entusiasmos, las aventuras me encantan, pero solo en la literatura, la música, las películas o incluso en la vida privada. En cambio, en el ámbito político, mi aspiración es el aburrimiento total. Los escandinavos han logrado ese aburrimiento a través de políticas socialdemócratas. Gracias a ellas, han construido las sociedades más prósperas, libres e igualitarias de la historia. Europa es el triunfo de la socialdemocracia. Basta con ir a Estados Unidos para ver el contraste. Yo aspiro a una España a la escandinava, con sol y tapas.
P: Sí, pero sobre Sánchez…
R: No tiene mucho interés lo que yo diga. ¿Estoy totalmente contento con el Gobierno? No. Pero nunca hay que estar totalmente contento con el Gobierno ni con la democracia. Siempre se puede mejorar. Creo que eso le pasa a todo el mundo, incluso al propio Sánchez. Algunas cosas que hace su propio Gobierno le gustarán más o menos (ríe). La democracia es imperfecta, es lo que la define. La única democracia perfecta es la dictadura. La democracia orgánica de Franco era perfecta, como las democracias populares socialistas. La democracia es infinitamente perfectible. Cada día se debe mejorar. Los paraísos no existen. Si los hay son infiernos. Sánchez me parece un hombre pragmático, como Macron. Y a mí me parecen bien los políticos pragmáticos.
P: ¿Quiénes son ‘los justos’ de Borges?
R: Son muy pocos, la mayoría desconocidos o escondidos. Porque la virtud o es secreta o no es. En cuanto es pública se deshace, como los fantasmas. Yo llevo 40 años escribiendo sobre los justos: investigando qué es la decencia y qué es la integridad. Cualquiera de mis libros es una reflexión sobre eso. Un justo se parece al hombre rebelde de Camus, capaz de decir no, incluso a los suyos. Es alguien capaz de decir no cuando todo el mundo a su alrededor dice sí.
P: ¿Y a sus 60 años ha conseguido ser uno de esos justos?
R: Llevo intentándolo desde que tengo uso de razón. Estoy en ello. Hago lo puedo.