El Ciclo Solar 25 se está intensificando. En el mes de marzo, las erupciones solares han sido casi constantes, algunas muy fuertes, como la última registrada, que por suerte no impactará en la Tierra esta vez, dado que se ha producido en la cara opuesta del Sol. De hacerlo, la atmósfera de nuestro planeta respondería con una tormenta geomagnética con importante en las comunicaciones.
“Un gran grupo nuevo de manchas solares está emergiendo sobre el extremo nororiental del Sol”, informa SpaceWeather. “Está crepitando con llamaradas solares de clase C y pronto podría representar una amenaza para las llamaradas M más fuertes”.
El 21 de marzo, el Observatorio Heliosférico y Solar (SOHO) captó la siguiente erupción en la cara opuesta del Sol, demasiado lejos para llegar a la Tierra, por suerte. Unas horas después, se registró una segunda erupción. Los días siguientes la actividad continuó, con prominencias como esta en el Sol, con dos veces el tamaño de la Tierra.
Por tanto, podemos decir que nuestro planeta ha escapado tres veces en la misma semana de una CME, o “eyección de masa coronal”, como se conocen estas expulsiones de plasma y energía en la atmósfera del Sol (o corona).
No obstante, al haber pasado de refilón muy cerca de la Tierra, algunas de estas erupciones solares ayudarán a que las auroras boreales se enciendan con más ganas en las regiones polares, pudiendo verse incluso en Irlanda y el norte de Escocia.
Generalmente, las CME que impactan en la Tierra producen alteraciones en la magnetosfera que se traducen en auroras boreales en latitud más intensas y en latitudes más al sur de lo habitual.
Asimismo, cuando las llamaradas que llegan a nuestro planeta son lo suficiente grandes, pueden dificultar la comunicación por radio de largo alcance y las comunicaciones del sistema de posicionamiento global (GPS), dado que alteran la ionosfera agregando energía.
Esta perturbación ionosférica puede hacer además que sea complicado controlar las órbitas de los satélites que rodean la Tierra, y hacer que los astronautas y pilotos de gran altitud se expongan a mayor radicación solar.
Dado que dependemos enormemente de los satélites para la conexión a internet, también, los científicos sospechan que, si se produjera una tormenta solar gigantesca (como la de 1859, conocida también como evento Carrington), tendría lugar un “apocalipsis de internet” que podría prolongarse meses.
Por último, las variaciones rápidas en el campo magnético por una erupción solar podría causar picos de tensión en las redes eléctricas, dando lugar a apagones.