“La historia no se repite. Los seres humanos siempre”. Esta frase de Voltaire aparece en un par de ocasiones en el último libro de José Antonio Marina, ‘El deseo interminable’ (Ariel). Porque la escueta sentencia del filósofo francés resume lo que quiere contar el ensayista español: que el motor de la historia está impulsado por las emociones (lo que Marina llama la psicohistoria) y que eso no se ha estudiado en profundidad. Hasta el momento.
Marina cree que esos “deseos interminables” del hombre (sus pasiones) no son más que una búsqueda de la felicidad, entendida como una felicidad no solo personal, sino también pública (política). Y que esos deseos derivaron en derechos, justificados primero por la naturaleza, Dios o las costumbres, y después por el mismo hombre, gracias a la Ilustración. Ese último giro revolucionario de la historia convirtió esos derechos (propiedad, libertad, justicia, etc.) en derechos subjetivos.
El autor concluye que esos derechos subjetivos son “una ficción salvadora” que ha dado los mejores resultados (la democracia liberal), pero corremos el peligro de darlos por supuestos (“como si tener derechos fuera igual que tener hígado”) porque olvidamos su fragilidad. Podrían desaparecer si no tenemos clara su genealogía, de dónde provienen y cómo los conquistamos. Ahora mismo –advierte Marina- están en riesgo.
Pregunta: Mantiene que este libro es su contribución para evitar que triunfe la “reacción antiilustrada” actual y que “volvamos a un nuevo colapso ético”. ¿Por qué ese temor?
Respuesta: Porque eso ha sucedido muy recientemente. En mi ‘Biografía de la inhumanidad’ (Ariel, 2021) estudié la historia de los colapsos éticos que hubo en el siglo XX (nazismo, estalinismo) para intentar descubrir sus mecanismos con el fin de evitarlos. Ahora vuelve un movimiento antiilustrado muy potente: hay un desdén de la razón, una emocionalidad sacada de quicio, un irracionalismo, una lucha por las identidades y un rechazo de cualquier aspecto universal, incluido los derechos universales. Existe un descrédito de las democracias, que han prometido cosas que la gente cree que no ha recibido. Y provoca una nostalgia de líderes fuertes, como Trump en Estados Unidos, Erdogan en Turquía, Bolsonaro en Brasil, Orbán en Hungría, etc. Eso son democracias, y sin embargo, lo que quieren son líderes fuertes porque creen que la democracia liberal está haciendo demasiadas aguas. Eso es un peligro.
P: Y China.
R: Claro, cuando hablamos de China, solo hablamos de su potencia económica, tecnológica o militar. Pero China quiere convertirse sobre todo en una potencia cultural. Xi Jinping ha elaborado un sistema ideológico muy bien armado, que se enseña en todas las escuelas del país y que presenta como la solución a los problemas mundiales. China piensa que la democracia se basa en un valor que los occidentales se han sacado de la manga (como la libertad), mientras que para ellos la herencia confuciana ofrece la verdadera solución. Es decir, opinan que lo que tiene que hacer una democracia no es ocuparse de la libertad, sino ocuparse de la armonía, de la justicia. Creen que los que están en el buen camino son ellos y no esos locos occidentales que van a legar a un mundo ingobernable y feroz. Es un mensaje que están articulando muy bien y que ya está calando en muchos sitios. Es necesario advertir este peligro.
P: Afirma que los antiilustrados incurren en un error cuando hablan de la razón.
R: ¿Qué entendemos por razón? Una primera acepción es la capacidad de hacer razonamientos. De eso se ocupa la lógica, ya desde Aristóteles: hay razonamientos que van dirigidos a conocer la verdad, otros a convencer a la gente, otros retóricos. Pero una cosa muy diferente es el uso que se hace de la inteligencia, incluida la razón. Hay un uso racional de la inteligencia en todas sus funciones (inventiva, razonadora e intuitiva) dirigido a obtener evidencias más consistentes, que no solo valgan para mi mundo personal, sino que sean transferibles a otros mundos, es decir, evidencias universales. Tradicionalmente se dice que la ciencia se ha ocupado del uso racional de la inteligencia. Lo que yo mantengo es que la ética se ocupa del uso racional de la inteligencia práctica, que busca conseguir evidencias éticas universales.
P: ¿Y en eso se basaría el progreso de la especie humana?
R: Sí, hemos ido buscando nuevas soluciones éticas que podíamos universalizar, que convinieran a cualquiera en su propia escala social porque son soluciones justas. Lo que para mí ha sido una sorpresa al escribir este libro (que en realidad era una historia de la felicidad), es que la justicia tiene una relación clarísima con la felicidad. La búsqueda privada de la felicidad, como antes o después va a enfrentarse con otras búsquedas privadas, tiene que empezar a buscar escenarios que protejan esa búsqueda. El mejor escenario que hemos descubierto es encontrar soluciones justas al enfrentamiento que vamos a tener en cualquier momento.
P: Y esas soluciones se transforman en leyes en el curso de la historia.
R: Desde que dejamos de relacionar la justicia con leyes que nos vienen de arriba, sino con nuestra búsqueda de felicidad, aparece un concepto distinto de nuestra creación normativa. Aparece lo más brillante que ha hecho la inteligencia humana: definirnos como seres dotados de derechos que nos protegen. Eso afecta a la dignidad de nuestra convivencia y nuestra felicidad. Y sin embargo estamos cortando ese lazo. Por eso también a mí me sorprendió que la justicia estuviera tan relacionada con la felicidad, porque hemos psicologizado la felicidad. La hemos convertido en una cosa muy pequeñita, en un artículo de consumo. No podemos olvidar ese lazo, ese hilo dorado que nos une a la felicidad pública.
P: Argumenta que ese hilo dorado (la búsqueda de la felicidad) transforma nuestros “deseos interminables” en derechos subjetivos. Algo revolucionario.
R: Y costó muchísimo trabajo. La tarea de los juristas españoles del siglo XVI y XVII fue importantísima porque crearon la noción de que podíamos tener derechos que no dependieran de leyes. Hugo Grocio apunta en otro sentido: aunque no haya Dios, nosotros tenemos esos derechos. No es que Dios nos los ha conferido, sino los tenemos porque los tenemos. Esto es una ficción, está claro, los derechos son una creación de nuestra inteligencia, pero es una ficción salvadora. Es una manera de defenderse del poder absoluto y de esa larga parte de nuestra historia que ha sido una historia de la obediencia como virtud fundamental de la convivencia. Eso nos hacía muy vulnerables ante el poder absoluto, que era el poder legislador, el que nos confería derechos.
P: Un legislador que basaba su poder en la delegación divina.
R: Fue sin embargo una decisión que tuvo efectos imprevistos. El soberano se consideraba mero intérprete de la divinidad. Hablaba en nombre de los dioses. Pero la gente pensó: si tú has recibido las leyes de Dios, Dios es un legislador más poderoso que tú, así que voy a apelar a él directamente. Y eso se vuelve en una limitación del gobernante poderoso. Es un juego absolutamente maravilloso: una especie de tenacidad de los seres humanos para intentar buscar la felicidad a través de nuevas y buenas soluciones. El camino no es recto. De repente metemos la pata y lo que creemos que es buena solución es algo cruel. Y volvemos atrás, o nos quedamos estancados. Esa historia había que contarla para valorar nuestra situación actual, nuestros peligros y nuestros éxitos, que muchas veces damos por descontados. Los derechos que tenemos son una invención nuestra que se puede ir al traste. Si no nos damos cuenta de que tenemos que protegerlos (que no nacemos con derechos como nacemos con hígado), corremos el peligro de que desaparezcan.
P: Porque frente a la evolución biológica, parecemos olvidar que hay una evolución cultural y ética. ¿Es correcto?
R: Cada uno de nosotros ha recibido dos herencias distintas, una biológica y otra cultural (que va desde el lenguaje hasta las creencias y costumbres). Gracias a esa herencia cultural resuenan dentro de nosotros voces muy antiguas, voces que ya desconocemos. No sabemos por qué pensamos lo que pensamos. Convenía por tanto recuperar esa genealogía para aclarar qué es lo que estamos haciendo y entender por qué pensamos lo que pensamos y por qué sentimos lo que sentimos, o para comprender por qué nuestro cerebro nos permite explicar ciertas cosas, que trabaja a dos velocidades distintas.
P: ¿Cuáles son?
R: Una es la corteza cerebral, que es muy rápida aprendiendo y cambiando. Otros son los núcleos emocionales que están en el fondo del cerebro y que cambian con muchísima lentitud. Ahora estamos viviendo en un mundo acelerado y muy tecnificado, pero en el fondo nuestras emociones son muy primitivas, están ahí ancladas para bien o para mal. Hay emociones agresivas y emociones altruistas. Muchas veces se zafan del control del cerebro más moderno y se adueñan de nuestro comportamiento. Entonces sufrimos una especie como de reacción emocional que nos lleva al disparate. Eso nos explica muchas cosas de la historia.
P: Por eso decide estudiar la psicohistoria.
R: Lo que he querido hacer es coger un tratado de psicología de las emociones y empotrarlo en un libro de historia. Yo no voy a escribir otra historia (para eso están los historiadores) pero voy a iluminarla con otra luz. Me gusta decir que la ilumino con la luz gamma, donde ves las energías en acción. Esto desfigura un poco el paisaje, ya no es tan nítido como antes. Tengo que estar pendiente de motivaciones que muchas veces son contradictorias y ocultas, o demasiado poderosas, o demasiado imprevisibles. Pero todo eso nos permite comprender mejor la historia. La complica, pero la complica al mismo tiempo que nos ilumina.
P: Y descubre que la felicidad personal está muy ligada a la felicidad pública o a la felicidad política.
R: La felicidad política permite relacionar la idea de justicia con la idea de felicidad porque si no uno se topa con las dificultades que tuvo Kant. Kant separa la ética del mundo de los sentimientos: enuncia el imperativo categórico pero se olvida del mundo emocional. La razón dice: esto es lo bueno, pero no explica por qué hay que hacer lo bueno. La justicia da la clave al buscar buenas soluciones compatibles con los proyectos de felicidad personal.
P: Critica por eso el actual significado que le damos a la felicidad, bastante egoísta.
R: Sí, porque hemos perdido el enlace con la justicia y con la felicidad social. La felicidad actual se queda por tanto en la esfera de lo privado. En eso ha influido mucho el neoliberalismo, que mantiene que tu derecho es que no se meta nadie contigo, que tú puedas tomar tus decisiones. Eso es una impostura. Si yo puedo utilizar libremente mi propiedad es porque estoy defendido por el derecho de propiedad, que es una función social. Si no estarías en el mundo de la fuerza: tendrías que defender tu propiedad sin la ayuda del derecho, que no es más que un poder simbólico (que hace que el resto de las personas reconozca tu derecho, porque tú solo no puedes). Todo derecho individual tiene un origen social. Robinson Crusoe en su soledad no tenía derechos.
P: ¿Es un equívoco del individualismo?
R: El individualismo dice que cada uno debe ser feliz sin que puede esperar mucho de los demás. Lo que uno quiere es que le dejen en paz. Eso es una visión falsa de la realidad, de la realidad social. Tus derechos no los tienes como tienes hígado, sino que están conferidos por la sociedad. Y por lo tanto, no puedes decir que te desligas de la sociedad y vives a tu aire. Necesitamos la comunicación con los demás, que es una parte de la felicidad personal. Son verdades de Perogrullo, que se nos han olvidado.
P: ¿Por tanto hay mayor felicidad si uno tiene una misión social o un propósito ético en la vida?
R: Es una condición imprescindible. Sostengo en el libro, porque lo veo en la historia, que la felicidad pública es una condición de posibilidad de las felicidades privadas. Tomemos el ejemplo de Ucrania, que está viviendo un momento claro de infelicidad pública. Pues es muy difícil pensar que alguien puede ser privadamente feliz en esa situación porque es demasiado terrible. Eso es lo que hay que explicar. ¿Qué quiere decir derecho a buscar la felicidad? Que hay que construir el marco de seguridad para que cada uno pueda buscar su felicidad. A mí eso me parece un alarde de ingenio y de creatividad. Es notabilísimo y sin embargo estamos trivializando el asunto.
P: ¿Lo trivializa la psicología actual?
R: La psicología positiva es muy reaccionaria. Ahora se repite mucho una frase de Epicteto: “no te hacen sufrir las cosas, sino las ideas que tú tienes sobre las cosas”. Con lo cual concluimos que no tenemos que cambiar nada de fuera, sino el interior de las personas. Es como decir a una mujer que está siendo maltratada en su casa que lo importante no es que denuncie a su marido, sino que cambie su manera de interpretar la situación. Es una reacción absolutamente tremenda. No: muchas veces no hay que cambiar lo que pienso de las cosas, hay que cambiar las cosas. Y eso se ha olvidado.
P: ¿Y el uso disparado de antidepresivos y ansiolíticos?
R: La humanidad ha tenido siempre un ramalazo psicotrópico. Desde siempre hemos utilizado drogas para cambiar nuestro estado de ánimo. En el momento actual pretendemos mejorar con mucha eficacia ese estado de ánimo, y tenemos la tentación de acudir a moderadores de ánimo. Queremos quitaros la intranquilidad y producir estimulación. Hay una especie de versión bioquímica de la felicidad. Es curioso que Yuval Noah Harari haya diagnosticado que vamos hacia la búsqueda bioquímica de la felicidad. Eso tiene una contraindicación: esa felicidad bioquímica te hace perder el control de tu vida, porque lo delegas en la droga. Estamos en un momento de desinterés por la libertad.
P: Algo que encuentra en Skinner, padre del conductismo y quizá el psicólogo más influyente del siglo XX.
R: Skinner se quejaba de que la gente se había empeñado en defender la dignidad y la libertad, y no había dejado que ellos -los ingenieros psicológicos- les resolvieran sus problemas. Creía que era suficiente someterse a los reforzamientos positivos o negativos de la conducta, al determinismo, pero con una condición: no pensar que uno puede ser libre, porque la idea de libertad complica la vida. Es muy curioso, ahora que la psicología conductista de Skinner está en está en decadencia, en China está teniendo un triunfo político. El sistema de “crédito social”, que impone un sistema de premios y castigos al comportamiento social cotidiano es puramente skinneriano.